Si nos paramos a escuchar y
reflexionamos sobre lo escuchado podremos darnos cuenta de que en el mundo
llamémosle “libre”, es decir aquel que ha conseguido un cierto nivel de
reivindicaciones y libertades, se demanda una nueva forma de hacer las cosas. Existe
un cansancio hacia las posiciones intransigentes y “mentirosas” de los
políticos, más preocupados en marcar territorio que en los logros ciudadanos.
Esa falta de credibilidad, esa cada vez más acentuada falta de
representatividad de la calle real y de sus verdaderas necesidades e
inquietudes está demandando nuevas figuras que consigan armonizar, que consigan
hacerse oír y transmitir lo que la gente de a pie necesita día a día, de lo que
piensa el hombre de la calle.
Es verdad que se vota cada cuatro
años y se eligen nuevos representantes según la mayoría de los votos emitidos,
pero una reflexión sincera nos permite comprobar cómo crecen el voto en blanco
y la abstención en un intento de hacer oír el descontento con el sistema
electoral y su imposibilidad de reflejar, según está ahora legislado, el
verdadero pensamiento de la calle. Las listas cerradas, las parcelas
electorales que garanticen rentabilidad, económica y electoral que van parejas,
a las grandes estructuras montadas ad hoc, el secuestro de la representatividad
que conlleva la disciplina de voto ejercida por los partidos en el parlamento,
bordean, creo que por la parte fuera, la esencia de una democracia.
Pero para poder cambiar la
situación hay que hacerse oír. Para cambiar la
situación es imprescindible y ya urgente que la ciudadanía retome el
control de su representatividad, el volumen de su garganta y plantee la batalla
a la mala praxis de los partidos. No se trata de sustituirlos, no se trata de
abolirlos o cambiarlos por otros partidos. La situación parece indicar que
falta una figura intermedia, una correa de transmisión que mediante la presión
popular obligue a los representantes políticos a ejercer la voluntad de la
calle, a percibir y solventar las necesidades cotidianas, si las cotidianas ,
las del día a día, no solo las macroeconómicas o globales que parecen ser las
únicas motivantes para ellos.
Y ese debe de ser el papel de los
movimientos, de las asociaciones ciudadanas. Estas figuras hasta ahora mal
utilizadas por minoritarias, por ser o parecer correas de transmisión de
pensamientos políticos cuando no detentan la representatividad, deben de dar un
paso al frente y movilizar a los ciudadanos para la consecución de las mejoras
necesarias para su devenir cotidiano. Pero es fundamental que sean
independientes, que más allá del pensamiento político de sus miembros
individuales mantengan una postura reivindicativa independiente y directamente
conectada con el ciudadano de a pie, y que consigan motivarlo, porque sin el
respaldo amplio de sus reivindicaciones no pasarán de un grupito de señores que
se reúnen y charlan, y para eso ya están las tertulias de café.
Sustituyamos la confrontación por
la reivindicación, sustituyamos la denuncia por la solicitud y tal vez
consigamos hacernos escuchar o hacer que nuestro esfuerzo sea compartido por
aquellos que lo demandan y lo necesitan.
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