Por un lado ha pasado suficiente
tiempo, ya dos semanas, y por otro aún hay que esperar bastante, casi cuatro
años, para plantearse con cierta perspectiva el resultado electoral de la
última convocatoria que hemos vivido en España.
Por un lado no ha cambiado nada,
todos los partidos se consideran ganadores según el criterio que les conviene,
pero por otro lado todo ha cambiado con la irrupción de nuevas fuerzas
políticas (dos) y la desaparición prácticamente total de algunos partidos
(dos).
Por un lado los ciudadanos han
fragmentado su voto con la aparente intención de evitar la falta de control
sobre el poder de la que hemos adolecido en los últimos tiempos en este país y
que ha dado lugar a figuras nefastas como el Sr. Gallardón o el Sr. Zapatero,
pero por otro lado la necesidad de los partidos de “pillar cacho” los lleva a
buscar desesperadamente alianzas que reproduzcan en mosaico el monolito.
Por un lado, y por una vez, los
ciudadanos han parecido votar en positivo y pluralidad a pesar de una ley
electoral que les roba la posibilidad de elegir a las personas por las que
realmente quieren ser representados en favor de ideologías fácilmente escamoteables,
pero por otro lado, una vez más, los partidos han elegido el frentismo, el
mensaje a la contra, de tal forma que la conclusión más escuchada, más
machaconamente difundida, es la de defenestrar, expulsar de las instituciones
dicen, a los representantes de más de la mitad de los votantes.
Por un lado los votantes han
elegido probar nuevas vías que corrijan los errores cometidos de fondo, de
forma, de prepotencia y autismo ciudadano, pero por otro los partidos están
eligiendo reproducir fórmulas que ya han fracasado repetidamente y en distintos
lugares, incluido este país nuestro.
Por un lado los ciudadanos han
decidido que lo que fue en sus tiempos UCD, después el CDS e intentó ser UPyD,
es decir un partido bisagra que evite la polarización de la política hacia un
lado u otro del espectro pretendidamente ideológico, lo ocupen ahora los
señores de Ciudadanos, y por otro han decidido entregar el testigo de una
fuerza política instalada desde hace años en la demagogia, la acomodación y la
corrupción (como todas), como era IU a una nueva fuerza política de izquierda
más radical como es Podemos.
Lo que en ningún caso parecen
haber votado los ciudadanos es el mercadeo, el intercambio de cromos, el
frentismo, la división, la mentira, el escamoteo de sus deseos, el espectáculo del
triunfo universal, la persecución, la vuelta a la tortilla, que siempre exige
otra vuelta más, y otra, y otra.
Por un lado el fracaso una vez
más de una ley electoral que no garantiza más que la creación de perversiones,
de nichos, de mafias de poder, por otro el deseo de una ley que permita la
elección directa de representantes y expresar las diferentes sensibilidades de
cada votante que no tienen que corresponderse con las de ningún partido
concreto.
Por un lado, como cada vez, como
siempre, la voluntad de los ciudadanos de formar una sociedad libre y plural,
harmoniosa en convivencia y comprometida con su futuro, por otro, como cada
vez, como siempre, la voluntad de los partidos de conseguir el poder a costa de
lo que sea y eliminar toda pluralidad que atente contra su predominio y el inmoral,
el infecto, el desmoralizador medraje de sus mediocres cuadros.
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