El lenguaje es un arma poderosa, el
lenguaje es un arma cargada de futuro, solo hay que aprender a utilizarla.
Estamos
acostumbrados a la concreción de las palabras, a su significado directo aunque
a veces el paso del tiempo las provea de un segundo tercer o hasta décimo
significado que nos enriquece en los dobles triples… y hasta décimos sentidos de
las frases que utilizamos.
Pero de un
tiempo a esta parte la sociedad ha inventado, ha reinventado, la posibilidad de
sustituir una palabra directa, diáfana, cruel a veces por su significado, por
toda una serie de giros, circunloquios y funambulismos semánticos que siempre
he considerado una forma maniquea de llamar a las cosas. No puedo evitar pensar
que persona de talla corta y enano, o subnormal y disminuido psíquico son misma
cosa llamada de una forma distinta, aunque no menos ofensiva si el afectado,
sus allegados o las asociaciones que los reúnen deciden ofenderse por una
descripción no malintencionada. Llamar caballo de tamaño medio africano con
rayas a una cebra no cambia su condición, llamar mujer que fuma a una
prostituta, ramera, puta, etc… no varía su función socio-sexual.
Ahora se que
estaba equivocado. Ahora por fin he comprendido que todo ese esfuerzo por
redefinir y envolver no era más que una introducción, una vía de enseñanza,
para la situación actual en la que empezamos a comprender que ante la actual
situación, “precaria aunque sin duda tomada con rigor con el fin de llegar a futuros
momentos con un cambio de estructuras y unos sacrificios que sin duda se verán
compensados con la bonanza de esos tiempos venideros”, solo el lenguaje puede
situarnos en la verdad necesaria.
Yo por lo de
pronto he conseguido pillar algo de lo que nos explican –después de dos noches
de extraños sueños me desperté entendiéndolo- y puedo manifestar con gran
orgullo, con gran satisfacción, con una plenitud estomacal insospechada que a
día de hoy me encuentro ahíto, incluso un poco empachado, a cuenta de lo que
comeré a partir de la próxima semana. El país se lo merece.
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