Comprendo, ¿Cómo no iba a comprender?, que el paso de los
años permite que la experiencia sea un elemento a incorporar en los análisis,
en las reflexiones y disquisiciones que cada uno se hace sobre diferentes
temas.
Y esa misma experiencia, ese mismo poso de conocimiento
adquirido por el mero paso de los años, hace que todas las convicciones
personales estén revestidas de una pátina de reflexión pausada que, si no es
excesivamente pausada, resulta conveniente a la hora de analizar, de encarar,
las situaciones que te toque vivir.
Es precisamente esa pátina, ese plus vital que los más
jóvenes van adquiriendo según dejan de serlo, el que me lleva a afirmar sin
pararme en simpatías, o antipatías, personales, que el principal problema que
tiene en este momento este país es que los actuales líderes políticos son de
cuarta categoría.
Habrá quién se pregunte que por qué digo de cuarta y no de
tercera o de quinta. Bueno, en mi percepción es fácil catalogar la categoría de
una persona respecto a una labor o respecto a un objetivo.
Para un político que aspira a gobernar un país el objetivo
prioritario ha de ser lo mejor para ese país, lo más conveniente. Una vez
establecida esa prioridad habrá de hacerlo conforme a su ideología, siempre que
las circunstancias lo permitan, y con un equipo formado por personas de su
confianza. De Perogrullo, vamos.
Si en esto estamos de acuerdo, y estoy convencido de que es
suscribible por la mayoría de ciudadanos del mundo, la categoría de un político
puede medirse en función del desplazamiento del objetivo principal dentro de
sus prioridades a la hora de tomar decisiones que afectan al país a gobernar.
Establecida la fórmula solo queda aplicarla.
Nuestros actuales políticos miran en primer lugar, y de
forma “ostentórea”, por su propio interés. Su personalismo, su afán de
notoriedad y posteridad es digno de mejores metas. En segundo lugar, y aquí me
cabe la duda de si en algunos casos el segundo y el tercer interés son
intercambiables, miran por su partido. Posteriormente la mirada se les centra,
o descentra según la postura a tomar, en la ideología. Y tenemos que esperar a
un cuarto nivel para que el interés del candidato y el del país se encuentren.
Y aplicada la fórmula llegamos indefectiblemente a la
conclusión de que, desgraciadamente, nuestros políticos no sobrepasan la cuarta
categoría. Y eso siempre que consideremos, divina ilusión, que son
absolutamente sinceros con nosotros y que no tienen otros intereses o
prioridades en la mochila, que ya es lanzarse a la credulidad más desaforada a
pecho descubierto.
Y si los políticos son de cuarta el país que gobiernen será
de… efectivamente, un país es de la misma categoría que los políticos que lo
gobiernan y que han sido elegidos por una ciudadanía incapaz de exigir, de
controlar, de hacerse escuchar, o sea de cuarta categoría.
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