sábado, 7 de abril de 2012

Magia y Desilusión (24-12-10)


Una de las características de la magia es que a pesar de ser una fuerza maravillosa, eterna e intemporal, al contacto con el hombre toma de él la característica de limitarse, porque ningún hombre, ningún ser nacido de antecesor/es puede estar ilimitada ni eternamente maravillado, y no confundir, que los hay, maravillado con colgado aunque el resultado final pueda ser semejante.

Como intentaba decir, después de la magia suele presentarse, ya en el interior, sin llamar a la puerta., por sorpresa a pesar de ser esperada, la cruda realidad y se encarga con su mirada fría y fotográfica de barrer cualquier vestigio de magia que pudiera quedar oculto o disimulado, dentro o fuera de las consciencias. La cruda realidad solo entiende de texturas, de cifras, de necesidades y cuando es su tiempo se vuelve tirana y lo reclama en su totalidad y con absoluta dedicación.

La magia, la ilusión y su vástago el ilusionismo necesitan de al menos tres componentes, el objeto de la ilusión, el ilusionista y los ilusionados. Todo debe de cumplir su papel para obtener el efecto deseado. El objeto debe de ser el adecuado y estar adecuadamente preparado. El ilusionista debe  de ser hábil, tratar  con delicadeza y perfección al objeto y conseguir de los ilusionados que vean solo lo que es conveniente para poder lograr el objetivo. Los ilusionados deben de intentar, estar dispuestos a, ser cómplices del ilusionista y seguir razonablemente crédulos los tejemanejes del oficiante.

Todo está dispuesto, el espectáculo va a empezar. El conejo está escondido en su trampilla de la chistera, el mago se ha remangado para que los espectadores miren a sus brazos y sus manos y el público tiene intacta su capacidad de asombro y admiración, de exclamaciones y aplausos.

Pero la cruda realidad, como decíamos, limita a la magia y cuando el conejo muerde el dedo del ilusionista, o el ilusionista le trilla las orejas con la trampilla, o se ve la trampilla en el fondo de la chistera, o el público, después de varios fallos, empieza a confundir la hilaridad con la magia, lo jocoso con lo asombroso, es hora de cambiar el número y que el espectáculo continúe. No se si lo que corresponde son trapecistas o payasos. ¿Y la magia?, la magia ha de estar en que el público no se marche y el circo pueda llenarse otra vez al día siguiente, eso si, con otro mago.

En fin. Se acabarán estas fiestas y el problema es que recordaremos, tal vez incluso brutalmente, que todos los trucos del mago se han visto, que ya no creemos en la magia y que mientras tanto el conejo está prácticamente asfixiado y yo ya no se si soy el conejo, la liebre o el tonto útil que sirve de engranaje al sistema, pero lo que seguro que ya no soy es el ilusionado.

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