martes, 11 de marzo de 2014

O las Dos

Ha pasado el día de las víctimas, el día de las conmemoraciones y actos que rememoran una acción que supuso el dolor y la perdida de seres queridos para los que los perdieron, el miedo y el recuerdo lacerante para los que se quedaron. Ha pasado el día, que en realidad para muchos son todos los días, de recordar con dolor, con añoranza, todo lo que para las víctimas, muertos, heridos, allegados, pudo ser y no fue a partir de aquella aciaga jornada del 11 de marzo.
Aunque no porque haya pasado el día pasa el recuerdo, no porque el calendario siga su curso en pos del sol y su camino, el dolor sea menos intenso. Simplemente las agujas se siguen moviendo para alcanzar tras setecientos treinta giros completos un nuevo día de recuerdo y dolor expresados.
Pero tal vez porque ya no es el día de las víctimas podamos sin remordimientos, sin reparos, con un cierto resentimiento, establecer que hoy sea el día de los damnificados, el día de los que sin ser muertos, heridos, ni allegados, llevan diez años viviendo las consecuencias de aquellas explosiones, el día en que varios millones de españoles se dejaron arrastrar  para reabrir el más amargo de los fantasmas nacionales, el día del renacimiento de la versión más feroz y descarnada de las dos Españas.
Porque al día siguiente hubo quien pretendió sacar partido de la sangre aún no coagulada, hubo quien sacó partido del espanto y del miedo, hubo quién mintió para asegurarse los votos que ya no podrían emitirse y hubo quién los buscó por otros medios. Porque al día siguiente, que digo, al minuto siguiente, esta nefanda casta de burócratas aprovechados y sin conciencia que se llaman políticos, se dedicó a mover sus fichas para asegurarse su cuota de muerte y a los demás, a los de a pié, a los que aún traumatizados contemplábamos el ir y venir de cadáveres y ambulancias y seguíamos con ansiedad las cifras cambiantes de heridos y muertos, nos dejaron una herencia aún no resuelta de frentismo, el rencor irreconciliable de las afrentas indecentes que taparon, que tapan, una reconciliación con el rigor, con el respeto, con la convivencia, que una vez más se ha demostrado inalcanzable. En España una vez más, hace ya siglos, hace ya diez años, vivimos unos contra otros, unos frente a otros, en vez de unos y otros. En España una vez más, hace ya siglos, hace ya diez años, vivimos del insulto con rabia, de la descalificación ciega y partidaria, del “y tú más” de la desmemoria, de la mediocridad, y la inutilidad. En España una vez más, hace ya siglos, hace ya diez años, vivimos de agredir con el pasado en vez de buscar con ahínco, con generosidad, con colaboración, el mejor futuro. Porque en España una vez más, hace ya siglos, hace ya diez años, hemos sustituido la convivencia por la confrontación, el debate por la algarada, el adversario por el enemigo, la razón por el insulto.

“Españolito que vienes al mundo te guarde Dios una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, o las dos.

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