Rascarse la barriga expresa, con
una nitidez y ferocidad fuera de toda duda, cual es la actitud intelectual de
una izquierda adocenada, cobarde y decadente, de una izquierda más preocupada
de distinguirse de la derecha política que de buscar caminos que permitan
solventar los gravísimos problemas sociales y laborales que apenas son, aún,
una amenaza en el horizonte, de una izquierda bloqueada en actitudes de
superioridad moral e intelectual que apenas es capaz de interpretar el mundo
presente, del futuro ya ni hablamos, y de enfrentarse a un feudalismo
corporativo que gracias a su colaboración, a la inutilidad de sus actitudes y
propuestas, a la cobardía de su búsqueda de un poder acomodaticio, se va
haciendo con las riendas de la sociedad y dibujando un futuro inclemente, clasista,
donde hasta el aire respirable podrá llegar a ser una propiedad privada.
Rascarse la barriga, lo cual
significa al fin y al cabo una acción, quizás sea, es sin duda, un exceso de
acción que la autodenominada izquierda, desde la más moderada a la más radical,
es incapaz de asumir más que como ideal. Su verdadero ámbito, su mayor esfuerzo
al cambio de esta sociedad, es decir que piensa rascarse la barriga, mientras
sus pocas fuerzas, o ganas, o capacidad de compromiso, se dirige a conseguir
una poltrona en el reparto de poder desde la que contribuir a desmembrar y
dividir a la sociedad en buenos, malos y peores, división que además la
incapacita, a la sociedad y a la misma izquierda, para enfrentar unidos los
desafíos que un poder cada vez más omnívoro, cada vez más difuso y resguardado
en el anonimato de consejos de administración y fondos impersonales, plantea
con su insaciable sed, su inmoral sed, de poder y riqueza acaparadora, con su
desmesurado afán exclusivista de conseguir una élite que lleve el clasismo
hasta el límite de lo imprescindible para asegurarse una clase sometida.
Rascarse la barriga es, instalada
en una superioridad moral que solo puede concebirse desde el bloqueo
intelectual de una mediocridad dirigente, caer en la soberbia de erigirse en
docente de los necesitados en vez de acogerlos, escucharlos y acompañarlos hacia
una sociedad sin clases, una sociedad sin igualitarismos ficticios y con una
equidad rigurosa entre sus individuos, una sociedad donde el ser humano sea la
referencia y no lo sea un estado absorbente y omnipresente que machaque la
libertad individual más que el feudalismo de derechas. Una superioridad moral
que, dejémonos de monsergas, las experiencias actuales o históricas parecen
desmentir y cuyos resultados las dejan, a la izquierda y a su superioridad
moral, a la altura del betún, ya metidos en términos coloquiales.
La misión de la izquierda no es
decirles a los ciudadanos lo que tienen que pensar, lo que tienen que decir, lo
que tienen que esperar, la misión de la izquierda es escuchar a los más
desamparados, que no siempre son los más desfavorecidos, que casi nunca son las
minorías, para acompañarlos, no dirigirlos, no manipularlos, en su lucha por la
consecución de una sociedad más justa, más libre, más equitativa.
Rascarse la barriga es vender el
humo de una sociedad en la que todos seamos iguales, porque en una sociedad en
la que todos seamos iguales basta con que haya uno, el que establece la norma,
los demás sobrarían o serían prescindibles. La sociedad debe de ser justa,
dando igualdad de trato, igualdad de oportunidades, igualdad de recursos,
equitativa, permitiendo los mismos resultados ante los mismos esfuerzos, pero
no caer en un igualitarismo impuesto desde una clase dirigente que por el
simple hecho de existir ya es una clase diferente, una clase con el privilegio
de decirle al prójimo lo que está bien y lo que está mal sin estar ellos mismos
sometidos a ningún control que los
obligue al mismo comportamiento.
Rascarse la barriga es pensar que
el progresismo consiste en una declaración apoyada en medidas populares, sin
plantear los medios necesarios para llevarla a cabo, provocando un desamparo,
cuando no deterioro, de otros grupos sociales en necesidad, sin cambiar
previamente la estructura financiera necesaria para poder lograr una reforma
mínimamente sólida y justa. Pensar que repartir la necesidad es igualitario,
que gritar más, o en más sitios, es tener razón, y que movilizar una ingente
minoría es liderar al “pueblo” que elecciones tras elecciones, componendas
electorales y políticas aparte, expresa claramente su rechazo hacia tales “representantes”.
Y hablando de “representantes”, rascarse
la barriga es mantener una ficción democrática que escamotea a la sociedad su
capacidad de expresarse, de elegir, de pedir, de exigir sus verdaderas
necesidades, porque favorece a una amplia mayoría de la izquierda acomodaticia
y de siglas. Rascarse la barriga es no permitir la equidad básica popular, el
voto, y mantenerla secuestrada bajo en ámbito de unas leyes electorales que
hurtan la representatividad del pueblo, este sí, y colaborar a ello por interés partidista.
Rascarse la barriga, si vamos
concluyendo, es intentar convencer, sobre todo a los ya convencidos, de que se
puede hacer una sociedad justa con los recursos fiscales, políticos y
financieros con los que la derecha está edificando su mundo futuro. Rascarse la
barriga es dividir al mundo en derechas e izquierdas desde el simplismo de una
división de buenos y malos. Rascarse la barriga es considerar, como en un juego
infantil, que acaba siendo infantiloide, que izquierdas son los que piensan
como dice la izquierda, la inoperante izquierda, y derechas son todos los
demás. Rascarse la barriga es pensar que, con estos planteamientos, con estas
actitudes, con estos dirigentes, se puede conseguir algo más que ganar algunas
elecciones, las que al poder le convengan, y reivindicar algunos derechos, lo
que el poder conceda en ese momento por necesidades del guión. Rascarse la
barriga es asistir al juego de poder que una élite dirigente mundial está
jugando, y además, desde la ineficacia, desde la estulticia, desde la soberbia,
tal vez desde la complicidad, contribuir a él.
Y ahora vendrán los que, tras
rascarse la barriga, aseveren que ya que siempre critico a la izquierda es que
soy de derechas. Para ellos solo tres reflexiones, si son capaces por un rato
de dejarse la barriga quieta: nunca critico lo que no me es cercano, nunca
critico lo que tiene éxito, siempre critico lo que, diciendo ser, ni se parece.
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