Hay días, desgraciadamente
muchos, en que viendo lo que me rodea me pregunto hasta donde va a llegar la miseria moral de la sociedad en la que
convivo. Hasta donde podremos alargar esta decadencia muelle e insana, este retorcimiento
culpable de los valores que nos traemos de un tiempo a esta parte y que me
lleva, a pesar de mis esfuerzos, a aborrecer por igual a personas e
instituciones, obras y dejaciones.
No puedo concebir con qué
criterio esta sociedad, sus miembros, creen haber descubierto una suerte de fuente
de la eterna juventud, pero solo para ellos, solo para aquellos que creen, posiblemente
yo también tuve mis momentos, que los viejos ya nacen así y con la única misión
de entorpecer, de fastidiar, de impedir la natural evolución de la juventud.
No he empezado estas palabras con
el propósito de hacer una análisis de edades, ni siquiera con el de reivindicar
papeles, pero permítaseme, aunque sea de forma ocasional, apuntar que todas las
sociedades pujantes, fuertes y con futuro contrastado, han partido de
equilibrar la fuerza de la juventud y la prudencia de la experiencia, renuncio
aposta al término equívoco de sabiduría.
Pero hablemos, que es lo que
realmente pretendía, de Justicia, no de justicia reglada y formal, no de
justicia penal, civil o laboral, hablemos de justicia social, hablemos del delito
de lesa humanidad que esta sociedad comete segundo a segundo de su existencia. Hablemos
de acaparación, de avaricia desmedida y de abandono, de abandono cruel y
culpable.
Porque abandono cruel y culpable,
abandono miserable moral y éticamente es el que esta sociedad perpetra contra sus
mayores a cada instante de cada día. Porque abandono lamentable por sus
términos y su profundidad es el que sufren los mayores de esta sociedad, los
discapacitados de este país, y me consta que de otros, cuando llegando a la
edad en la que esperan que se les devuelva en forma de atención y cuidados que
les son, no necesarios, imprescindibles se sienten abandonados, ninguneados, estafados,
maltratados.
¿Cómo puede una sociedad
permitirse, amparada en sus estructuras y criterios burocráticos, mirar para
otro lado mientras algunos de sus miembros más débiles y necesitados malviven,
malmueren, en condiciones infrahumanas? ¿Cómo puede permitir la soledad, la
incapacidad, la discapacidad, la necesidad que personas sin recursos por edad,
por formación, por vivencias sufren cada día y ampararse en un trámite
burocrático, en un impreso, en una miserable y cochina mirada social para
desentenderse del problema?
Pero si esta mirada sucia,
inhumana, indecente, de la sociedad provoca en mí el desprecio más absoluto ese
sentimiento se convierte en rabia y frustración cuando además me fijo en el
agravio comparativo que ciertas informaciones, ciertas exhibiciones diría yo,
ponen habitualmente ante mis ojos.
Es triste que la sociedad no sea
capaz de demandar, de proveerse, de unos mecanismos que impidan el
enriquecimiento abusivo de unos pocos frente a la necesidad de unos muchos. Es triste
pensar, y más vivir, el abandono de nuestros mayores, de nuestros
discapacitados de cualquier edad, de nuestros enfermos, de nuestros abandonados
a su suerte. Y digo nuestros, en general, porque si nuestros fueron los
beneficios de su trabajo, de su discurrir vital, de su inteligencia o torpeza,
nuestras son ahora sus cuitas. De todos, de la sociedad.
Pero con ser triste, lamentable,
indigno, me gustaría reflexionar sobre ciertas preguntas que acuden a mí cabeza
cuando me cruzo, prácticamente a diario, con hechos que mi conciencia no
consigue asimilar. Y para plantearlas y que sean comprensibles establezcamos
una medida base, la pensión mínima de jubilación: 637,70 euros al mes. Si,
insuficiente para vivir dignamente, miserable, pero es lo que hay y nos va a
permitir poner en cifras nuestra reflexión moral.
¿Puede una sociedad sana,
medianamente equilibrada y con valores, permitir que exista una lista, hablo de
la lista Forbes, en la que el señor más rico de este país acumula un capital
equivalente a 111.337.619,60 pensiones mínimas mensuales? ¿O sea la pensión
anual de 7.952.687 personas viviendo en necesidad? ¿Posiblemente algunos de
ellos con discapacidades que no pueden solventar por carencias económicas?
Claro que si en vez de coger solo
a uno, tomamos los datos de los 50 más ricos del país podremos comprobar que
acumulan 278.751.764,15 pensiones mínimas mensuales, o podrían pagar una anualidad entera de miseria a 19.910.840
necesitados.
Aunque ¿qué podemos esperar de
una sociedad que permanentemente saca en los papeles, y hace sus ídolos, a unos
niños mimados que, por poner un ejemplo, exhiben periódicamente sus coches
nuevos, uno más además de los que les regalan, con cuyo precio se pagarían
3.753 mensualidades de necesidad? O por ponerlo en otros parámetros, y hablando
de uno concreto, ¿que por dar patadas, eso sí, muy eficazmente, a una pelotita
gana cada minuto lo mismo que 146,5 personas necesitadas en un mes?
Posiblemente tampoco eso sea para
escandalizarse si hay corporaciones, empresas, administradoras de, en realidad
que comercian con, bienes de primera necesidad como la energía que mientras
cortan el suministro, gas y electricidad necesarias para preparar los
alimentos, para la higiene y combatir el
frío, a personas en estado de necesidad se permiten declarar, solo una de
ellas, beneficios en 2013 por un importe de 8.395,41 pensiones mínimas mensuales
con las que esas personas podrían alimentarse y, es posible que, hasta pagar
los servicios que les hubieran prestado con unas tarifas más justas.
Y es que una sociedad que hace de
la necesidad de los pobres el beneficio de los ricos es una sociedad, no
injusta, no desequilibrada, miserable e indigna.
Por cierto, y que no se nos
olvide, qué podemos esperar de un Estado
que emplea en su órgano recaudatorio principal, en su burocracia y su faceta
coercitiva, 228,600 pensiones mínimas mensuales, insuficientes, patéticas. Es verdad,
si además hablamos de las remuneraciones y prebendas de toooodos los cargos
públicos, semipúblicos, de favor y beneficiados la cara se nos puede caer de
vergüenza. Se nos debería de caer de vergüenza o podrida por el llanto de la
impotencia y la pena por los miles y miles de conciudadanos que conviven su
miseria, su necesidad, a nuestro alrededor.
Recuerdo, como no, aquella
canción del grupo “Desde Santurce a Bilbao Blues Band” que hablaba de la fiesta
que daba la marquesa en la que los invitados bebían, comían, vomitaban y
flirteaban a beneficio de los huérfanos. Al día siguiente:
A las 10 de la mañana
los huérfanos trabajaban.
Y los pobres mendigaban.
Los invitados... RONCABAN
Pero todo ello era…
A beneficio de los huérfanos,
los huérfanos, los huérfanos
y de los pobres de la capital
Es posible que alguien confunda esto con un
manifiesto comunista, revolucionario. No, no lo es. Y no lo es porque no creo
que exista la igualdad absoluta ni creo en el absolutismo necesario para
intentarla. Pero si creo que mientras se codeen la necesidad y el lujo,
mientras convivan miseria y riqueza habría que intentar, habría que lograr un
sistema que además de marcar la miseria mínima con la que puede castigarse a
los ciudadanos también legislara la opulencia máxima con la que puede ofenderse
a los necesitados. Salario mínimo frente a beneficio máximo. Eso sí sería
Justicia Social, convivencia ciudadana, Ética humanitaria. A beneficio de los
huérfanos y de los pobres de la sociedad.
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