Empiezo a pensar, y después de
leer a Fernando Savater parece que no soy el único, que además de ocultarnos sistemáticamente
la verdad nos toman por tontos. Yo, por lo de pronto, me niego a ser
adoctrinado ni por lo público ni por lo privado.
Sostener que un mensaje que es de
primero de primaria, que un mensaje que se limita a hacer una descripción
biológica de la diferenciación natural de los sexos, se puede considerar ofensivo,
o que puede incitar a la violencia, es cuando menos preocupante.
No dudo, no tengo por qué, que el
fondo de la campaña, o la intención, del ya famoso autobús, permítaseme felicitar
a quién lo ideó porque nunca pudo sospechar que su mensaje, y el medio de
difundirlo, iban a alcanzar la repercusión mediática que han conseguido, sea
contrario a las tesis de ciertos colectivos, pero de ahí a hablar de incitación
al odio media un abismo.
Parece ser que la moda y
tendencia es cogérsela con papel de fumar cuando se analizan los mensajes de un
lado del espectro político y considerar como ofensa y afrenta cualquier idea que
tengan a bien propalar, mientras existe barra libre del otro lado. De tal forma
que parece ser que la libertad de expresión solo es válida cuando se ejerce
desde ciertas posiciones ideológicas y, al menos a mí, eso me parece absolutamente
rechazable, y muy, muy, pero que muy preocupante.
Casi nadie, yo al menos apenas lo
he oído, ha explicado que esta campaña del ya famoso autobús es una respuesta a
otra campaña de signo contrario promovida en Vitoria, con los mismos colores,
con grafía semejante, y con difusión en las paradas de autobús de esa ciudad, y
de Gasteiz.
No es lo mismo a la hora de
valorar lo sucedido el hecho de que el autobús sea una iniciativa única y
gratuita a que sea una respuesta a otra iniciativa sobre el mismo tema que
nadie ha contestado ni puesto en cuestión. O sea que sobre el mismo tema dos
organizaciones se posicionan con el mismo tipo de mensaje pero contrapuestos y ¿uno
incita a la violencia y otro es libertad de expresión? No suena bien, no me
parece convincente.
Entre el mensaje de una -“Hay niñas con pene y niños con vulva, así de
sencillo”, de Vitoria Gasteiz- y el mensaje de la otra –“Los niños tienen pene.
Las niñas tienen vulva. Que no te engañen”, de Madrid- yo no veo más diferencia
que la evidente de que el segundo mensaje es de primero de primaria y el
primero tal vez sea de secundaria.
Porque si yo fuera un niño, cosa ya imposible, y leyera los mensajes, el
del autobús lo entendería a la primera y sin dudas ni desconcierto, pero el de
las vallas publicitarias de Vitoria-Gasteiz requeriría de las explicaciones de un
adulto para las que a lo mejor no estaría preparado. Bueno, por ser más
exactos, puede que el niño no esté preparado, o incluso que el que no esté preparado
sea el adulto para darlas, y entonces vendrán el fomento del odio y la
intolerancia. Claro que lo mismo me entraba el furor científico y me ponía a
hacer una masiva prueba de campo bajando pantalones y ropas interiores a
diestro y siniestro. El resultado de tal prueba de campo me llevaría a dos
conclusiones, la primera empírica que no entiendo a qué se refiere el cartel
porque lo comprobado visualmente no cuadra con el mensaje, efectivamente, así
de sencillo. La segunda, ¡ay pobre de mí! que una parte de la sociedad no
comparta, ni comprenda, ni apruebe, mi entrega a la ciencia y pueda acabar
metido en problemas y con alguna parte de mi cuerpo contusionada. La gente en
ciertas cuestiones es muy suya.
Convencer debe de ser el objetivo
y no vencer porque este no es un tema, por más que ciertas posiciones ideológicas
lo pretendan, que se deba de confiar al adoctrinamiento, a la imposición, antes
bien debe de ser objeto de formación para que permita un desarrollo natural y
no conflictivo en la sociedad. Si es que lo que se pretende es integrar y no
enfrentar que es lo que al final se está consiguiendo.
Acallar mediante la persecución,
el insulto y el aplastamiento toda opinión contraria cualquier idea propia es
una forma de adoctrinamiento que solo puede conducir al odio y al silencio
conspiratorio de esas posiciones. Yo por lo de pronto alzo mi voz contra ese
sistema de totalitarismo ideológico lesivo para la sociedad y para su
formación, y olvido, a propósito, y con rabia, el posicionarme personalmente
sobre el tema de fondo porque lo de lo que se trata es de las formas, que
aunque parece que no son importantes lo son cuando hablamos de convivencia. Por
eso y porque en el ambiente actual posicionarme sería una forma patética y poco
convincente de intentar justificar lo que pienso y me niego. Yo tengo derecho a
pensar por mí mismo e incluso, en ciertas ocasiones, a discrepar de los que
piensen parecido.
Y ahora, para acabar de
explicarnos a los ciudadanos que es lo correcto y que es lo incorrecto, leo con
asombro que una empresa cervecera catalana y la ciudad de Valencia piensan
sacar su propia campaña contra el autobús. Espero que sean prohibidas con el
mismo rigor y la misma contundencia o simplemente los ciudadanos de a pié, los
independientes, los librepensadores estaremos en el camino de perder de nuevo
una batalla. Y no es una batalla menor la de defender la ecuanimidad y la
auténtica libertad de expresión.
Y además, y por ende, empiezan a
surgirme dudas. ¿Qué tiene que ver la cerveza con la transexualidad? ¿Mi posición
en este artículo se debe a mi nula ingesta de la tan rubia y espumosa bebida?
Un sin vivir, oiga, un auténtico sin vivir esto de no poder estar de acuerdo ni
siquiera con las propias ideas. Ya lo decía Voltaire, que el ideal democrático
es ser capaz de defender las ideas ajenas por encima de las propias
convicciones. ¿Qué quien es Voltaire?, esa es otra.
"No sé por qué piensas Tú,
soldado que te odio yo" escribía Nicolas Guillén, cantaba, si no recuerdo
mal, Facundo Cabral, "Si yo soy tú y tú eres yo". Esto si sería
democracia, utopía democrática. Demasiado para algunos.
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