Tal como se ha puesto el panorama de actualidad en nuestro país, es difícil hablar de valores, de actitudes, de significados, sin que la política se entrometa en las palabras. Pero precisamente por eso, precisamente por esa incapacitación que lo público parece ejercer sobre lo cotidiano, es más necesario que nunca mantener las distancias y reflexionar intentando esquivar la contaminación.
Me hablabas ayer de la
magnanimidad, en tu respuesta a mi carta sobre el perdón, que erróneamente
llevaste al significado político, cuando yo hablaba de una experiencia
personal, vital, íntima.
Al parecer, al igual que
determinadas fuerzas son capaces de deformar el espacio y el tiempo, la
insensatez política es capaz de deformar el significado de las palabras y, con
ello, la realidad que estas describen. Por eso es tan importante, cuando se
habla de virtudes, de valores, coger distancia y abstraerse del ruido con el
que la cotidianeidad parece deformarlas.
La magnanimidad, tan de moda
estos días, es una sublimación, un superlativo, de la generosidad. Por ser
simplistas, la magnanimidad es la gran generosidad, lo que nos puede
llevar a preguntarnos si existe una
generosidad tacaña, si toda generosidad es tacaña salvo que sea magnánima, o,
si simplemente, hay quién necesita aplicarse superlativos para diferenciarse de
los demás.
Curiosamente, la magnanimidad
solo es aplicable sobre valores morales, éticos, nunca sobre valores
crematísticos, y, también curiosamente, la magnanimidad casi siempre es una
cualidad de personas de rango superior: reyes, gobernantes, altos cargos de lo
público o lo eclesial. El pueblo, en global o tomados uno a uno sus miembros,
puede ser generoso, piadoso, liberal (de liberalidad), pero no magnánimo. Le
falta, al parecer, grandeza.
La magnanimidad siempre parece ir
asociada al perdón. De hecho, nos costaría mucho aplicar el concepto de
magnanimidad a nada que no sea una generosidad en el perdón. Y si esto es así,
si la magnanimidad es una cualidad de quién concede el perdón, me remito a la
carta anterior sobre ese tema, no puede existir el perdón si no hay
arrepentimiento.
Pero, y ya que anteriormente
hemos hecho mención de la física, recurramos a su forma habitual de trabajo,
planteemos ejemplos que nos sirvan para sostener la prueba.
Dos vecinos están enfrentados, y
uno de ellos decide rajar las ruedas del coche del otro, y además lo hace en
presencia de otros vecinos, con luz y taquígrafos, que se suele decir. El
vecino damnificado presenta la correspondiente denuncia y, mediante el
testimonio de los vecinos presentes durante la agresión, el vecino agresor es
condenado a reponer las ruedas, a una multa por sus actos y a las costas del
juicio.
A partir de ahí, los hechos
pueden desenvolverse de distinta forma:
1)
Los vecinos enemistados deciden ignorarse y se
mantienen en la comunidad sin más enfrentamientos, ni alharacas. Lo que sería
una convivencia más o menos tensa, pero normal
2)
El vecino agresor decide pedir disculpas por su
actitud al vecino agredido, disculpas que son aceptadas por el agredido y
reanudan una convivencia normal. Se podría decir que el vecino agredido tiene
una actitud generosa.
3)
El vecino agresor, además de pedir perdón,
solicita del agredido que, debido a su profundo arrepentimiento, y a una mala
situación económica, le perdone el importe de las ruedas. El agredido, en un
gesto de magnanimidad, accede.
4)
El vecino agresor no solo no pide perdón, si no
que no pierde ocasión de decirle a toda la comunidad que, en cuanto tenga una oportunidad,
volverá a pincharle las ruedas, que toda la culpa fue del agredido y que además
no piensa pagarle las ruedas a las que ya fue condenado. El agredido, no solo
no reclama el importe de las ruedas, si no que hace gestiones ante el juez para
que le sea perdonada la multa, en aras a una mejor convivencia vecinal. Yo sé,
a ciencia cierta, cómo calificaría al vecino agredido, pero me voy a permitir
dejarte a ti la posibilidad de calificarlo según su actitud, convencido como
estoy, de que el adjetivo que vas a usar no es muy distinto del que a mí se me
viene a la mente.
El ejemplo planteado, además,
toma otra dimensión, seguramente, si el vecino agredido no es un particular, si
no la comunidad entera, y el magnánimo no es otro vecino, si no el presidente
de la comunidad actuando en nombre de esta.
Y ahora, en aras de ese
distanciamiento, casi imposible, de la realidad cotidiana, me toca decir eso
tan conocido de: “el ejemplo utilizado en este artículo se debe a la
imaginación del autor. Cualquier parecido con hechos o personas reales, es pura
coincidencia”. Se magnánimo conmigo, y créelo. Ya sé que cuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario