Cuando los hombres afrontan un peligro colectivo, una catástrofe de cualquier tipo, la forma más evidente de hacerle frente es formando un grupo fuerte y solidario, un grupo que unido sea más fuerte que el peligro que los acecha, y si no es así, si esa unidad, solidaridad, frente al enemigo común se quiebra, es muy posible que el fracaso sea inevitable. Da lo mismo que tipo de enemigo tengamos enfrente, sea económico, bélico o médico, si no hay un frente común las posibilidades de victoria son remotas.
Parece que en esta pandemia esa premisa se ha ignorado.
Desde el gobierno, desde la oposición, desde los medios de comunicación, desde
el estamento médico, la utilización ventajista de las consecuencias de la
enfermedad, la información sesgada, poco veraz, terrorista en su presentación,
el protagonismo inadecuado de ciertos sectores, y el palmario enfrentamiento
por réditos políticos de los gestores, ha llevado al descredito de los
administradores, al hartazgo hacia los informadores y a cierto recelo por los
excesos de protagonismo, e intento de tutela, por parte de ciertos sectores
médicos.
Son tantas las mentiras, la mayoría tan evidentes, que
recibimos, que empieza a haber un hartazgo, un conato de rebelión, incluso
entre los más solidarios. Se miente en las medidas a adoptar para evitar el
contagio. Se miente en la forma de presentar la información, y se miente en las
estadísticas con las que se pretende refrendar todo lo anterior. Y algunas de
estas mentiras son tan evidentes, tan poco consistentes, que hasta produce un
poco de rubor ver con qué desesperación se acogen por parte de aquellos que
viven en el terror más absoluto, incluso de aquellos que visten su terror de conciencia
solidaria.
La estrategia del terror, la estrategia de los
administradores de desviar la responsabilidad hacia los administrados mientras
ellos se convierten en meros observadores cuya única responsabilidad es
denunciar la falta de criterio de las víctimas; la permanente amenaza, el
permanente acoso a sectores económicos sin recursos para defenderse; la
permanente criminalización de la población, está causando tanto daño, moral,
vital y económico, como el propio virus.
Para evitar que alguien se llame a engaño, y me llame
negacionista antes siquiera de que empiece a explicarme –negacionista es a
pandemia lo que facha es a política, una forma de descalificar sin argumentar-,
permítaseme aclarar algunas verdades de esta historia: estamos en una pandemia
producida por un virus, posiblemente de origen militar, artificial, que se
expande de forma imparable, bastante desconocida, y que tiene una velocidad de
contagio alta y produce una mortalidad inaceptable. Y eso es tan cierto como
que hay que protegerse eficazmente y todavía no tenemos claro cómo, ni siquiera
los médicos, y que, si las medidas
dictadas fueran realmente eficaces, menos estéticas, la situación estaría más controlada
de lo que está.
Dicho lo cual, yo centraría las mentiras, o las medias
verdades, o las presentaciones engañosas de la verdad, en tres aspectos básicos
de la información: el contagio, la vacuna y las estadísticas.
A día de hoy, se sigue ignorando más de lo que se conoce
sobre el virus y su forma transmitirse. Está claro que el contagio se produce,
casi al cien por cien, en interiores y mediante aerosoles, pero ni siempre es
así, ni se conocen otras formas de contagio y vías de entrada que no sean los
aerosoles y, muy remotamente, el contacto, aunque se tiene constancia de que
deben de existir. Lo que se conoce hace que las mascarillas en zonas abiertas,
sin una persistencia de interacción entre transmisor y receptor, sin una
proximidad prolongada, sean absolutamente inútiles, una forma de demostrar que
algo hacemos aunque no sirva para nada. Todos los estudios explican que hace
falta una carga vírica que en interiores se produce al cabo de algunos minutos,
y siempre que haya aerosoles producidos por cualquier tipo de actividad
respiratoria que exhale partículas que trasporten al virus. La tos, produce
aerosoles, fumar, produce aerosoles, el jadeo por actividad física intensa,
produce aerosoles, la dificultad respiratoria, produce aerosoles. ¿Qué pintamos
solos por la calle con mascarilla? Justificar que los administradores se
preocupan por nosotros. La mascarilla en espacios abiertos y en movimiento solo
tiene sentido si nos paramos a hablar con alguien. ¿Son los besos y los abrazos
contagiosos? Parece ser que tampoco, aunque dependerá de la intensidad y la
duración para que ese peligro pueda existir, pero no olvidemos que cada vez se
conocen más casos de personas convivientes, íntimamente convivientes, que
habiendo resultado uno infectado el otro no se ha contagiado. ¿Cuánto tardará
la inmensa mayor parte de la población en entender que si se toman medidas y
esas medidas no funcionan, persistir en ellas es inútil? La desmoralización va
cundiendo, y la sensación de que no nos podemos pasar la vida confinados,
enmascarados, huyendo de nuestros semejantes, porque somos entes sociales, se
va haciendo más evidente.
Es evidente, basta con leer con atención cualquier informe,
escuchar cualquier informativo, para ver claramente que la mejor solución para
combatir la pandemia es aumentar las infraestructuras, mejorar los
equipamientos y ampliar los recursos humanos destinados a la investigación,
prevención y atención de los que desarrollan la enfermedad. Pero justo eso es
lo que no se hace, justo eso, que es lo que es responsabilidad de los
administradores, ni se discute. Es más, todas las infraestructuras montadas
durante el primer ataque del virus, me niego a llamarle ola, se desmontaron
apostando toda la acción a las medidas coercitivas contra los ciudadanos y a la
esperanza de una vacuna sobre la que, aún a día de hoy, hay más expectativas que
certezas.
Y con ello entramos en el terreno de la vacuna. ¿Por qué una
vacuna, diez? ¿Por qué no un tratamiento eficaz? ¿De dónde salió la certeza de
conseguir una vacuna contra este virus, cuando hay todavía virus anteriores,
como el del SIDA, contra los que no se ha conseguido ni una? ¿Por qué ese
empeño en glosar el avance científico que permite probar vacunas en tiempos
record? ¿Es un problema de records? Los plazos marcados hasta ahora ¿lo eran
por metodología científica o, tal como yo tenía entendido, para dar tiempo a la
aparición y estudio de efectos secundarios? Y si es como yo pensaba ¿Cuánto tiempo
tendrán que esperar los vacunados para tener la certeza de que no sufrirán
efectos indeseados? Pues eso, respecto a la vacuna hay muchas preguntas, muchas
más que las básicas e ignorantes aquí apuntadas, pero son muy pocas, tentado
estoy de decir ninguna, las certezas. La única certeza que parecía haber al
respecto, la fabricación y suministro del específico, parece encontrar
dificultades inesperadas.
Y respecto a la estadística, no hay que hablar de mentiras. La
estadística es lo suficientemente flexible, lo suficientemente manejable para
poder presentar unos datos a gusto del presentador sin que ninguno de ellos sea
falso. Basta con aplicar una base referencial que desvirtúe los resultados para
que el aparente rigor científico del informe apunte a lo que desea el
informador. Llevo desde marzo comentando el uso perverso de la estadística para
presentar como catastróficos unos datos que seguramente lo son, pero que se
presentan de la forma más impactante y menos informativa posible.
Durante nuestro primer confinamiento, el declarado, el
largo, solo se hablaba de muertos, sin otro sistema referencial que los muertos
ajenos en una especie de carrera a ver quién conseguía menos muertos, o más,
que era lo conveniente una vez que la responsabilidad era de los ciudadanos y
no de los gobernantes inoperantes. Nadie nos hablaba de los muertos por cada
cien mil habitantes, del porcentaje de muertos respecto a contagiados, de
incremento de mortalidad respecto a la mortalidad de años anteriores, sistemas
todos ellos que hubieran sido adecuados.
Después del verano empezamos a hablar de contagiados, una vez más en datos
absolutos, sin base referencial que permitiera adivinar el significado real de
la cifra. Y ahora son los contagios medios semanales por cada cien mil
habitantes. Esto es, sumamos los contagiados los dividimos por siete y los
aplicamos contra cien mil. Pero ¿hablamos de contagiados, o hablamos de
contagios detectados? ¿No tendríamos que hablar de pruebas realizadas por cada
cien mil habitantes? ¿No tendríamos que hablar de porcentaje de positivos sobre
los analizados? ¿No tendríamos que proyectar esos resultados, ese porcentaje,
sobre la totalidad de la población, para saber cuál es la situación real?
Pongamos tres ejemplos que ilustren lo que comento:
1.
En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no me
acuerdo pero tendría veinte mil habitantes, se hacen cien pruebas y resultan
cincuenta positivos. La estadística tal como se está usando nos dirá que hay doscientos
cincuenta positivos por cada cien mil habitantes ¿?. La estadística correctamente
utilizada, nos diría que la población infectada podría ser del 50%.
2.
En otro lugar, no necesariamente de La Mancha,
que tiene cien mil habitantes se hacen cien pruebas y resultan 98 positivos. La
extraña estadística que día a día nos presentan, diría que hay 98 positivos por
cada cien mil habitantes ¿?. El correcto uso de la estadística nos daría el escalofriante
dato de que el 98% de la población puede estar contagiado.
3.
En esta última población se producen unas
elecciones y el nuevo gestor decide volver a hacer la prueba masivamente, a los
cien mil habitantes, y, por esas casualidades de la vida, vuelve a haber 98
positivos. La estadística que todos los
días nos proporcionan diría que sigue habiendo 98 positivos por cada cien mil
habitantes ¿?, pero la estadística correctamente aplicada nos diría que solo
hay un 0,098% de habitantes contagiados. Nada que ver con el escalofriante dato
del ejemplo anterior.
Mentir es una facilidad del poder, y parece ser que una
tentación irresistible en su ejercicio, pero para combatir esta pandemia, de
forma solidaria y responsable, co-responsable, lo primero que necesitamos son
verdades y certezas, y no una creciente desconfianza hacia los encargados de gestionar
nuestras haciendas y nuestros recursos, y por extensión nuestras vidas. Nuestras,
que no suyas. Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, y en
nuestro día a día con la pandemia, hay menos certezas contrastables que dudas razonables.
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