Mire hacia donde mire la
preocupación por la corrupción es una constante en este país, pero la mayor
preocupación, en mi caso, es la capacidad que tenemos en España de mirar
constantemente hacia otro lado.
Habrá quien leyendo mis primeras
palabras esté pensando que esto es una reflexión, otra más, sobre el voto al PP
en estas últimas elecciones. Pues no, o sí, según se mire.
De todos es sabido que entre los
españoles lo más imperdonable no es el fracaso propio, si no el triunfo ajeno.
Y, aunque los términos no sean homologables, si es verdad que esa
característica es fundamental a la hora de analizar la corrupción, la más
dañina y cotidiana corrupción que asola el solar patrio, por ponerlo en
términos añejos.
Haciendo gala de nuestra
idiosincrasia más contrastada podemos afirmar que en el tema de la corrupción
estamos más preocupados por lo que se llevan otros que por lo que nos quitan a
nosotros, al españolito de a pié, a diario y por el morro, con la mayor
impunidad y descaro, y esto no sale en las noticias. Y esto no se escucha en
las conversaciones, ni en los bares, ni en los despachos, ni en las colas del
autobús, donde ya no se habla, cada uno pendiente de su móvil multimedia y alienante.
Seguimos hablando, escribiendo,
escuchando, noticias sobre Bárcenas, sobre los ERE, sobre los Puyol, sobre… los
políticos en general. Seguimos escuchando e indignándonos con las tramas
corruptas que crecen al amparo del poder político y atragantando nuestras
entendederas con las cifras de millones que se han llevado, tan excesivas, tan
llamativas, tan idóneas para escamotear la corrupción diaria que va entregando
nuestro ejercicio como ciudadanos en manos de una aristocracia, no de palacio,
no de peluca y baile de salón, si no de siglas e ¿ideologías? Una aristocracia
que se encarga día a día de desmantelar nuestras opciones de verdadera
libertad.
Nos escandalizamos de lo que se
llevan y quienes se lo llevan, e incluso nos permitimos debatir sobre quién es
más corrupto, porque al parecer la corrupción se mide en euros y no en daño
moral. Porque al parecer la corrupción se mide en número de casos o número de
personas, según quien la cuente y lo que le interese, y no en cifras de
desencanto ciudadano. Porque la corrupción solo existe si sale en los papeles, si
habla de millones y si su difusión beneficia a alguna posición política, o
equilibra el escándalo promovido por otra.
Y mientras tanto yo, españolito
de a pié, iluso ciudadano, tonto inútil, permito la promulgación de leyes
puramente recaudatorias, permito la conculcación de derechos fundamentales como
la presunción de inocencia, permito que los Ayuntamientos y Comunidades
promuevan normas lesivas para mí y contrarias a la ley, permito que me hurten
la salud con leyes que favorecen a los grandes productores, en detrimento de
los pequeños de mayor calidad, permito que me despojen, a cada cita electoral,
de mis derechos de voto y representación con una ley electoral que impide
ejercer plenamente como ciudadano, permito que me expolien, que me perjudiquen
en mi propio nombre, permito que me cobren a precio de oro los servicios
básicos de agua y energía, permito que las grandes fortunas, o las grandes
corporaciones, repartan dividendos sobre la pobreza de los más desfavorecidos. Y
eso no es corrupción. Eso no. Eso creo que se llama libre mercado, o descarado
mercadeo.
Todos los ámbitos de la vida
pública, y por ende de la privada, están sometidos a la corruptela del favor al
poderoso, del ninguneo del ciudadano, del escamoteo pertinaz de los derechos en
nombre de esos mismos derechos. Nos escamotean la libertad a cambio de una
cuestionable seguridad, nos escamotean la salud permitiendo una cadena
alimentaria basada en el beneficio y no en la calidad, permitiendo el comercio
abusivo de las industrias químicas, ya sean sanitarias, energéticas o
alimentarias, nos escamotean nuestros derechos y libertades en una tutela
interesada, falsa, lesiva para nuestros intereses.
Pero bueno, no lo perdamos de
vista, lo importante es cuanto se llevó Bárcenas, que los hijos de Puyol se dan
la gran vida a costa de lo que tramó su padre o cuantos pringados hay en
Andalucía a costa del paro y las subvenciones.
Y yo mientras tanto seguiré
pagando multas, preventivas, de radares ocultos, o colgados en el aire, o,
llegará el día, camuflados en mis propios bolsillos. Mientras tanto seguiré
pagando multas por aparcar en un sitio que ya había pagado con un impuesto.
Seguiré comiendo unos tomates que sé que lo son porque tienen el color y la
forma que los identifica como tales, aunque no sé si resistirían una prueba de
ADN. Seguiré tomando unos medicamentos que me curarán de una enfermedad
cuestionable, pero amenazante, y que acabarán produciéndome algún otro daño,
por efectos secundarios, claro está. Seguiré pagando a la compañía de turno
diez veces más por los servicios prestados que por el agua que consumo. Seguiré
siendo el imbécil que grita a la salida de los juzgados, paga religiosamente lo
que le dicen que hay que pagar y va a votar obendientemente cada vez que dicen
que le toca.
Y a mí me ha tocado. A mí me
toca, y no es necesario que explicite la zona anatómica, indignarme con la
corrupción diaria, pertinaz y alienante a la que estamos sometidos los, de
momento solamente, aspirantes a ciudadanos. Y no solo de este país, que conste,
no solamente de este país, aunque lo nuestro tiene tela.
http://plazabierta.com/la-cotidiana-corrupcion/ 13-08-2016
http://www.dclm.es/opiniones.php?id=2650 19-08-2016
http://plazabierta.com/la-cotidiana-corrupcion/ 13-08-2016
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