martes, 15 de mayo de 2012

Nombres Politicamente Correctos (20-01-11)


Y tomando al vuelo, sin palo ni escoba, lo de las meigas y su diversidad se me ocurre que hay algo en esta sociedad que compartimos que me enerva especialmente, la utilización inadecuada y maniquea del idioma.

¿Por qué le llamamos mayores a los ancianos?¿ Personas de color a los negros?¿Justicia a la legalidad?¿Amor al sexo? El empeño de inventar nuevas, y a veces complicadas, expresiones para denominar cosas que tienen ya su propio nombre como si con la nueva denominación consiguiéramos suavizar la carga que presuponemos a la antigua, es una demostración palmaria de que esta sociedad está enferma, tiene el mal de la falsedad y el disimulo. Ya que no somos capaces de ser mejores cambiemos el nombre de nuestros demonios.

La carga negativa de las palabras reside en el tono del que la utiliza. Por no llamarle enano a un enano no va a crecer, ni a cambiar aquellas características físicas que lo diferencian y si lo utilizo con el tono correcto no estaré haciendo otra cosa que nombrar a una persona perfectamente identificable físicamente. ¿Y si le llamo bajito?, pués tampoco pasa nada, pero también puedo estar refiriéndome a un liliputiense, o a un pigmeo, o a mi mismo descrito por un jugador de baloncesto, o a un señor normal de 1,50 referenciado según la talla media del país.

Se me ocurre, si queremos denominar de forma políticamente correcta a un pigmeo, no le podremos llamar tal porque le puede resultar ofensivo, debemos de llamarle señor de talla baja de color –aquí deberíamos de hacer como Les Luthiers y dejar unos puntos suspensivos y añadir “negro”, entrecomillado incluso oralmente para tranquilidad de los buenistas- habitante de ciertas zonas de África.

Si, en el mundo hay enanos, negros, feos, ancianos, subnormales, inválidos y hasta osos polares, y no pasa nada. Lo malo es que alguien los desprecie por lo que aparentan y se olvide de lo que son, personas dignas de respeto y amor, excepto los osos polares. Pero entones lo que hay que hacer es despreciar, ya que no hemos sido capaces de educarlo, al ofensor, no cambiarle el nombre al ofendido.

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