Hay ciertos movimientos en los que prima el ansia sobre
la razón, la poca reflexión de la oportunidad deseada sobre las consecuencias
que la obtención de ese deseo puede suponer. Cuando eso sucede en política el
primero que sufre las consecuencias es el ciudadano o, dicho según otra terminología,
el pueblo. El primero pero no el único porque el que ha torcido la voluntad
popular pagará con amplitud las consecuencias.
Posiblemente, y algunos así lo
defienden, la moción de censura fuera al final inevitable. Tal vez, pero creo que
el primer movimiento real hubiera sido ofrecer al señor Rajoy una salida con
una cierta dignidad. Invitarle a la dimisión y ofrecerse para un pacto de
estado junto con nuevas caras del PP y con Ciudadanos que diera salida institucional
al problema creado, pero el señor Pedro Sánchez se ha lanzado incontinente a la
moción de censura sin pensar en lo que quieren los ciudadanos, esos que votan,
encelado en una oportunidad para alcanzar el gobierno que no solo es
complicada, si no que, llegado el momento de unas nuevas elecciones, le pasará
una factura inasumible para su partido.
Sin pensar en lo que quieren los
ciudadanos y jugando con la consecuencia de asestar a Mariano Rajoy y a su partido un golpe definitivo
impidiéndole toda capacidad de maniobra, de salida digna, un puente de plata.
Si se hiciera una encuesta seria
y global, si se hiciera un referéndum, tan de moda en este momento, se podría
comprobar que el primer problema para los españoles es el territorial, es
solucionar lo de Cataluña antes que la corrupción, si, incluso ahora, después
de la sentencia de la Gürtel, lo que consideramos la amenaza de una fractura a la integridad
constitucional, y más si es por la vía de los malos modos y la mentira, como es
el caso, tiene un rango de prioridad popular
más alto que un problema de gobierno, por muy engañados que nos sintamos, que
nos sentimos.
Ya nos sentíamos engañados y
estafados en las últimas elecciones y los resultados explicaron claramente que el
votante anónimo prefería un gobierno bajo sospecha de corrupción que otro con
una idea territorial poco consistente o diferente a la actual. Las urnas
hablaron y los resultados fueron los que fueron. Y seguramente lo seguirían
siendo actualmente aunque cambiaran las siglas que encabezaran los votos.
Inicialmente es una aberración
intentar un gobierno que necesita más votos externos de los que tiene el mismo
proponente, pero, si además se examina con un mínimo rigor la lista de apoyos
necesarios, ese primer inconveniente hasta parece una mera anécdota.
Así que el primer problema del señor
Sánchez será encontrar los apoyos suficientes para su moción de censura. El
segundo y ya es mayor, es encontrar los apoyos dentro del bloque que defiende
la constitución. Bueno, vamos a ser buenos y permisivos, dentro del bloque que
no ataca directamente a la constitución para que pueda entrar Podemos. Pero si
finalmente, y como es previsible, tiene que recurrir a los votos de los
partidos independentistas vascos y catalanes las explicaciones nunca serán
aceptadas por la mayoría de los votantes españoles y la debacle del PSOE en
unas próximas elecciones puede llevar a los socialistas a la marginalidad
representativa.
Ningún voto independentista es
gratis, nunca. La historia reciente nos lo demuestra y la situación actual lo hace palmario.
Hagámonos una simple pregunta, ¿Puede Pedro Sánchez negociar unas reformas, unas
concesiones, territoriales que cuando fueron llevadas a las urnas salieron
derrotadas con el peor resultado histórico en votos del PSOE? Y si no es con
promesas en ese aspecto ¿con que pretenden negociar los socialistas?
Es más, supongamos, que ya es
suponer, que el PdeCat y Bildu, le dieran los votos gratis, que el PNV y ERC le
otorgaran graciosamente su confianza a cambio de nada ¿se lo creerían los
españoles? Ya aviso, yo no.
No entremos ya en la jaula de grillos
que sería ver gobernar al PSOE con un partido actualmente inmerso en una deriva
imparable hacia el antieuropeismo de extrema derecha como es el PdeCat. Un
partido además tan corrupto como el PP, posiblemente más, y que ha hecho del 3%
su norma económica más clara. De un partido que ha declarado la guerra política
a España y, xenófobo y supremacista, a los españoles.
O con un partido como Bildu, de
extrema izquierda, heredero de las prácticas coercitivas de ETA. Sus cachorros
derrotados pero no vencidos, ni mucho menos convencidos.
¿Son esos los pilares en los que
pretende basar su asalto al poder? ¿Se atrevería a preguntárselo a los
españoles?
No, y él lo sabe. Como sabe que
si convoca inmediatamente unas elecciones las perdería irremisiblemente y con
un resultado aún peor que en las últimas. Por eso habla de un margen de tiempo
en el que pergeñar una agenda social con la que comprar posibles votos en
caladeros de descontentos. Pero puede, estoy casi seguro, de que incluso esos
descontentos antepondrán el problema nacional al personal, y si no al tiempo.
Queda la opción de convencer a
Ciudadanos, que ya ha dicho que no salvo si se convocan elecciones inmediatas. Pero
ciudadanos sabe que esa moción es un terreno en el que tienen mucho que perder
y nada que ganar. Un terreno en el que pueden reforzar a un contrario empeñado
en separarse por sí mismo del sentimiento mayoritario de los votantes y
encontrase inmerso en un maremágnum de siglas con las que siempre han mostrado
un rechazo firme, contundente.
La trampa en la que se ha metido
Pedro Sánchez, y en la que ha metido a su partido, es que ya perdió una
investidura y ahora no puede permitirse perder una moción de censura que lo
abocaría directamente a la profundidad de los infiernos, y eso hará que esté
dispuesto a aliarse hasta con el diablo. Aunque el diablo se vista de Prada, o
de Puigdemont, o de Otegui.
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