Sigo pensando que todo el
problema está en el lenguaje. Todo el problema político, por supuesto. Y es que
cuando los hechos no pueden ser explicados con las palabras no queda más
remedio que intuir que existe un vacío lingüístico que impide la identificación
diáfana de la situación a explicar.
Y yo creo, estoy convencido, de
que eso es lo que sucede en Cataluña. Se habla por todos los canales, desde
todas las posiciones, a la más mínima oportunidad, de lo que acaece, lo que
debería suceder y lo acontecido en fechas pasadas a cuenta de un batiburrillo
de derechos, deseos y aspiraciones que las buenas gentes del condado llevan en
su imaginario sin saber ya muy bien en qué posición exacta se encuentra. La mayor
parte son gentes de buena voluntad, ciudadanos amables y razonables que creen
en algo que está por ahí, perdido entre los gritos, las consignas y las
mentiras que las propagandas foráneas les han creado. El problema, el gran
problema, es que también los hombres lobo son magníficas personas mientras no
sale la luna llena.
Unos creen defender el derecho a
decidir, así sin matices ni nada, otros creen en el derecho a votar, así sin
reglas ni nada, algunos desean la independencia, así sin saber muy claramente a
donde les lleva la realidad soñada ni nada, y otros aspiran a llevar a los más
inocentes a la calle, al barullo, a la algarada, que es donde ellos se mueven a
gusto. Curiosamente, casi con toda seguridad, ninguno cree en todas esas cosas,
ninguno piensa, o si lo piensa lo piensa para adentro, que pasado el tema hay
muchos de los que ahora gritan a su lado que gritarán contra ellos y ese anhelo
por el que ahora creen estar en su onda.
Pero no todos son inocentes, no.
Y claro, esos no inocentes, esos que si saben lo que están haciendo y tienen
claro que los sueños, los ideales y los derechos invocados son agua de
borrascas, si, como lo oyen, de las borrascas que ahora nos están lloviendo, es
de los que hablamos. ¿Y como se llama lo que hacen estos indignos
representantes de sí mismos? Pues yo lo he estado mirando con calma y resulta
que hay que dar un montón de conceptos, determinar las prioridades y al final
entramos en el argot político que, como todos sabemos, significa lo que
significa, lo que ellos quieran que signifique o todo lo contrario.
Así que devanándome los sesos,
mirando aquí y allá, intentando explicar lo básicamente inexplicable, he dado
con un verbo inexistente que retrata no solo la situación catalana si no algo
muy común en toda la especie humana: Prevariciar
Prevariciar: tomar una decisión o
dictar una resolución injusta a sabiendas de que lo es con el fin de acaparar
bienes, prebendas u honores.
Y si conjugamos el presente de
indicativo, no nos metamos ya en pretéritos pluscuamperfectos ni en futuros
perfectos, queda todo mucho más claro.
Veamos. Yo prevaricio, tú más que
yo, lo de Puigdemont es un escándalo, los españoles prevariciamos bastante, los
del Govern prevariciais una pasada, y los demás ya ni te cuento.
Pero mucho más claro. A pesar de que
es, evidentemente, un verbo altamente irregular, delictivo diría yo.
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