jueves, 24 de marzo de 2016

Mañana más

Entiendo que cuando se da un mensaje público este tiene que ser sencillo y rotundo, pero lo que no entiendo es que la sociedad que lo recibe no se pare a reflexionar sobre todo lo que esos mensajes tienen detrás. Lo que no entiendo es esa especie de fe ciega que el hombre de la calle, me niego a llamarle ciudadano que implica una conciencia e implicación que no demuestra a día de hoy, parece poner en los líderes, y me da igual que sean mediáticos, políticos o sociales, que sistemáticamente le demuestran su incapacidad, su escasez de bagaje moral e incluso su desprecio por sus derechos, traicionándolos en cada ocasión que se presenta.
Una vez más, otra vez más y las que te rondaré morena, los muertos, el terror, los crespones negros, las condolencias redactadas con rigor, elegancia y un toque de sentimiento. Empiezo a pensar que las tienen guardadas a falta de poner el nombre de la ciudad y el país. Y los asesinos preocupadísimos por la fina literatura que destilan los escritos porque los lleva al arrepentimiento súbito, incondicional, irremisible.
Tras los últimos comunicados tan firmes, tan elegantes, tan llenos de indignación, los activistas esparcidos por el mundo han salido a la calle a entregarse dándose golpes de pecho y pidiendo perdón por el daño causado. ¡¡¡Que inmensa parodia!!! Que magnífico espectáculo si no fuera porque la sangre vertida es de verdad y no puede volver a introducirse en los cuerpos que la han derramado y que vuelvan a la vida. A la vida, de momento, no se vuelve. Los muertos lo son para siempre.
Y ahora, para solaz de los beneficiados, para júbilo de los asesinos, para decepción, otra más, de los que intentamos atisbar entre los velos que nos ponen para ofuscar nuestra razón y estorbar nuestra vista, vienen las condolencias, vienen los discursos, vienen una vez más, y otra, y otra, las palabras grandilocuentes, vacías, los discursos encendidos para incendiar, los discursos enardecidos para pedir calma, los discursos arrebatados para reclamar la inocencia de todos.
¿De todos? ¿Es que en esta historia hay inocentes?
No son inocentes los asesinos porque no puede haber ninguna razón en una personalidad moralmente bien formada para matar a otro ser humano, para arrebatarle el único bien que no puede ser devuelto. No son inocentes aquellos que con sus prédicas, con su torticera visión de dios y la religión, envían a otros, siempre a otros, a que maten y a que mueran prometiendo lo que no pueden garantizar. No son inocentes los que con su permisividad, con su falsa tolerancia y su rancio progresismo han permitido que esos ideólogos de la muerte tengan un lugar en el que adoctrinar y engañar a esos pobres asesinos. No son inocentes los que más preocupados de la propia poltrona y el favorecimiento de amigos, seguidores y correligionarios se dedican a gobernar para los poderosos creando una falsa alternativa de izquierdas y derechas con la que engañar a los gobernados. No son inocentes, en realidad son los verdaderos culpables, aquellos que amparados en el anonimato y el dinero dirigen al mundo con mano firme y consciente, avariciosa y funesta, hacia una hecatombe ética, bélica, económica y ecológica.
Pero claro, contarle esto a una sociedad pacata y amedrentada, decadente y pusilánime como es la occidental, una sociedad que cree que los derechos son algo que se adquiere por el simple hecho de pedirlos y que no se pueden negar, a una sociedad tan cobarde que consiente en cambiar esos derechos por seguridad, confort y ceguera, contarle esto es tan efectivo, o incluso menos, que leerles las condolencias a los asesinos.
 Y mañana más. Mañana más muertos, más asesinos, más guerras, más condenas, más intolerancia, más progresismo de salón, más arrebatadas proclamas, más despotismo ilustrado y sobretodo, sobretodo, más riqueza para los que viven de ello, para los que se amparan al fondo de un tablero donde mueren los peones, se queman los alfiles y caballos por unas migajas de poder, compadrean las torres y ocultos, entre todos, al amparo del sacrificio de todos, los reyes y las reinas, los soberanos no coronados del poder mundial, no saben ya cómo gastar lo que atesoran, aunque sigan queriendo atesorar.

Mañana más.

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