Éramos pocos y parió la abuela,
dice el dicho. ¿A quién alimenta la extrema izquierda? A la extrema derecha. ¿A
quién alimenta la extrema derecha? A la extrema izquierda. Dios los cría y
ellos se juntan, sigue diciendo el saber popular, que sabe mucho, aunque sea de
forma parda. También se dice que los extremos se tocan haciendo referencia a
que llegados al extremo es difícil separar los métodos y los fines, aunque para
lo que nos ocupa habría que decir que
los totalitarismos se tocan.
Era inevitable, yo creo que en
realidad estaba perfectamente previsto por los estrategas al uso, que la
presión sobre España, antes o después, haría salir el sentimiento español que
el pueblo guarda para los deportes y algunas, pocas, ocasiones más. Y cuando
aflorara ese sentimiento de reivindicación patriótica, habitual en todos los
pueblos del mundo, sucedería algo que solo sucede en España, usar la resaca
postfranquista para identificar español y fascista, para identificar los símbolos
y reivindicaciones del estado con un movimiento heredero del Movimiento que en
su día Franco utilizó para apoderarse de los símbolos de todos.
Y ya puestos en esta tesitura era
fácil suponer, y ha sucedido, que la dormida extrema derecha nacional sacara la
cabeza para reivindicar un protagonismo que nadie le ha conferido y que nadie
le debería de reconocer. Pero, al igual que la CUP en la parte catalana, los
fascistas de signo contrario en la parte española se retroalimentan y
justifican mutuamente.
Hablan los unos de trabajadores,
de cooperativismo, de desobediencia, de anticapitalismo, de libertad, de romper
el sistema para erigirse ellos en sistema y laminar cualquier atisbo de
libertad o democracia. Hablan los otros de unidad, de grandeza, de raza y de libertad,
de romper el sistema para erigirse ellos en salvadores de la patria, patria
única sin atisbo de libertad o democracia. Hablan ambos, como si fueran
diferentes siendo los mismos, de cómo el mundo sería mejor como ellos lo
conciben, eso sí sin consensuar ese mundo con nadie más que con ellos mismos e
imponiéndolo por los métodos que consideren necesarios, purgas, asesinatos,
pensamiento único, represión a todos los niveles.
Hablan de distintos valores,
tienen distintas banderas, cantan diferentes canciones y reclaman al pueblo como
propio sin otro fin, común, que imponerle su moral, su sentido político y su
élite, para sojuzgarlo. No nos
engañemos, recurramos al refranero para saber que son los mismos perros con
distintos collares. Tanto unos como otros no buscan otra cosa que imponernos su
Verdad, la que les confiere el grado de elegidos y las prebendas de los
salvadores indiscutibles.
Es fácil, en medio de la
algarada, en medio de las reivindicaciones, identificarnos con esos tipos
simpáticos, descarados, osados, que
llevan lo que estamos pidiendo hasta un poco más allá de lo que nosotros nos
atrevemos y nos hacen cómplices de su actitud desafiante y sin resquicios. Sí,
es fácil que nos caigan simpáticos y que los jaleemos y nos hagamos unas
emociones compartidas. Es tan fácil como difícil es darse cuenta de que cuando
nosotros queramos parar ellos seguirán adelante y acabarán convirtiéndonos en
sus enemigos y, llegado el momento, en sus víctimas.
Yo no puedo pedirle a los
catalanes independentistas que se separen de la CUP, no se lo puedo pedir
porque hace ya tiempo que se pusieron en sus manos, que les permitieron
elaborar y dirigir sus estrategias y no les van a permitir que le pongan
límites a su guerra en la que han logrado implicar a los dirigentes que
deberían de haberles puesto coto. Por interés, puede, al principio, ahora
porque no tienen más remedio.
Pero si puedo pedirle a todos los
ciudadanos que de buena fe salen a la calle dispuestos a demostrar su sentido
de españolidad sin anclajes políticos, sin afanes rememorantes, sin nostalgias
de pasados difícilmente deseables, que no compartan, que no jaleen, que no
toleren a los que aprovechan el río revuelto para mejorar como pescadores. Todo
en la vida tiene un límite, y el de los ciudadanos debe de estar donde empiezan
los extremos. Además hay que tener en cuenta eso mismo que el pueblo ha acuñado
como frase referente: “dime con quién andas y te diré quién eres”, o quién
acabarás siendo. Negaros siempre a ser cómplices, simpatizantes, colegas de
calle, de aquellos que no tienen otro fin que el suyo y se aprovechan de
vuestro ruido, de vuestro sentimiento y de vuestra presencia, para hacerlos de
su propiedad. Para justificarse.
Frente al totalitarismo, democracia.
Frente a libertad condicional, libertad real. Frente a pueblo, ciudadanos. Frente
a intolerancia, fraternidad. Frente a ellos, nosotros, que somos más y mejores.
Y, puestos a no poner de mi parte
ni una sola idea original, quisiera rematar esta reflexión con aquella frase que
solía decir el Hermano Lobo: “El que avisa no es traidor, es avisador”. Pues
eso, que en todas partes cuecen habas.
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