Lo decía hace poco, hace nada. Si
me llego a retrasar una semana incluiría lo de hoy en lo de entonces. La
realidad es tozuda, en este país por lo menos, y se empeña en dar y quitar
razones. En mi caso de dar, desgraciadamente.
España es un país de antis, mucho
más de antis que de pros, y solo desde esa perspectiva podemos entender ciertos
comportamientos, ciertas carencias morales y éticas, ciertas dejaciones
lamentables de humanidad.
Lo decía hace demasiado poco y,
aún a riesgo de repetirme, lo reafirmo. En España no somos de izquierdas ni de
derechas, no somos monárquicos o republicanos, no somos religiosos o laicos,
no, somos anti monárquicos o anti republicanos, somos antifascistas o
anticomunistas, somos anti católicos o anti laicos, antisemitas o anti islamistas,
y una vez que hemos definido contra que estamos por defecto atisbamos lo que nos
queda ser, y, por ende, lo somos hasta el paroxismo, con la desesperación
propia del que no quiere que lo consideren lo que anti es.
¿Qué no? ¿En que otro país un líder
político sería justificado y jaleado por un ataque personal contra otro
candidato? ¿En que otro país se permitiría una pertinaz, agobiante, casi
exclusiva, retórica del y tú más durante décadas, sin otro argumento político
positivo? ¿En que otro país habría tanta gente, además aparentemente
inteligente, que se alegrara de una acto absolutamente reprobable?
La violencia se condena o no se
condena. Sin matices, sin justificaciones, sin bandos ni bandas, sin sonrisas
de complicidad. Y cuando la violencia se condena, se condena incluso la propia,
la que en algún momento ejercemos y debemos de reconocer, la que en algún
momento podemos considerar inevitable sin dejar de ser culpable.
Es posible, todo el mundo lo
dice, que la salida de tono del señor Sánchez el otro día no tenga nada que ver
con el acto de violencia contra el señor Rajoy. Es posible. Es claro que en
ningún momento el señor Sánchez intentó, o previó, que un lunático asestara el
ya famoso puñetazo. Es más, estoy convencido del rechazo absoluto por su parte
de la agresión. Pero la violencia, la de los lunáticos, la de los iluminados, la
de los antis más extremos, se alimenta de un clima que cuanto más denso, cuanto
más sucio, más va cargando de sinrazones a los alunados.
Ninguno de nosotros, nadie en las
redes sociales, parece comprender que ciertos niveles de crítica, que
personalizar ciertas conductas, que nuestra incapacidad evidente de separar lo
público de lo privado, que nuestra incontinencia denigradora contra
determinadas personas, alimenta la enfermedad de individuos que se sienten
justificados en su dolencia. Nadie parece reparar en que las palabras también
están sujetas al efecto mariposa.
Hace ya algunos años, y con
motivo de una elecciones, escandalizado por ciertos mensajes de todo signo que
atentaban contra la dignidad más básica de personas cuyo único delito inicial
era presentarse a un proceso público bajo determinadas siglas, escribí una
proclama que se llamaba “A mí no” y que lo único que pedía era que no me
hicieran llegar ningún tipo de mensaje, de ningún signo, o partido, o
tendencia, que afectara a la dignidad de una persona. Y me costó amigos, de
todos los signos, de todas las tendencias, de varios partidos.
Yo voy a empezar por reconocerlo.
Yo he contribuido a que un pobre chalado le pegara al Presidente del Gobierno
de mi país. Y tú. Tú también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario