Mi firma no importa. Comparado con la de las eminencias que firman la carta que pide un estudio riguroso e independiente sobre la gestión de la pandemia en España, el que yo esté de acuerdo, o no, no tiene la más mínima influencia, o interés, salvo, quizás, para los lectores que atiendan a mis palabras. Pero a veces, y sobre todo en este país, la cantidad tiene mayor influencia que la calidad, que es permanentemente cuestionada según la afinidad a determinadas posiciones ideológicas; pero importe, o no, mi firma para que ese estudio se lleve a cabo, su necesidad es, iba a decir incuestionable, que simpleza, imprescindible.
He sostenido desde el primer
momento, y lo sigo haciendo, que la gestión de la crisis ha sido, y es,
nefasta, aunque no por cuestiones ideológicas.
He sostenido desde el primer momento, y lo sigo haciendo, que siendo riguroso
con los números, con las escasas decisiones y con los tiempos, la crisis ha
sido, y es, de una ineficacia intolerable. Pero también he sostenido desde que
la pandemia empezó oficialmente, y lo sigo sosteniendo, que la mayor parte de
las decisiones tomadas para gestionarla han estado, y siguen estando, lastradas
por unas infraestructuras debilitadas por los recortes consecuencia de la
crisis del 2008 y por una estructura administrativa que ya estaba anticuada en
el siglo XIX. Lo que no quita que haya también responsabilidades éticas y
políticas.
Y ese estudio se me antoja
inevitable si pretendemos, que seguro que hay muchos que no lo pretenden,
desvelar en qué punto y hora la coartada política de las autonomías no es más
que eso, una coartada.
Hemos asistido, unos con
sorpresa, otros con forofismo, muchos con resignación, algunos con una cierta
divertida fatalidad, al espectáculo, nunca edificante, de comprobar el combate
de méritos y deméritos que han mantenido, y aún mantienen, los gobiernos
autonómicos y el gobierno central, intentando apropiarse, cada uno, de los
méritos y volcar sobre el otro los fracasos, mientras los ciudadanos, como
siempre a lo largo de la historia, poníamos los muertos que ellos usaban para
tirarse a la cabeza.
Un combate de méritos y deméritos
que, llevado a sus últimas consecuencias, las actuales, y analizado fríamente, nos
puede hacer pensar que para este viaje no se necesitaban tales alforjas, que
para taparse unos y otros, para hacer de escudo de responsabilidades e
irresponsabilidades no hacía falta más que un solo gobierno. Que para torear a
los ciudadanos, con un maestro en la plaza sobraba.
No voy a ser yo quien, en esta
ocasión, rompa una lanza a favor de una organización territorial en
comunidades. Ni siquiera quien la rompa, ni ahora ni nunca, a favor de un
estado centralista. Mis lanzas, en este momento concreto, son: la eficacia, la
ética y la responsabilidad; y estas no me las va a comprar ningún político, de
ningún signo, de ninguna autonomía o centralidad.
Porque todos, tanto unos como
otros, tanto los de un signo como los de otro, tanto los más comprometidos socialmente
como los más comprometidos económicamente, nos han usado; nos han usado sin
vergüenza, sin empacho, con premeditación y alevosía, sabiendo perfectamente lo
que hacían, y lo que siguen haciendo.
Lo primero la responsabilidad, lo
segundo la información, la desinformación, la información plagada de lagunas,
de rumores, de debates inútiles, de verdades sin contrastar, de improvisaciones,
de decisiones definitivas que se revocaban al poco tiempo: las mascarillas, los
guantes, la transmisión, el mando único, los números, los otros números, los
otros números de los otros números.
Nunca una desinformación ha sido
tan informada, tan difundida, tan expuesta descarnada e interesadamente como
durante esta pandemia. Nunca la contradicción permanente, las certezas variables,
las decisiones irrevocables cambiantes, han sido expuestas tan orquestada,
nítida y descaradamente. Nunca, salvo en el presente en el que se sigue
manteniendo la misma estrategia. Informar del miedo, trasladar la
responsabilidad del fracaso al ciudadano de a pié guardándose los políticos,
unos y otros, centrales y autonómicos, gobierno y oposición, izquierdas y
derechas, los pocos, los escasos, los inexistentes méritos, o fracasos mal
contados, por los que sacar pecho cuando tendría que caérseles la cara de
vergüenza, de una vergüenza que ni tienen ni se les espera.
Ahora estamos con la mascarilla,
la que al principio, en plena expansión, era innecesaria. Antes fue el
confinamiento. Medidas ambas que tienen algo en común: que son muletas del fracaso
organizativo. Si la enfermedad avanza la culpa es de los ciudadanos que no
respetan las sabias medidas del gobierno. Si la enfermedad es contenida es
gracias a las sabias medidas que el gobierno, el de turno, o por turno, ha
implementado. Un chollo.
Pero lo que no tenemos es una
gestión eficaz, una información veraz, una preocupación que vaya más allá de
los gestos para los forofos. A cambio lo que si tenemos es una desinformación
culpable, una utilización política de la pandemia para obtener réditos
electorales y una incapacidad, si no desinterés, de tomar medidas
administrativas eficaces: refuerzo de infraestructuras, modernización de
estructuras y equipamiento, dotación, de recursos en las áreas necesitadas.
Si se le pregunta al gobierno
central la responsabilidad es de las autonomías que tienen transferidas las
competencias. Si se habla con los gobiernos autonómicos dicen no tener los
recursos legales ni financieros imprescindibles para afrontar las medidas
necesarias. Si en vez de preguntar observas, verás con claridad como toque de
clarín a toque de clarín, suerte a suerte, primero nos torean, después nos
pican, más tarde nos las ponen en todo lo alto, y si nadie lo evita podemos
acabar en la estocada y el descabello.
Por eso es irrenunciable ese
estudio eficaz, independiente, libre de comités de expertos del gobierno, libre
de científicos sin rigor, libre de críticas opositoras, libre de intereses
intelectuales, políticos o financieros, porque es la única posibilidad de que
los ciudadanos tengamos una visión desapasionada, con inclinación a la
veracidad, de lo que ha sucedido, de lo que está sucediendo, de lo que sucederá
en el futuro con este virus y con otros que, inevitablemente, vendrán.
Ya sabemos, y si no lo sabemos es
porque ya estamos instalados en una certeza interesada, que después, una vez
emitido el informe, una vez difundido, habrá quién, no diciendo lo que él
considera que debería de decir, intente desacreditarlo, desacreditar a los que
lo hayan realizado, pero al menos los neutrales, los menos forofos, tendremos
la posibilidad de hacernos con una base no ideológica, con una información, si
no rigurosa, al menos homologable. Pero,
por sobre todas las cosas, tendremos una información no infundida por los
maestros en tirar balones fuera.
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