Tal vez estas palabras sobran. Bastaría
con decir: más de lo mismo, y estaría todo dicho. Todo dicho pero con casi todo
por decir.
Más radares, más recaudación, más
represión, más tirar para lo que interesa en detrimento de lo importante. Más
formas de perseguir económicamente al conductor sin que importe si se mata o
mata a alguien tres kilómetros más allá de que le hayan puesto una multa. Nada
de prevención, nada de optimización. Nada de formación o de racionalización.
Es tan fácil como poner unos
cuantos radares, disminuir de forma torticera la velocidad del tramo y cazar
con unas fotos al incauto que pasaba por allí. Ya ni siquiera pararlo para
obligarlo a identificarse y perder tiempo. Con un poco de suerte en el
siguiente radar lo volveremos a cazar y ponerle otra multa. Eso sí, todo bien
señalizado, todo bien orquestado para que parezca otra cosa.
Porque el peligro está en la
velocidad. No, por mucho que algunos insistamos, el peligro no está en esos
personajes conducidos al vértigo por unos vehículos que son incapaces de
controlar, aferrados al volante con los nudillos blancos por la fuerza de la
tensión con que lo cogen, volcados, casi tumbados, sobre él en un intento
desesperado y desesperanzado de lograr ver algo más allá de los caballos que
los preceden. El peligro, al parecer, no está en esos personajes incapaces de
conocer cuál es la capacidad técnica del vehículo que conducen, ni de incorporarse
a una vía armonizando su velocidad, ni de maniobrar con un mínimo de agilidad y
dominio de los tiempos. El peligro no está en esos documentados conductores
asustados por su propia impericia, incapaces de reaccionar, y a los que
cualquier velocidad que supere la inadecuada suya es una temeridad de los
demás. El peligro no está en esos conductores de tiovivo que ante la duda
frenan en medio de una carretera o de un carril para incorporarse a otro porque
no son capaces de sincronizarse con una marcha diferente o que conducen siempre
por un carril central o izquierdo porque son incapaces de medir las velocidades
y distancias para adelantar a otro vehículo ni siquiera en carreteras de carriles
múltiples.
No, efectivamente, el peligro no
está en la permisividad culpable y recaudatoria a la hora de conceder el permiso
de conducir a personas con características físicas o mentales que los hacen
incapaces. Es curioso que no todos sepamos jugar al fútbol, escribir poesía o
saltar de un trampolín, pero al parecer toda la humanidad es capaz de
desarrollar con suficiencia una actividad tan compleja y peligrosa como
conducir un automóvil.
Siempre he oído decir que el
transporte aéreo es mucho más seguro que por carretera. Y siempre he pensado lo
mismo, si se le diera el título de piloto a las mismas personas a las que se
les proporciona el carnet de conducir, y con el mismo rigor, hace tiempo que la
población mundial habría disminuido, o la raza humana estaría extinta. Entre
los que se mataran por impericia y a los que fueran matando en sus propios
accidentes no quedaría más rastro de los hombres que el que dejaran las catástrofes
producidas por todos esos pilotos, ahora conductores, incapaces.
Pero bueno, al fin y al cabo, más
de lo mismo. Nada que recorte la capacidad sancionadora. De las medidas que en
presente, y, sobre todo, en futuro serían necesarias. Por si acaso a alguien le
pudieran interesar voy a enumerar las que a mí me perecerían realmente
enfocadas a solucionar un problema grave:
- Reparación por tramos, no por agujeros, no por centímetros cuadrados, del firme de las carreteras. Y en algunos casos nos solo del firme si no de esas bases estructurales que favorecen la creación de badenes y el cuarteamiento y deterioro de las capas asfálticas
- Adecuación de las normas de velocidad a la verdadera limitación que debería de estar determinada por la capacidad del conductor, el tipo de vía y las características técnicas del vehículo: frenado, aceleración, relación del cambio y comportamiento en curva, en mojado, con viento. Yo tuve un SEAT Panda con el que me podía matar a partir de 60 Km/h y un FIAT Coupé con el que tenía mucha más seguridad a 180.
- Endurecimiento de las pruebas para la obtención del permiso de conducir. Hacer un examen periódico durante los cinco primeros años para determinar la evolución de las capacidades, y establecer tipos de permisos en función de esa evolución.
- Asociar los tipos de vehículos que puedan conducirse a las capacidades demostradas. Cuantos novatos, jóvenes o no jóvenes, vivirían aún si se limitaran los vehículos disponibles según las pericias constatables.
- Endurecimiento de las pruebas de aptitud a partir de cierta edad y revisión del nivel de permiso.
- Instalación en los vehículos, asociado al arranque, de un detector de sustancias inadecuadas para la conducción. Si usted no está en condiciones de conducir no lo voy a sancionar, simplemente no va a poder conducir. Y existe.
- Un plan de formación integral de formación vial y ciudadana donde se enseñe a los niños, desde pequeños, normas, comportamientos, y fundamentos básicos de la circulación. A la vez que se podría evaluar al futuro conductor antes incluso de que pensara en serlo. Psicología, capacidades físicas, capacidades técnicas y espaciales.
- Revisión de toda la señalización y eliminación de aquella que no tenga otro objeto que el de aumentar la recaudación o facilitar labores coercitivas.
- Eliminar con regularidad y rigor obstáculos visuales que entorpecen la conducción en vías secundarias: carteles, señales, árboles…
Por supuesto estas medidas
reducirían considerablemente la recaudación porque su fin no es sancionar, si
no facilitar y salvar. Es comprensible que todo lo que se pueda captar con
cámaras y se pueda imprimir en un papel es más sencillo, rentable y cómodo. Y
al fin y al cabo cuando no podamos pagar más multas por que el dinero no nos
llegue para vivir iremos más despacio, no habrá casi muertos, pero seremos los
mismos incapaces, incívicos y reprimidos conductores que solo actuarán por el
palo, sin entender ni asumir el porqué
de nuestros moratones, suponiendo que haya otro porqué diferente del dinero
mismo.
¿Y este que escribe esto quien es
para decir estas cosas? Un ciudadano que aprendió a conducir cuando tenía ocho
años, que frecuentaba en verano los parques infantiles que la DGT montaba en
los colegios y ayudaba a probar los karts. Un niño, entonces, hace ya tanto, que
coleccionaba, y aún guarda, la colección de cromos de la DGT con las señales y
las normas de circulación y que se los empapaba. Alguien que al cumplir los
dieciocho años obtuvo su permiso de conducir sin necesidad de pisar una
autoescuela porque ya llevaba años sabiendo conducir y conociendo las normas. Un
apasionado de los coches que lleva más de dos millones de kilómetros recorridos,
y solo ha tenido un accidente conduciendo. Accidente que asume que fue por su
culpa y nada más que por su culpa.
Yo me pregunto muchas veces si
estos sesudos de la represión, del palo y tente tieso, han conducido realmente
alguna vez. Si alguna vez han prescindido del coche oficial con chófer y han
vivido el día a día de las carreteras, ese que viven los comerciales, los
camioneros, los conductores de autobús, todos los que tiene que desplazarse por
carretera por mor de su trabajo. Esos que comprueban como hay dos sensaciones
diferentes en la carretera: la de los días de diario y carretera abierta, plácida
y relajada y la sensación crispada de peligro permanente que les invade, que
nos invade, en periodos vacacionales, fines de semana o proximidades de ciudades.
Definitivamente, una vez más,
sobran estas palabras. Lo peligroso no es la velocidad inadecuada, por exceso,
por defecto, por aburrimiento que luego llamarán distracción, lo realmente
peligroso, lo único, es el exceso de velocidad, signifique ese concepto de exceso
de velocidad lo que signifique. Y la única forma de meter a los conductores, a
los ciudadanos, en vereda es la coacción, la sanción, la persecución. Si es que
somos como niños.
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