Ya lo decía la copla, que en
estas cosas del malquerer sienta cátedra, “ni contigo ni sin ti tienen mis
males remedio”
En tanto en el ala derecha de la
política los tiempos son plácidos, tal vez en exceso, gracias a la llegada del
Sr. Trump a la Casa Blanca, lo que le ha permitido a los líderes europeos
marcar distancias y entonar, como si de una Mari Trini se trataran, el “yo no soy esa” en una clara desvinculación
de extremismos, de cesarismos y de tremendismos, el ala izquierda se debate en
un problema de identidad que amenaza con no dejar títere con cabeza, ni
siquiera partido referencial al que poder arrimarse para recortar el poder y el
daño que gobernar sin contrincante puede permitirle hacer a la derecha en los
próximos años.
El señor Trump, sus exabruptos,
sus opiniones, claramente de extrema derecha, han permitido a la Sra. Merkel,
al Sr. Rajoy, a todos los líderes de derechas que gobiernan hoy en países
europeos, marcar diferencias con los
evidentes desatinos humanitarios que el tal señor personifica, y presentar
solicitud de certificado de templanza y moderación.
Pero ¿Cuál es la situación de la izquierda? Vamos
a basarnos en España aunque no sea muy distinto en Francia, o Grecia, o
Alemania.
La izquierda española, cogida en
conjunto o por partes, vive hoy en día
un Halloween que no le permite elegir
más que entre susto o muerte. Si elige susto malo, si elige muerte, peor.
El PSOE, lo que queda de él y no
sabemos por cuanto tiempo quedará, se debate
a día de hoy en un dilema que no se cerrará con unas elecciones
primarias. Da lo mismo quien salga elegido. El enconamiento producido por su
historia reciente los lleva inevitablemente a un cisma que quieren cerrar en
falso a la búsqueda del árnica de victorias electorales que hoy por hoy no
están a su alcance.
Pedro Sánchez personifica ahora
mismo la venganza, el cobro de cuentas pasadas a sus propios líderes y, si
tocara poder, posiblemente a los ciudadanos españoles. Es muy probable que obtenga
un apoyo mayoritario de la militancia, pero en unas elecciones generales el
PSOE del señor Sánchez buscaría como único camino el apoyo a, que no de, ni
con, cualquier postura más a la izquierda o a la derecha que no sea el PP, que
se ha convertido en una especie de obsesión objetivo para él. El señor Sánchez no
tiene otro fin inmediato, ni otra ideología prioritaria, que desbancar al PP, y no le importa ni con
quien, ni como, ni siquiera que opinan al respecto la mayoría de los españoles.
A mí, personalmente, esa postura me da miedo porque me parece que lo empuja a
hacer cualquier tipo de alianza, sin importar ideología ni precio, con tal de
logar su obsesión. Y las obsesiones son enfermizas. En todo caso, casi con toda
seguridad, ese PSOE se convertiría en unas elecciones en un partido residual,
en un partido cuya representación parlamentaria no le permitiría gobernar salvo
como primo entre pares de una enloquecida amalgama de partidos y posiciones.
Una locura que ningún país puede permitirse. Nada de lo que digo es diferente
de lo que ya hubo, pero entonces algunos lo sospechábamos y hoy es del dominio
público.
Patxi López se presta a liderar
una suerte de tercera vía en la que no creen más que los mejor pensados y los
que creen que ninguna de las otras dos opciones sea válida para reconstruir un
partido que desde que Felipe González reuniera, en un trabajo político
excepcional, a todos los socialismos patrios bajo las mismas siglas se ha ido
descosiendo y perdiendo votantes y apoyos. La sistemática elección por parte de
la militancia de líderes que dan la espalda a los votantes le ha ido haciendo
perder su posición de fuerza en la sociedad. El problema de Patxi López no es
que él no pudiera conseguir ese objetivo, que podría, es que los militantes no
se lo van a permitir. Por lo de pronto ya se ha convertido en traidor para
muchos de ellos y seguramente esos son de los menos predispuestos a
reflexionar.
El PSOE que busca Susana Díaz es
el más cercano al que lograron reunir Felipe González, Alfonso Guerra y tantos
socialistas ilustres de la transición. Un PSOE capaz de presentar una
alternativa unida a nivel nacional que pudiera representar al ala moderada de
la izquierda y, por tanto, pudiera captar en la calle votos no militantes que
le permitieran volver a tocar el gobierno. El problema para la señora Díaz es
que para demostrar que puede hacerlo tiene que pasar por unas primarias en las
que lo importante no son los objetivos, es la militancia ciega, en este
momento, a otra cosa que no sea la competición suicida por un predominio en la
izquierda más radicalizada.
No corren buenos tiempos para el
PSOE. No corren buenos tiempos para Podemos.
Y no es que me las quiera dar de
profeta o de adivino. Creo que en ciertos momentos, ante ciertas situaciones y
actitudes adivinar lo que va a pasar es
simplemente una cuestión de lógica.
Si analizamos dos de las
características principales del comportamiento radical podremos ver claramente
cuáles son los problemas que van a llevar a Podemos, y a un hipotético
PSOE de Pedro Sánchez, a una
fragmentación irrecuperable. La postura radical está siempre basada en un ideal
incuestionable, en una sensibilidad respecto a un tema o temas que no admite ningún tipo de compromiso
y, seguramente por ello, en una necesidad de imponer y llevar adelante ese
ideal de forma prioritaria y urgente. Y Podemos es una amalgama de
sensibilidades radicales, muy radicales, en temas de muy diferente cariz y no
todos asumibles por la sociedad española actual. Al hombre medio de la calle,
al ciudadano votante, le cuesta un mundo votar una opción cuya primera
necesidad es deshacerse de todo lo que ha existido. Depositar un voto para
tirar por tierra, o condenar incluso, una gran parte de la historia, ciertas
tradiciones e incluso las normas de convivencia y tolerancia en las que se ha
educado, ha crecido y ha creído durante su vida. Renunciar a cosas de tipo
íntimo y ético, a cosas de tipo social y estético, a cuestiones de tipo moral y
convivencial. Por no hablar de ciertas contradicciones que algunas de estas
posturas generan.
La mayoría de la sociedad
española no comulga, perdón por el verbo, no comparte muchos de los
planteamientos del feminismo radical e intolerante que predomina en ciertos
círculos de Podemos. Una gran parte de la sociedad española, más de la mitad
seguramente, no entiende, y por tanto no comparte la equiparación de los
animales y las personas. No, en ningún caso tolerarían un maltrato animal, pero
por la misma sensibilidad no tolerarán de palabra, obra o pensamiento un
maltrato humano que marca una preeminencia de los animales sobre los hombres
que marca el animalismo radical. Por no hablar de la contradicción moral y
formal que supone estar en contra de la caza, de la pesca, de la ganadería y sin
embargo estar a favor del aborto como práctica sin restricciones. Una parte
considerable de la sociedad española acepta ya, no desde hace mucho la verdad,
la homosexualidad de forma normal, pero no ciertos planteamientos de tipo
radical de las asociaciones de gays y lesbianas. Y todos estos colectivos
forman parte íntima de Podemos, y lastran su posibilidad de voto en unas
elecciones generales. Y no olvidemos, porque no es cosa menor, que a día de hoy
la inmensa mayoría de los españoles no quiere, no están dispuestos a consentir
ninguna veleidad independentista, ni siquiera ninguna veleidad que huela a
independentismo como pudiera ser el mal llamado derecho a decidir, que es,
mientras la ley no se cambie, un derecho a decidir que leyes se acatan y cuáles
no. Al ciudadano de a pie no se le reconoce ese derecho y, en justa
correspondencia, él tampoco se lo reconoce a los demás.
Por resumirlo de alguna manera,
si hiciéramos una radiografía superficial del sentir mayoritario de la sociedad
española podríamos decir que no le gustan los toros, pero tampoco que se
prohíban. Que tiene un sentido laico del día a día pero están en contra de la
prohibición o ataque sistemático a la navidad, o a la semana santa. Que son
igualitarios, pero no están comodos con la discriminación “positiva”. Que son
tolerantes con la homosexualidad, incluso indiferentes, pero no llevan
demasiado bien lo del orgullo. Que no son racistas, pero llevan mal que vengan
minorías a decirnos como tiene que ser nuestra sociedad y que costumbres
propias tenemos que erradicar porque ellos han llegado. Que no son
insolidarios, pero se preguntan en un país carencias como el nuestro a que hay
que renunciar para beneficiar a los que lleguen. Y que desgraciadamente están acostumbrados
a que si se plantean públicamente estas cuestiones no reciban más respuesta,
por parte de ciertos sectores, que la de ser llamados fachas, sin respuestas
concretas. Y en todas estas cuestiones el radicalismo de Podemos está presente.
Y como todo partido Podemos
necesita alcanzar resultados que le proporcionen puestos ejecutivos para
mantenerse unida. A las pruebas me remito. Si hubieran logrado sobrepasar al
PSOE en las últimas elecciones, o hubieran firmado un pacto con el PSOE del
señor Sánchez en las anteriores, hoy no habría un enfrentamiento entre dos
posturas, yo creo que al menos tres o incluso más, como la que se produce entre el cesarismo de Pablo Iglesias
y el cambio de modelo de partido que propugna Iñigo Errejón. Y tal como se
presenta este enfrentamiento cainita no parece que vaya cerrarse sin
cicatrices, o ni siquiera a cerrarse.
Así que, concluyendo, ahora mismo
la izquierda española se debate entre cuatro posibilidades, como mínimo, que
van desde una izquierda radical y cesarista, la de Pablo Iglesias, a una
izquierda social demócrata y centrista que podrían representar Patxi López o
Susana Díaz. En medio, en un limbo difícil de evaluar, se quedarían las
izquierdas de Iñigo Errejón y de Pedro Sánchez, de las que no me atrevería a
predecir qué futuro podrían tener ni en que rango de izquierdismo se moverían.
En fin, que tal como apuntábamos
al principio de estas ya extensas palabras, ni contigo ni sin ti tienen mis
males remedio. Malo es el susto, pero aún peor puede ser muerte.
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