Hay historias que son chuscas,
historias que reflejan como el exceso de celo, entusiasmo o razón, pueden llevar
a la estulticia.
Asistí hace un par de años, en la
ciudad portuguesa de Tomar, al primer encuentro de caballeros templarios al que
acudieron grupos de toda la península y de otros países allende los Pirineos.
Había agrupaciones de caballeros templarios de diversas ciudades, unas con
mayor rigor histórico y otras con mayor carga tradicional y, o, turística.
Tomar, ciudad que acogió a los
templarios en su persecución, ciudad que conserva aún construcciones y restos
ligados a los caballeros de la Orden del temple, quería hacer un homenaje a tan
controvertidos personajes reuniendo en un desfile, y conmemorando con mercadillos y actos de
aire medieval, a todas las asociaciones, cofradías o capítulos que rememoran su
existencia.
Y cuento esto porque de entre
todos los que se presentaron para participar hubo una agrupación española que
vio como los organizadores rechazaban la inclusión de parte de sus miembros
¿Porque llevaban los uniformes equivocados? No, ni por eso, ni por ningún
problema de vestimenta, acreditación o pertinencia. Los miembros rechazados
eran mujeres y los organizadores portugueses, cargados de razón, no entendían
que en España se admitiera la existencia de “caballeras templarias” ya que
nunca habían existido. En todo caso ellos no las admitieron y las “caballeras
templarias” y sus acompañantes, indignados, no participaron en el desfile.
Y es que, en España, como somos
los más modernos, los más avanzados del mundo mundial, eso de las tradiciones
es algo que cualquier recién llegado se siente con capacidad para eliminar, cambiar
o adaptar a sus preferencias particulares alegando toda suerte de modernidades propias
y oscurantismos ajenos.
Recordemos que ciertos concejales,
de cierto partido por cierto ayuntamiento, decidieron que a partir de resultar
electos realizarían todas sus intervenciones utilizando el femenino con objeto
de reivindicar la igualdad de género, lo que, así a bote pronto, me parece una
estupidez supina, y pensándolo mejor, digno de soplagaitas.
Y todo esto viene por la noticia
de que alguien en el ayuntamiento de Madrid se planteó que en estas navidades
sería bueno que existieran reinas magas. ¿Qué eso que es lo que es? ¿? Y yo que
sé. En principio creí que el título correspondía a alguna comedia perdida de Tono
o de Miura, pero al ver que no, que la cosa parecía ir en serio, me puse a
repasar textos y no fui capaz de encontrar la tal figura en ninguna tradición,
en ningún tratado histórico.
Yo que creí que una vez eliminado
Gallardón de la vida pública las fiestas navideñas en Madrid ya no podrían
empeorar, incluso que podrían mejorar, pero me he encontrado, entre esta historia,
la del belén y las luces de diseño, con un todavía más moderno, triste,
perverso e insulso planteamiento de las navidades en nuestra capital.
Está claro que alguna mente, de
un brillo que no nos permite atisbar su brillantez, ha decidido que tiene que
pasar a la historia. Él, o ella, pensará que por su capacidad de innovación, su
compromiso con enseñar a todos su verdad y su lucha por la igualdad. Otros,
ellos y ellas, pensaremos que por su capacidad chusca.
El caso es que sea por lo que sea
lo que sufre con esta historia es la ilusión que los niños, y los no tan niños,
tenemos puesta en una de las pocas fiestas que exaltan el escasísimo sentido
mágico de la vida. Todos los medios de comunicación, entrando en un juego
triste, se han puesto a comentar la noticia abiertamente, sin pensar en, ni
penar por, el daño que se realizaba difundiendo esa noticia a los cienes y
cienes de niños, y no tan niños, que aún, afortunadamente, creemos en Los Reyes
Magos.
Claro que a lo mejor se trata de
eso, de eliminar la ilusión, de acabar con el sentido mágico, de hacer de todos
nosotros, permanentemente, unos esclavos de la razón más fría, de que todos
pertenezcamos a un tipo y mentalidad única que ya se encargaran algunos, los
listos, los superiores moralmente, los poseedores de las verdades absolutas, de
dictar en que consiste. Peligroso verbo. Dictar.
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