sábado, 7 de abril de 2012

La Magia del Cargo (30-12-10)


Aún a costa de resultar reiterativo me reitero en mi idea de que la magia es eterna e intemporal, no más, ni menos, que lo es el universo que la engloba o la capacidad de percibirla de los seres conscientes, sea su consciencia individual, colectiva o de cualquier otro tipo aún insospechado.

Así que basándome en mi propia aseveración, que mejor base, me atrevo a pensar que la magia no se va, no desaparece, ni tiene tiempos buenos ni malos… simplemente muda, cambia de color.

La magia, que pertenece a las fuerzas místicas, sostiene el conflicto permanente entre el bien y el mal, la blanca y la negra – y la roja y la verde-, y todos sus infinitos matices de grises que ni siquiera es capaz de percibir el sagaz, cromáticamente hablando, ojo de una mujer.

Ya definir en que parte, en que color, en que matiz, estamos situados cada uno es harina de otro costal porque todos tendemos a pensar que nosotros estamos siempre del lado blanco, del bien, de los buenos y guapos –porque nadie puede pretender ser bueno siendo feo, eso siempre acaba mal, recordemos a monstro de Frankestein, o al jorobado de Notre Dame-. Nadie quiere ser feo y si además lleva añadido lo de bueno miel sobre hojuelas.

Pero yo ya no estoy seguro de ser bueno, o sea guapo. No puedo evitar después de mirarme en el espejo considerar que hay aspectos mejorables en mi y me produce cierta perplejidad cuando compruebo que los demás después de mirarse en el mismo espejo se encuentran irresistibles, esplendorosos, cuasi divinos. ¿Seré yo el único imperfecto de este mundo?¿Me tendrá manía el espejo?¿Seré el único que se mira?¿Será alguna suerte de magia, negra por supuesto, o encantamiento?

Yo de magia negra entiendo poco. La Macumba necesita de la convivencia para su dominio, el vudú me repele y me da miedo y en cuanto los encantamientos de las brujas o meigas, el mal de ojo, el chuparte la sangre, las maldiciones y amarres, se me hacen difíciles de percibir en medio de la vorágine y el descreimiento general del mundo en el que vivimos. Solo me preocupa, me inquieta, me asusta la cargolatría.

No estoy seguro de cómo funciona pero he asistido transido por el dolor y el miedo a la transformación  de algún amigo/a, pausada pero imparable, desde el mismo momento de ser nombrado para un cargo, carguito, de persona normal en paladín de la intolerancia y el absolutismo.

Trabajo con denuedo en la consecución de una pócima, ungüento o talismán que sea capaz de frenar el proceso e incluso de revertirlo. Mientras tanto solo nos queda el aguarrás, recuperar la figura del motorista del franquismo o esperar a las siguientes votaciones… Aunque para entonces el daño ya sea irreversible.

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