Día a día voy estando hasta los
mismísimos de la sociedad que se supone que estamos construyendo. Día a día
ciertas actitudes me cargan y descomponen porque no puedo entender la ceguera,
la debilidad, la decadencia, el puritanismo, el olor de santidad eclesiástico
ni el olor de santidad laico que ciertas personas emanan por cada uno de los poros
de su piel. Estoy hasta los mismísimos, estoy harto y encorajinado, de todas
las personas que a mí alrededor me dicen lo que es correcto y lo que es
incorrecto. No soporto a las minorías con vocación de mayorías o, directamente,
con ínfulas totalitarias. Estoy hasta los mismísimos de que un tiempo a esta
parte el papel de fumar de cogérsela ha pasado de fino a básicamente
inaprensible según los temas y los personajes con los que topes.
No soporto el linchamiento que
desde ciertas posiciones ideológicas se perpetra cuando alguien, en perfecto
uso de su libertad y de su patosidad, comete el execrable crimen de decir algo.
Estoy harto, furioso, rabioso, de comprobar cómo se legisla la moral de
derechas y como se legisla la moral de izquierdas. Estoy absolutamente asqueado
de que me digan que tengo que pensar, que puedo decir o como me tengo que
sentar. De que me impongan como correcta una moral que no es la mía y además lo
hagan desde una posición de superioridad ética que solo se reconocen ellos
mismos. Que se vayan a escardar.
Estos nuevos inquisidores de lo
correcto y de la salvación del alma inexistente no me resultan distintos de
aquellos otros del alma eterna. Ni menos peligrosos. Sí, es verdad ya no usan
el potro o el péndulo, ahora usan el Facebook o el Twiter. Pues váyanse ustedes
al país de las moñigas. Ustedes y los otros. Ustedes, los otros y los de más
allá por no quedarme corto.
Váyanse a su país de falsa
libertad, de pensamiento único y pasaporte para la corrección y si es posible
no vuelvan. Yo tengo derecho a pensar, incluso equivocadamente, lo que me dé la
realísima gana. Yo tengo tanto derecho como cualquiera a errar y corregir lo
errado, o a persistir en ello si ese es mi deseo y mi convencimiento. Basta con
que lo que yo piense, lo que yo haga, no interfiera en la libertad del ajeno.
Ni yo en su libertad, ni él en la mía.
¿Pero quien coño se han creído
que son esos acarreadores de cadenas del odio de todo signo? ¿En qué mierda de
sociedad vivimos en la que la ley puede ser impunemente burlada por minorías
por el simple hecho de serlo, en la que impera la ley del más débil? ¿Pero qué
tipo de discursito ético pretenden soltarme los que no reconocen más verdad que
la suya ni más forma de defenderla que la imposición radical? ¿Pero en que nos
hemos convertido?
Desprecio con todo mi desprecio a
todos los que se declaren anti algo por su incapacidad para ser pro nada.
Desprecio con gesto de asco y desplante a todos los que creen estar en posesión
de una verdad absoluta porque serán incapaces de alcanzar ni siquiera una
verdad relativa. Desprecio con absoluta falta de caridad a todos aquellos que
se permiten etiquetar a los demás, que se permiten juzgar sin ser jueces,
testificar sin ser testigos y condenar sin ser jurados. Desprecio, hasta la náusea
y más allá, a todos los que promueven la perversión del lenguaje para valerse
de la imposibilidad de comunicarse para sus fines, la confusión, el
adoctrinamiento, el mensaje vacío.
Desprecio a los débiles que
prefieren mirar para otro lado, y a los que solo miran para encontrar lo malo.
Desprecio a los que quieren imponer lo suyo en una suerte de santa, eclesial o
laica, cruzada. Desprecio a los que son incapaces de educar, de razonar, de
convencer y solo saben condenar, descalificar, prohibir. A los políticos en
general, a los ideólogos en particular y a los que piensan con los titulares de
los periódicos o con la última entrada de las redes sociales personalmente.
Exijo el mismo respeto que estoy
dispuesto a dar, la misma libertad que estoy dispuesto a conceder, la misma
igualdad que necesito y siento. Y en estos mismos valores, en estos mismos
compromisos se encuentra encerrado el ideal de sociedad que busco, pretendo y
por la que peleo. No me valen las discriminaciones, sean positivas o negativas,
no me valen los orgullos que enfrentan por muy naturales que sean, no me valen
las dictaduras de minorías sean étnicas, económicas, religiosas, sexuales o en
razón a la edad, que basan su poder en su pretendida debilidad. Libertad para
todos, igualdad para todos, ley para todos y respeto. Sobre todo, respeto.
Ea!, que a gusto me he quedado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario