Nos torean, en el sentido literal
de la expresión. Nos sacan al ruedo de la opinión, nos torean con argumentos
que nos dividen y nos hacen débiles porque nos obligan a mirar hacia donde no es
y luego nos matan, en carne propia o en carne ajena, que, en sentido gremial de
ser humano, tanto me da, porque la muerte ajena la acabo sintiendo como propia
y porque la muerte es lo único en esta vida que no tiene vuelta atrás.
Quince muertos que son, que
desgraciadamente serán, en realidad cientos, miles, a lo largo de los años,
pero quince muertos para sostener una larga cambiada que nos vuelva a centrar
en el engaño triste, cruel, del falso debate sobre si se ejerció una violencia
desmesurada sobre unos señores que intentaban traspasar violentamente una
frontera. Que si los que lo intentaban eran unos pobres inmigrantes, que si los
que lo evitaban eran unos crueles policías, que si los que lo intentaban eran
unos peligrosos delincuentes, que si los que lo evitaban eran unos inocentes
servidores de la ley. De todo habría en ambas partes y nada de eso deberíamos
de preocuparnos porque el daño ya estaba hecho de antes y por todos.
Ya de por si el que hubiera dos
bandos, dos partes, ya de por si la simple, y xenófoba, denominación de
inmigrante es ofensiva para cualquiera que se sienta ser humano, ya el concepto
inmigrante es moralmente insostenible. La culpa no es de quien quiere alcanzar
un lugar en el que mal vivir, marginalmente, miserablemente a veces, explotado
y siendo reo de perjuicio ajeno por esa explotación, es un paraíso deseable
desde una miseria, desde una explotación, que en origen es inconcebiblemente
mayor. La culpa es de una civilización, de un desarrollo político, que ha hecho
de su compartimentación, de su concepto de chiringuinto exclusivo, territorial y
económicamente, un motivo más para que los de dentro se sientan superiores, o
diferentes, o inferiores, o agraviados, o explotados, o amenazados, o cualquier
otro sentimiento que al que maneja el cotarro le interese respecto a los del
otro lado de la inmoral, impuesta, virtual frontera.
Cuántos muertos, ¡cielo santo!,
cuántas vidas, cuanta inteligencia desperdiciada en mover y sostener unas lindes que no tienen otro beneficiario
que los de siempre, ni otros sacrificados que los de costumbre, los peones que
las habitan, ni otros argumentos que los inmemoriales: el falso agravio, la
diferencia inexistente, la intolerancia, la compartimentación del poder, el
reparto innoble e interesado del territorio para aquellos que pretenden
acapararlo.
Mientras existan las fronteras,
mientras acojan privilegios a costa de los perjuicios ajenos, mientras las
musiquitas y los colores no nos dejen en la cama igual, mientras las palabras “inmigrante,
“emigrante”, designen una cuestión legal más allá del simple movimiento físico,
mientras las pertenecías, políticas, religiosas, étnicas o culturales sirvan
para diferenciar, ofender, ser ofendido, atacar, o ser atacado, el único debate
que ese me alcanza es: ¿que mierda pinta esta raya aquí?.
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