viernes, 25 de diciembre de 2015

Tirarse los trastos

Hay una frase en castellano que se utiliza para conflictos sin posibilidad de arreglo: “tirarse los trastos a la cabeza”. Y eso es lo que creo que está pasando últimamente. Hay gente que parece considerar que está en su mano forzar un cambio de la historia y, sobre todo, que ese cambio se tiene que producir ya, de su mano, en el breve periodo de un, perversamente llamado, mandato.
Tal vez sería conveniente que alguien les explicara que la historia es inamovible, pertinaz, histórica, aunque parezca una redundancia, y aquellos que pretenden cambiarla, adaptarla a sus deseos, ideologías o necesidades, reciben el cordial título de manipuladores.
Y la largada ¿a qué viene?, pues viene, y va, como el flujo y el reflujo, a la decisión de cambiar los nombres de ciertas calles de Madrid. ¿Es que me parece mal? No. Me parece que las personas implicadas en las muertes de compatriotas por motivos ideológicos no deben de ostentar ningún tipo de reconocimiento público. Ninguna persona y ningún reconocimiento. Pero  estrictamente. No me parece bien que se quite un nombre por motivos políticos y se sustituya por personajes políticos de ideología contraria. A ciertas personas el haber perdido una guerra no las exime de sus culpas antes de que se produjera el conflicto y durante su desarrollo. Eso es tirarse los muertos a la cabeza y me parece un ejercicio innoble, indigno, porque es considerar que en esa guerra, en ese nefasto momento de nuestra historia, hubo muertos de primera y muertos de segunda, y olvidar que muchos murieron donde les tocó, donde les pilló el horror, y su muerte nada tiene que ver con ideologías o valores.
¿Es que solo hubo asesinos en un bando? ¿Es que una denigrada legalidad, puesta en cuestión por muchos de los que ahora la reclaman, justifica las barbaridades cometidas? ¿Es que no todos tenemos muertos en ambos bandos? ¿Es que la historia que me han contado mis mayores, de ambos bandos, de muchas facciones, se la inventaron y solo la saben algunos iluminados de hoy en día?
Tirarse los muertos a la cabeza solo genera más frentismo, más intolerancia, más resquemor entre aquellos que, incapaces de sustraerse a la provocación de ciertas actitudes revanchistas, entran en el juego de los que caen en la tentación, la osadía, de hacer películas de buenos y malos que nunca pueden soportar el menor rigor histórico.
Yo, sinceramente, en este tema encargaría unas placas del callejero que den la opción de cambiar el nombre a voluntad del que gobierne en ese momento. Eso supondría un ahorro considerable con vistas al futuro. O eso, o poner en las calles sus nombre antiguos, o nombres de personajes universales que hayan contribuido al bienestar de la sociedad, de personajes que, el día de mañana, no puedan ser objeto del mismo sectarismo que ahora se pretende perpetrar.
¿Es que los nuevos nombres no se merecen un reconocimiento? Si, definitivamente sí. Pero lo que no se merecen es ser utilizados para un quítate tú para ponerme yo, para un uso que pueda ser cuestionado en el futuro, y en el presente. No olvidemos que entre los nombres propuestos está el de Santiago Carrillo, figura histórica y al que los españoles tenemos que agradecer su cuota parte en la actual constitución y en la construcción de la actual convivencia, cuya figura siempre arrastrará su implicación en ejecuciones colectivas por motivos ideológicos.
Todos los que vivimos tenemos fantasmas, claroscuros, pasajes de nuestra vida de los que no sentirnos orgullosos, pero no  se puede, en nombre de nada ni de nadie, intentar tapar una parte de la historia que no guste ignorando olímpicamente que existe otra parte de la población que se siente más identificada con esa parte que se pretende borrar, que se quiere reescribir. Es una inversión en problemas de convivencia en el futuro.

Es justo reivindicar a los muertos, es justo poner bajo la lupa a todos los personajes que vivieron esa atrocidad, pero lo que no es justo es considerar que todos los buenos estaban en un bando y todos los malos en el otro. Esa es otra forma de provocar en la historia un bandazo que antes o después tendrá que ser corregido, posiblemente, históricamente, con otro bandazo. Y los bandazos se dan, sobre todo, en tiempo de tormenta, y pueden acabar en un naufragio.

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