Verás papá, en estos días que
estamos pasando más horas juntos da tiempo, contemplándote, a pensar en muchas
cosas. En tantas que a veces entiendo que la principal secuela de esta
enfermedad es que genera un pensamiento
enfermizo, errático, obsesivo, en las personas, en los pacientes, que atienden
al enfermo.
Contemplándote dormir con ese
sueño profundo, continuo, malsano que parece más un entrenamiento para un
destino inevitable que una actividad reparadora, que parece más una desconexión
cada vez más prolongada y evasiva que una necesidad fisiológica, que parece más
un ensayo de tránsito que un tiempo de descanso, es inevitable que las ideas
vayan y vengan en una danza de tiempos y temáticas variados.
Cada vez más, cuando me preguntan
cómo estás, respondo que tu cuerpo está perfectamente y que del resto de ti solo
podemos constatar una ignorancia absoluta de tu paradero.
Esa presencia física a la que ya
es difícil entenderle nada de lo que dice salvo los insultos a las personas que
lo asean, que rara vez muestra un chispazo de coherencia que resulta aún más
lacerante que la inconsciencia habitual, casi permanente, ya no es reconocible
como el que fue mi padre salvo en ciertos rasgos de su fisonomía.
Si papá, tu cara aún recuerda tu
cara, pero es lo único que queda del que fuiste, del que yo recuerdo. A veces
tu risa, a veces un silbido, parecen abrirse camino de reconocimiento, de
contacto, con los que estamos a tu lado. Eso, una brisa, un chispazo, un eco
salido de una profundidad malsana e insondable.
Esta tarde, mirándote, viendo ese
gesto que me atormenta de llevarte las manos a la cabeza como si los dedos
pudieran encontrar y restaurar las conexiones perdidas de tu cerebro, me hice
una pregunta nueva, una pregunta entre metafísica y desesperanzada: si los
seres humanos tenemos alma ¿Dónde está la de los demenciados? Si el alma de los
vivos reside en su cuerpo unidos por el hilo de plata y la de los muertos
transita hacia estados superiores de consciencia ¿en qué recóndito estadio
intermedio, en qué divino pebetero, aguarda el alma de los que han perdido su
propia consciencia, el tránsito que la libere del cuerpo?
No, papá, no es una pregunta
religiosa, es una pregunta metafísica, es una necesidad de entender ¿por qué? ,ó , para ser más exactos, ¿Dónde?
¿Dónde estás, papá, si es que
estás, que no te alcanzamos? ¿Qué extraño lugar es ese que se rige por la falta
de comunicación de los muertos y la actividad física de los vivos? ¿Estás ya
muerto y tu cuerpo aún no lo sabe? ¿Estás aún vivo y no consigues que lo
sepamos? No hay nadie que pueda contarlo, explicarlo, aunque pretendan hacerlo.
Es lo malo de la metafísica, papá,
la facilidad que tiene para que nos planteemos las preguntas, la absoluta incapacidad
de que adolece para llegar a las certezas.
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