Me levanté esta mañana y
repasando en las redes sociales las últimas entradas de mis conocidos, para lo
que aprovecho el ratito del desayuno, me encontré la reseña de un artículo
publicado en Francia en el año 2003 que se titulaba: “Los Poetas Volverán”. Mi
primera reacción fue matizar ese título y cambiarlo por el de volverán a ser
escuchados, pero tras leer el artículo me maticé a mí mismo y lo cambié por
volverán a ser populares, gente que escucha y escribe a, de y para las gentes
cotidianas que le rodean y entonces volverán a ser escuchados, porque nadie
desoye su propia voz.
Ya en el siglo de oro el
enfrentamiento entre Quevedo y Góngora nos anticipaba el posterior devenir de
la poesía en particular y del arte en general. Por un lado lo popular, lo
cotidiano, el verso que vivía y convivía en las calles, en los corrales, en la
parte más barriobajera de los palacios, el sentimiento y la chispa, y por otro
lado la búsqueda estética, elitista, culta y más fría del verso trabajado y
parido con recursos más literarios e incapaz de ser apreciado por el pueblo
llano con el que ni estaba ni se le esperaba.
Esta escisión inicial se ha ido
marcando cada vez más, se ha ido ahondando cada vez más, se ha ido distanciando
cada vez más, hasta que la llegada del arte experimental y elitista, la llegada
del artista profesional y por tanto del mercantilismo más desapegado del pueblo
que no puede pagarlo, o no reconoce el valor que el mercado tasa para la obra,
lo ha convertido en popularmente inaccesible. Es ya la época de los lienzos en
blanco con un cuadro negro en la esquina superior izquierda, -descripción y a
la vez título-, es la época de la música dodecafónica y otras tendencias
musicales “solo para expertos”, de las novelas mediocres literariamente y
vacías de vivencias que por mor de la publicidad mercantilista se convierten en
grandes ventas -muchas de ellas decorativas y que no serán abiertas jamás-, y
de una poesía solo aplaudida por sus círculos más allegados, políticos o
culturales, y que una vez degustada en la intimidad uno tiene que leer y releer
para conseguir entender que no hay quien la entienda.
Hemos condenado a la poesía, a la
literatura, a la transmisión viva de la vivencia y el sentimiento populares, a
refugiarse en dos guaridas tan irreconciliables como sospechosas e inaccesibles
para la gente de a pie, para los habitantes cotidianos de un mundo que se está
quedando sin voz, sin conciencia, sin capacidad de reacción ante el brutal
ataque de unos poderes solo interesados en su propio bienestar y la más sumisa
esclavitud de los irónicamente llamados ciudadanos. Hemos condenado a la
poesía, a la literatura, a su difícil supervivencia en círculos exclusivos por
reducidos donde juntarse los iniciados, en unos casos para escuchar alguna inaudible
voz que tiene interés en comunicarse, en otros casos para firmar contratos que
permitan al “autor” su acceso a la élite de los promocionados profesionales.
No sé cuál será el devenir de la
poesía, de la literatura, del arte. No sé ni siquiera si existe ese futuro o las maquinas correctamente programadas
sacarán a la luz las obras más convenientes para el mercado y los intereses de
la cúpula dominante mientras algunos malditos en antros y esquinas se jugarán
su libertad y su prestigio desafiando a la cultura oficial y ofreciendo unos
retazos de creatividad, de mayor o menor calidad, pero de creatividad humana y
popular. No sé si el fenómeno internet, y la capacidad de colgar la propia
creación y ofrecerla libremente, conseguirá romper ese dominio mercantilista
que ahora se ejerce, o sucesivas actuaciones acabarán por eliminar también esa
posibilidad. Tal vez incluso este esperanzador medio muera no solo por la
intervención exterior si no por el exceso de información que supone y la
incapacidad, imposibilidad, de que se acaben encontrando el autor y el
espectador que harían saltar la chispa.
Aun así también es posible que
los poetas, los literatos, los artistas, vuelvan alguna vez a su origen, a su
función primordial, la de notarios de su tiempo y de sus gentes, transmisores
de los logros íntimos de humanidad y de sus cuitas y alegrías, y dejen de ser
funcionarios del dinero y el poder, valga la redundancia. Y entonces volverán a
ser escuchados. Es posible
Yo por el momento me declaro más
de Sabina que de Alberti, más de Mortadelo y Filemón que deDan Brown, más de
Antonio López que de Tapies, más de Cole Porter que de Karlheinz Stockhausen,
más de las casas de comidas y tabernas que de las estrellas Michelín. Es lo que
hay.
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