Hablando con mi amigo Antonio
Zarazaga me comentaba que quería perpetrar en su casa comidas familiares con
“bandera blanca”, sin televisión que aporte sangre, vísceras y miserias y
controlando los temas coloquiales para evitar conflictos y enfrentamientos.
Recordé y le comenté que los
ágapes de los masones imponían la prohibición de tratar temas políticos o
religiosos –incluso fútbol- y en el turno riguroso que controlaba el presidente
de la mesa estaba el impedir que existieran réplicas y contra réplicas. Cada
uno expone lo que desee sin hacer referencia expresa negativa a nada de lo
dicho por los anteriores.
Armado de tan buenas intenciones
decidí saltarme el copyright de la idea y aplicarla en mi propia familia
aprovechando una celebración.
La novedad de la idea produjo un
efecto curioso, nos pasamos más tiempo invocando la idea que practicándola.
Solicitamos bandera blanca cuando alguien criticó la mahonesa, también cuando
otro se quejó de que no había recibido unas fotos, y por una referencia a dejar
de fumar y porque yo lo hago de otra
forma, y porque yo y porque tú y que decir de él o de vosotros…
Al final yo saqué la conclusión
de que en mi familia, y sospecho que en la mayoría de las familias, lo
conflictivo no son los temas si no la misma trama familiar y que al fin y al
cabo esa trama , esa conflictividad, marca su peculiaridad y aporta su encanto,
al menos mientras no llegue la sangre al río.
Pero por si alguien que lea estas
líneas quiere intentarlo un consejo: Si va utilizar la bandera blanca procure
que no tenga asta, vulgo palo, no vaya a ser que alguien decida usarla para
acabar con el experimento.
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