Aún a costa de resultar reiterativo me
reitero en mi idea de que la magia es eterna e intemporal, no más, ni menos,
que lo es el universo que la engloba o la capacidad de percibirla de los seres
conscientes, sea su consciencia individual, colectiva o de cualquier otro tipo
aún insospechado.
Así que basándome en mi propia
aseveración, que mejor base, me atrevo a pensar que la magia no se va, no
desaparece, ni tiene tiempos buenos ni malos… simplemente muda, cambia de
color.
La magia, que pertenece a las fuerzas
místicas, sostiene el conflicto permanente entre el bien y el mal, la blanca y
la negra – y la roja y la verde-, y todos sus infinitos matices de grises que
ni siquiera es capaz de percibir el sagaz, cromáticamente hablando, ojo de una
mujer.
Ya definir en que parte, en que color, en
que matiz, estamos situados cada uno es harina de otro costal porque todos
tendemos a pensar que nosotros estamos siempre del lado blanco, del bien, de
los buenos y guapos –porque nadie puede pretender ser bueno siendo feo, eso
siempre acaba mal, recordemos a monstro de Frankestein, o al jorobado de Notre
Dame-. Nadie quiere ser feo y si además lleva añadido lo de bueno miel sobre
hojuelas.
Pero yo ya no estoy seguro de ser bueno,
o sea guapo. No puedo evitar después de mirarme en el espejo considerar que hay
aspectos mejorables en mi y me produce cierta perplejidad cuando compruebo que
los demás después de mirarse en el mismo espejo se encuentran irresistibles,
esplendorosos, cuasi divinos. ¿Seré yo el único imperfecto de este mundo?¿Me
tendrá manía el espejo?¿Seré el único que se mira?¿Será alguna suerte de magia,
negra por supuesto, o encantamiento?
Yo de magia negra entiendo poco. La Macumba necesita de la
convivencia para su dominio, el vudú me repele y me da miedo y en cuanto los
encantamientos de las brujas o meigas, el mal de ojo, el chuparte la sangre,
las maldiciones y amarres, se me hacen difíciles de percibir en medio de la
vorágine y el descreimiento general del mundo en el que vivimos. Solo me
preocupa, me inquieta, me asusta la cargolatría.
No estoy seguro de cómo funciona pero he
asistido transido por el dolor y el miedo a la transformación de algún amigo/a, pausada pero imparable,
desde el mismo momento de ser nombrado para un cargo, carguito, de persona
normal en paladín de la intolerancia y el absolutismo.
Trabajo con denuedo en la consecución de
una pócima, ungüento o talismán que sea capaz de frenar el proceso e incluso de
revertirlo. Mientras tanto solo nos queda el aguarrás, recuperar la figura del
motorista del franquismo o esperar a las siguientes votaciones… Aunque para
entonces el daño ya sea irreversible.
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