Son varios los problemas que
aquejan a esta forma de pretender la representatividad de los votantes, y
ninguno de ellos es un problema menor.
El primer problema es la
separación de poderes, concretamente de los poderes ejecutivo y legislativo.
Tal como se ha configurado el sistema, ambos poderes están en las mismas manos,
lo que impide un control efectivo del gobierno por parte de las cámaras. Habitualmente
el presidente del gobierno coincide lamentablemente con el presidente del
partido mayoritario en la cámara baja, o, al menos, con el presidente del
partido que ha logrado el apoyo mayoritario de las cámaras, con lo que el
control del partido sobre el gobierno, control que se pretendía ejercer, ha
dejado de existir. De hecho el partido mayoritario preside el gobierno, preside
la cámara y comparte portavoz con el gobierno o con la cámara, lo que supone,
de facto, una identidad entre el poder legislativo y el ejecutivo.
El segundo problema, y mayor, es
la falta de representatividad de los candidatos. Los electores tienen que optar
entre listas en las que la mayor parte de los candidatos son unos perfectos
desconocidos, perfectos desconocidos que muchas veces ni siquiera pertenecen a
la circunscripción por la que se presentan y jamás la representarán. Claro que
los que sí lo son tampoco, ya que en la mayoría de los casos serán igual de
desconocidos cuando al acabar la legislatura, y, aparte de cobrar sus sueldo,
sus dietas varias, y desgastar lo imprescindible el asiento, vuelvan a sus
casas con el dedo, el de pulsar el botón del voto, más desarrollado y la vista,
la de percibir que les ordena votar el jefe del grupo, más agudizada.
Y esa es otra ¿Por qué pagar
tantos sueldos, si al final solo vota uno?, bueno, todos votan lo que dice uno.
¿No sería más razonable, en este sistema, que hubiera un señor que tuviera
tantos votos y los presentara en las votaciones? Además así nos ahorraríamos el
bochorno de los tránsfugas y de oír, con estos castos oídos, que ellos se deben
a los votantes, cuando los votantes lo son de sus listas y a ellos ni los
conocen.
Pero con ser este tema grave, que
lo es, y mucho, no lo es menos que este sistema nos incapacita para votar a la gente que
consideremos más acorde con nuestras expectativas, que demuestre un mayor
acercamiento a nuestros problemas y a nuestras simpatías. ¿Por qué no puedo yo
votar a distintos candidatos, con distintas sensibilidades si los considero
adecuados? Claro que entonces se correría el riego de que un cabeza de partido
no saliera elegido y sí alguno de sus secundarios. A mí me parece una opción
realmente democrática, al menos mucho más democrática que las listas cerradas.
Pero, para los partidos, las
listas abiertas tienen un peligro aún mayor que el anteriormente apuntado, que
pueda presentarse algún candidato independiente, alguna persona de prestigio
social y reconocida valía que esté fuera de las férreas disciplinas de los
partidos, y que salga elegido por amplia mayoría, lo que supondría la deslegitimación para los partidos y su apropiación de la representatividad
popular. Incluso un varapalo para la traumática división de la sociedad que
representan las ideologías.
El tercer beneficio de las listas
abiertas sería evitar un parlamento lleno de figurones que han sido colocados
en los escaños por méritos en el partido o cercanía con el líder de turno y que
no cumplen las expectativas mínimas de rigor, conciencia e interés, que se le
suponen a un representante popular.
Este mismo sistema es el que nos
lleva a políticos desempeñando ministerios y cargos para los que no tienen la
preparación básica necesaria, un proyecto coherente de evolución, y, ni
siquiera, una experiencia mínima en la sociedad, experiencia que solo se logra
con el trabajo y compartiendo los problemas de día a día, para poder afrontar
las soluciones a esos problemas que desconocen.
Sí, la democracia española es
manifiestamente mejorable. Mejorable consiguiendo una correlación real entre
los votantes y los votados, pero eso jamás se logrará con listas cerradas en
las que unos y otros se desconocen, se ignoran y representan un absoluto desapego.
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