“Después de la tempestad llega la
calma”. Ttodo el mundo que me lee, y que tiene la paciencia de escucharme,
conoce de mí agradecimiento a dichos y refranes que de forma tan acertada
expresan las situaciones. El problema de aplicar estas frases es que a pesar de
su implícita sabiduría, de su contrastada lección de cordura, mal aplicadas nos
pueden llevar al despiste.
La calma, como casi todo es mundo
sabe, es esa situación en la que aparentemente no sucede nada, y solo se puede
apreciar por el contraste inmediatamente anterior o posterior con su ausencia. Pero
a veces, tal vez demasiadas, se cometen dos errores fundamentales a la hora de
aplicar la fase inicial. El primer error es confundir la calma con algún
sinónimo de aparente identidad. La calma no es la parsimonia, ni es la
tranquilidad, ni es la ausencia de acción. La segunda es no evaluar
correctamente la ausencia de calma, o sea confundir una tempestad con un
huracán. La tempestad es un frente que pasa y deja una calma sin fecha límite. Pero
existe también calma en el ojo del huracán, una calma expectante que tiene como
límite el paso del resto del huracán. Es verdad que a veces los huracanes se
deshacen espontáneamente, o pierden fuerza en su camino, pero no debemos de
recrearnos en tal expectativa.
Y a mí me parece que en esas
estamos, que a pesar de que la sensación general es balsámica, de tranquilidad
aparente, de una cierta felicidad por lo que pudo ser y parece que no va a ser,
hablo de Cataluña, estamos aún en el ojo del huracán. Estamos viendo el sol y
disfrutándolo como compensación de todo un largo periodo tormentoso. Un periodo
de tiempo donde se perdieron las formas, las institucionales y las personales,
donde se perdieron las perspectivas, las temporales y las éticas, donde se
perdió el tiempo, el económico y el vital, sin otro fin lógico que satisfacer ciertas
soberbias, personales, políticas e, incluso, xenófobas.
Es posible, parece probable, que
esas aspiraciones que el tiempo calificará más adecuadamente que la inmediatez
que ahora vivimos, que esa perversión y retorcimiento del lenguaje del que se
han valido para reclamar como propias aspiraciones que nunca dejaron de ser
generales, hayan dejado paso a unos momentos más relajados. Pero en el relax
está el peligro, en la falta de perspectiva de que el huracán solo ha puesto
sobre nosotros su ojo, pero su parte activa ha dejado un frente, tal vez
varios, que empezaremos a sufrir en cuanto esta calma aparente toque a su fin,
tal vez mañana sin esperar más.
Me preocupa que el sentimiento de
reivindicación de lo español que ha surgido como contestación al desafío
planteado desde Cataluña, lleve a algunos a justificar los comportamientos
extremistas que tanto daño han hecho históricamente a nuestro país. España
tiene que empezar a ser de todos y esa actitudes solo intentan reivindicar una
propiedad del sentimiento y los emblemas que excluiría a la mayoría de los
ciudadanos españoles. No, los extremos siempre se tocan y yo no veo diferencias
entre la extrema derecha y la extrema izquierda. Ambas persiguen decirnos como
tiene que ser el mundo en el que queremos convivir, sin matices, sin
libertades, sin capacidad para disentir o para aportar opiniones. Los
extremismos son el pensamiento único y la persecución de los que no se acomoden a su totalidad.
Pero tal vez, con ser el peligro
más evidente, no es el único ni el mayor. Lo sucedido y los compromisos
adquiridos nos abocan a una revisión de la constitución, y ese sí que es un
peligro grave, porque hay tantas reivindicaciones, tantos anhelos, tantos
funcionamientos mejorables vistos durante estos años, tantas sensibilidades que
no se sienten representadas por la actual redacción, que miedo me da pensar en
cómo cerrarla una vez que se haya abierto.
La ley electoral, el encaje
territorial, el reparto de las competencias, monarquía o república, el respeto
a los fueros particulares que suponen un beneficio sobre los demás territorios,
y tantos otros grandes y pequeños melones que estamos deseando abrir y que
puede ser complicado acordar para su aprobación.
Se avecinan tiempos difíciles y
eso me hace buscar entre los que hay a los timoneles adecuados para capear el
temporal, y a los que veo, los que actualmente están a los mandos, no me
inspiran ninguna confianza. Más preocupados de la ideología que del bien común,
más preocupados por el poder que por el servir, más apegados al triunfo
personal que al triunfo de la razón y del Estado.
Si, tras la tempestad llega la
calma, pero en el ojo del huracán la calma es una situación transitoria.
Transitoria y engañosa. Pintan bastos.
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