Cada vez sucede más, cada vez con
más frecuencia los represores, los partidarios de prohibir, imponer y coartar
la libertad de los demás en nombre de la libertad tal como ellos la entienden, se
hacen más dueños, se hacen más presentes y visibles y al tiempo más osados, más
coercitivos, más dictatoriales, en el entorno de las redes sociales.
Alguien comparte en su muro, sin
otra intención que la estética o el chascarrillo, una imagen o un comentario
que le ha parecido interesante, gracioso, o porque le da la gana y es su muro.
Hasta aquí todo normal, pero hay cosas que los inquisidores de redes, los
defensores de la libertad única e impuesta no van a tolerar sin intervenir de
una manera rápida y feroz. Da igual cual sea tu intención, o la falta de ella.
El inquisidor armado de su justa
furia, de su ultrajada conciencia universal, de su razón última y absoluta, se
lanzará hacia el osado y descargará contra él toda su manida, relamida, ciega y
vacía, batería de descalificaciones y pseudo argumentos que suenan igual que
los eslóganes de las manifestaciones, altisonantes, con sonsonete y carentes de
cualquier posibilidad de debate real.
Y no entres en debate, como decía
el otro, si entras en debate es peor. Si intentas argumentar, debatir,
defenderte no recibirás más que más eslóganes, más argumentario de activismo
militante, más vacío intelectual y posición inamovible. Los nuevos
inquisidores, los inquisidores de la libertad tal como ellos la entienden, los
inquisidores de la culpa ajena y la intachabilidad propia no pueden, no saben,
no tienen capacidad para entender la libertad ajena, la intrascendencia de lo
intrascendente, la banalidad de ciertos momentos o actitudes. Ellos solo
entienden de la vigilancia permanente, la soflama a flor de piel, la persecución
implacable de los que simplemente pretender vivir al margen de militancias, de inquisiciones, de
libertades impuestas.
Y, claro, yo, ser humano hasta
donde se me alcanza, varón, de sesenta y tres años y diez días de edad según me
han contado, que he tenido que vencer a lo largo de mi vida la imposición de
una enseñanza sesgada, que he tenido que liberarme del yugo de una forma de
entender la religión que no compartía, que he tenido que sobrevivir a una
dictadura y varias legislaciones democráticas que me hacían cada vez menos
libre individualmente, que he tenido que asistir a la entronización y
santificación de los mediocres y los “justos” como referente moral de esta
sociedad, que he tenido que contemplar como las sucesivas políticas de formación
destrozaban sistemáticamente la posibilidad de educar, dar valores y crear
ciudadanos libres, que he asistido dolido a la radicalización absurda e
interesada de ciertas partes de la sociedad, me niego, me rebelo, estoy hasta
los mismísimos, de aquellos que pretenden decirme en qué consiste la libertad,
que pretenden decirme en qué tengo que creer, que tengo que pensar, que es
correcto decir o cuanto tengo que reprimirme para acceder a su placet.
Guardense, por no decir métanse, su
placet donde les quepa. Soy ya lo suficientemente mayorcito para saber lo que debo,
lo que puedo y lo que me da la gana de hacer o de pensar. Lo que me peta callar
o decir. Lo que me hace libre o me convierte en esclavo de fundamentalismos de
salón o de algarada callejera.
No pienso pedir perdón a esos
fanáticos de la persecución ajena, de la paja en el ojo de los otros, de la
verdad propia y única. Me ha pillado mayor y vivido. Me han pillado de través y
con la suficiente experiencia como para poder decir todo esto y quedarme tan
ancho. Me han pillado lo suficientemente perito y reflexionado como para poder,
callándome los exabruptos que debo de callarme por propia convicción, ciscarme
en todos los inquisidores de nuevo cuño que se dedican a difundir la mala
conciencia ajena en loor de una libertad de Gran Hermano, personaje de la
novela 1984 de Orwell que no tiene nada que ver con Tele5 para los muchos que
lo ignoren, que se creen en el derecho y la necesidad de imponer a los demás.
Faltaría ahora identificar a
aquellos a los que me refiero, pero eso sería hacer esta reflexión tendenciosa
e interminable, y eso sería darles, además, un gusto, más que nada por sentirse
injustamente señalados, que me niego a darles.
Sí, es verdad, me refiero a esos
que usted, paciente lector, piensa, pero también a todos los demás, a los de
signo contrario que exactamente hacen lo mismo en función de sus ideales
contrarios. Me refiero en realidad a todos los que se sienten capacitados para
decirles a los demás lo que pueden y no pueden decir, pensar, hacer. Me refiero
a todos esos radicales, fanáticos integristas, militantes de cualquier signo,
ideología o verdad, que se permiten la desfachatez, o la fachatez, de dar
carnés de idoneidad o salubridad política, religiosa, social o moral.
Váyanse ustedes, vosotros, a freír
gárgaras y a tocarle las libertades a quienes necesiten del placet ajeno para
sentirse mejor. Y agradecedme que no tire de Cela, a ser posible con voz de
Fernando Fernán Gómez, para expresarme
con mayor desahogo.
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