No sé, porque mis conocimientos
sobre la mente y sus trastornos no me lo permiten, si el trastorno que sufre el
PSOE es una paranoia, una esquizofrenia, o un trastorno bipolar, pero lo que si
tengo claro es que sea lo que sea lo hace débil, quebradizo y poco fiable. Eso
y que todos esos males los traslada a la sociedad a la que debería representar
como partido más votado de la oposición en unos momentos más que delicados para
el país.
Hace poco que comentaba que el
proceso catalán, su planteamiento, su evolución, eran un salvavidas al que
podría agarrarse la izquierda para reconectarse con esa población mayoritaria y
sin ideología predeterminada que es con la que se ganan las elecciones. Esa
mayoría, en general silenciosa pero determinante, que se siente cómoda con la
monarquía, insatisfecha con la corrupción pero sin que la obsesione,
identificada con los signos del estado y feliz con la forma de vivir en España.
No son nacionalistas, no son, ni muchos menos, fachas, pero les molestan las
posiciones equivocas, las pitadas al signo, el continuo cuestionamiento de la
historia de la que se sienten moderadamente orgullosos, o los planteamientos
equívocos respecto a los valores que respetan y con los que se sienten
identificados.
El problema, el maldito problema,
es que la simplicidad del mecanismo del salvavidas hace que no venga acompañado
de un manual de instrucciones. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que el
salvavidas, el clásico flotador de toda la vida, se pone en la cintura y se usa
en el agua con la cabeza hacia arriba. Alguien en la izquierda española no
tiene dos dedos de frente y ha decidido usarlo invertido, con la cabeza dentro
del agua y los pies en alto, y se están ahogando sin alejarse de la orilla.
Ante la crisis catalana el PSOE
ha demostrado, una vez más, que engloba a dos partidos cuya coexistencia no
tiene otro fin que el sumar votos y, o, considerarse herederos de unas siglas a
las que están desprestigiando. Basta con oír las declaraciones, con darse una
vuelta por las redes sociales, para observar dos posturas absolutamente
dispares, irreconciliables, respecto a cualquier cuestión que se plantee. Hay
un PSOE institucional, con sentido de Estado y compromiso con la sociedad que
conecta con esa mayoría de la que hemos hablado pero que carece del apoyo de la
mayoría de los militantes, un partido que ha perdido la confianza de sus bases
y al que muchos de ellos, los más radicales, y con esa facilidad instalada
entre nosotros para insultar a cualquiera que disienta aún a costa de vaciar de
contenido el insulto, tildan de facha, y hay otro PSOE más marginal, levemente
radical, con regusto postfranquista que se siente incómodo con cualquier
identificación nacional y que se siente más cerca de PODEMOS que de sus
propios, teóricos, correligionarios. Este último es el que controla ahora el
aparato del partido y el que se aleja cada vez más de los votantes neutrales y
le lleva a cometer errores tan tremendos como la moción de reprobación
precipitada, innecesaria y absolutamente inoportuna, a la vicepresidenta del gobierno
en un momento en que mantener el bloque es prioritario sobre las ideologías. Y
eso se paga. Se paga con el desprestigio del
líder y el de las siglas a las que representan.
Siguen hablando de diálogo como
única estrategia para reconducir la situación pero, planteado en tales
equívocos términos, que es difícil saber si están contra el gobierno, contra la
legalidad, contra las dos cosas, contra el presidente del gobierno, contra sí
mismos, o simplemente tan necesitados de significarse que quieren ser la referencia
moral de una situación imposible.
También sé que la manifestación
de ayer es un toque de atención. Un toque de atención en el que el PSOE volvió
a ponerse de perfil, recomendando la presencia de las personas pero remarcando
la usencia del partido. ¿Por qué el partido no va? ¿Porque es más importante
marcar los contras, que los pros? ¿Porque manifestarse bajo la bandera española
es sospechoso de franquismo? ¿Porque tenemos que marcar las diferencias a costa
de lo que sea?
No lo sé, pero sí sé algo con
bastante convicción, mientras la izquierda siga anclada en su postfranquismo
inútil, mientras no reivindique su sitio bajo los símbolos del estado que
representan a la mayoría de la población, mientras jueguen a la élite moral que
no escucha al pueblo al que dice representar, mientras no sea clara, madura y
ejerza sobre la sociedad la docencia del progresismo y no la superioridad
despectiva que le lleva a justificar sus fracasos como equivocaciones de los
que tienen que votar, esta será una izquierda inútil para la sociedad, inútil
para el país e inútil para el Estado. Esta izquierda será parte del problema, y
parte importante. Bueno, para ser coherente, estas izquierdas.
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