En algunos sitios ya es Navidad,
pero solo en algunos sitios. Desde luego hay que salir de ciertas ciudades para
comprender que esa predisposición a la alegría, a la buena voluntad y a la
fiesta que conllevan estas fechas en el calendario sigue vigente sin complejos
en muchas partes del mundo.
Yo, ayer en Almería, asistí a un
sencillo pero agradable evento con el que se inauguraba la iluminación navideña
en las calles principales de la ciudad. Cientos, más de mil seguro, de personas
se concentraron en la Puerta de Purchena para asistir a un espectáculo de luz,
color y alegría que los espectadores principales, los niños con sus padres y
todos aquellos de edad algo más avanzada que nos negamos a dejarnos arrebatar
la ilusión, disfrutamos.
Hubo luz proyectada sobre la Casa
de las Mariposa y sobre los demás edificios de la plaza. Hubo, música,
villancicos, fuegos artificiales, llamaradas, coro de niños y hasta nieve.
¿Nieve en Almería? Si, nieve en Almería, artificial claro, pero que provocaba
en los presentes esa cálida sensación que solo produce la nieve en navidades.
Esa nieve que trasciende su temperatura natural para crear una calidez
benefactora en los corazones menos comprometidos o alienados por las ideologías
y los odios.
Estoy seguro de que hay gente que
aprovecha estas fiestas para emborracharse. Otros les darán un contenido
religioso. Muchos disfrutarán de sus posibilidades vacacionales, de su deriva
comercial, o simplemente a otros muchos las tendrán en cuenta para invocar los
recuerdos de los seres queridos que ya no los acompañan. Muchas son las facetas
que estas fiestas provocan. En la mayoría una especie de reconcome de predisposición
a la alegría y ala buena voluntad hacia el resto de la humanidad. También están
los indiferentes, que los hay, los que pasan junto a los escaparates, las luces
y el ambiente general con un mohín de indiferencia, de incomprensión. ¿Y por
qué no todo el año? Suelen preguntarse. Pues seguramente porque el hombre, en
general, no está visceralmente preparado para la bonhomía o la felicidad
permanentes. No sé si es genético, psicológico o educativo, pero sé que es.
Y no nos olvidemos de los que
sienten un odio visceral hacia estas fiestas simplemente porque su origen es
religioso, o porque tienen la necesidad patológica de oponerse a todo lo que
existe con un posicionamiento ideológico compulsivo de derribar todo lo anterior
a ellos, a ver, todo lo anterior que les atañe directamente, ignorando que no
hay piqueta de pocos años que pueda derribar de un golpe un muro construido con
muchos siglos. Y hablo de lo que les atañe directamente porque esos odiadores
de todo lo suyo suelen ser entusiastas de lo ajeno. Seguramente a muchos de
esos que denostan las luces, los villancicos, los belenes… te los encuentras en
Lavapiés celebrando con jolgorio y regocijo el Año Nuevo Chino. Esquizofrenias de
la inmadurez, inestabilidades de las personalidades en formación.
La Navidad en Madrid, y hablo de
Madrid porque es lo que conozco, es una fiesta triste, sacada de contexto,
sacada de sus lugares tradicionales, abandonada de su sentido más humano, más
cercano, más de barrio o de pueblo que siempre son entornos que imbuyen de
proximidad y calidez humana. La Navidad en Madrid fue acomplejada y maltratada
el día en que los motivos navideños de luces y adornos fueron reemplazados por clases
de sofrosis o por motivos geométricos que en nada invocaban las fiestas a
disfrutar, las bombillas por leds y la cabalgata por un carnaval. La Navidad en
Madrid fue vaciada de ilusión el día en que un nefasto alcalde, el señor
Gallardón de triste recuerdo, decidió que Madrid iba a disfrutar de la Navidad
del Señor Gallardón, una navidad triste, de medio pelo, vaciada de contenido y
de apariencia.
Es cierto que la señora Carmena,
que no ha mejorado nada de lo importante y ha logrado empeorar muchas cosas de
las accesorias, también ha puesto su granito de arena. La patochada de la
innoble, miserable, lamentable, cabalgata de Reyes del año pasado es solo
propiedad intelectual de ella y de su equipo de gobierno. Ah¡, y de los que los
apoyan.
Si a esto le unimos el último
episodio de cochofóbia, me sigue encantando el término, a mí me da la sensación
de que lo que pretende el ayuntamiento de la capital es crear una sensación de
incomodidad tal en ciudadanos y comerciantes que acaben odiando, renegando de,
estas fiestas como paso necesario para que pierdan la poca esencia y
significación que aún les queda. Que nadie se asuste. Las vacaciones seguirían
existiendo. Les llamaríamos algo así como: “Fiestas del Año Nuevo Occidental, para
disfrute de hombras y mujeros”, el lenguaje también es importante y también hay
que retorcerlo para que no acabe significando algo.
Como decía el poeta: “nos queda
la palabra”. Pues ni eso, ya se encargan los políticos de medio pelo y miras de
ombligo, de desautorizar todo lo que haga falta para que al pueblo no le quede
ni la palabra, o al menos para que no pueda estar seguro de que significa o
como usarla. Pero esa es otra batalla.
En algunos sitios, para muchas personas,
ya es Navidad. Y como para mí lo es y mi pobre y poco formado espíritu se
regocija con los signos que aún quedan y se comparten, voy a aprovechar para
desear a todos, a todos, unas felices fiestas y mis mejores deseos para el
resto de sus vidas, ( sí, el treinta de marzo también les deseo lo mismo, pero
hoy me apetece decirlo). Eso sí, si alguien me lo acepta me sentiré
reconfortado y si otros me lo rechazan que me perdonen por esa maliciosa
sonrisilla condescendiente, o directamente malvada, que me puede asomar en la
comisura de los labios. Ninguno somos perfectos.
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