Cuando se tiene cierta edad, y el
término cierta siempre se refiere a pila de años, y se echa la vista atrás es
cuando se puede apreciar la evolución de la personalidad, la maduración de
ciertas ideas y un poso de conocimiento, lo de sabiduría me parece un exceso,
que te permite intuir la diferencia entre tus actos presentes y los que
llevarías a cabo si a día de hoy tuvieras, pongamos, veinticinco años, año
arriba, año abajo.
Si en este momento tuviera
veinticinco años yo sería, casi con total seguridad, votante de Podemos. Lo
tengo claro. Hoy no. Ya estoy oyendo el discurso de los que no esperan a las
razones ajenas, seguramente porque carecen de razones propias: “Es que con la
edad la gente se va volviendo más carca”. Bueno, no dudo que ellos sí, yo no.
Con veinticinco años yo me
consideraba anarquista, vehemente, convencido, sin fisuras. Con algunos más hoy
me considero ácrata, vehemente, convencido, sin fisuras, y con mucho miedo de
lo que el término significa para otros. Y ahí radica la diferencia. Con veinticinco
años a mí me daba igual lo que pensaran otros que pensaba yo, a día de hoy a mí
me preocupa mucho lo que piensan otros que dicen pensar lo mismo que pienso yo.
Con veinticinco años yo estaba al
lado, o un paso por delante, de cualquiera que quisiera cambiar el mundo, sin
importarme ni los medios, ni las formas, ni las consecuencias. Con veinticinco
años tenía toda la vida por delante para equivocarme y corregir mis errores, de
visualizar ante una vida tan larga como sería el mundo conmigo en él, no podía
ser de otra manera, y por tanto valoraba la urgencia de cambiarlo para poder
disfrutar de mi sueño. Con veinticinco años las tradiciones eran cosa de los
viejos, la historia una materia de estudio y España una cosa de la que hablaba
Franco y nos obligaba a la fuerza. A día de hoy tengo hijos y sé que tengo que
trabajar, que aportar mi granito de arena para que el mundo vaya derivando
hacia el mundo que yo sueño, o, como es el caso, para evitar que el mundo vaya
ciegamente encaminado hacia las peores fantasías de la ciencia ficción de los
años dorados del género: Un Mundo Feliz, Gran Hermano, La Fuga de Logan… A día
de hoy sopeso las tradiciones, incluso aquellas que tienen un carácter o fondo que no comparto, analizo
y valoro la historia como parte de lo que soy y España es un trozo de mundo
agradable, y con considerables ventajas sobre muchos otros, en el que vivo y
con el que parcialmente me identifico.
Por eso con veinticinco años yo
habría votado a Podemos, o habría sido jacobino si la época hubiera coincidido,
sin importarme los medios, las formas, las consecuencias, convencido de que era
el camino inmediato y feliz para un cambio que ordenara el mundo. Por eso hoy
en día no puedo votar a Podemos, porque no tiene una ideología formal y que
pueda reconocer y actúa como una amalgama de activistas donde cada uno cree que
puede imponer a la sociedad sus credos, porque hace de la provocación una forma
de actuación, porque, como todos los radicales, religiosos, anti religiosos,
políticos o anti políticos, consideran que destruir todo lo existente es el
camino para crear un mundo más justo y más feliz. Que todo lo pasado es
pernicioso o en todo caso borrable.
Porque con veinticinco años no
hay nada por encima de los valores, pero con cierta edad uno ya ha visto lo que
se hace con los valores, lo que la política acaba haciendo con los valores y
como los dictadores se envuelven en la bandera de la libertad, y como los
demagogos se camuflan como activistas sociales, y como los ávidos de poder usan
las necesidades de la sociedad para su propio medraje, y entonces importan las
formas, los medios, las consecuencias. Por eso yo con veinticinco años habría
votado a Podemos, pero con cierta edad, con la que tengo ahora, solo comparto
con ellos los valores pero no la política, o sea, las formas, los medios, las
consecuencias.
Permítaseme una reflexión de ser
humano con una cierta edad, con un compromiso con la igualdad, la libertad y la
fraternidad, una pregunta, o preguntas, que no tiene otro fin que el de invitar
a que reflexionen conmigo
¿Podemos, que ironía, borrar de
nuestra memoria como sociedad, como país, todo lo que nos ha llevado a ser quiénes
y cómo somos? ¿Podemos, seguimos con la ironía, edificar una nueva sociedad sin
memoria? ¿Podemos superar a la naturaleza que nos ha llevado a ser mamíferos
sin olvidar que antes fuimos otras cosas? ¿Podemos, a estas alturas de la vida,
consentir que alguien nos obligue a pensar como no pensamos? ¿A dejar de sentir
lo que sentimos? ¿A que nos prohíban lo que no nos da la gana que sea prohibido
porque ellos lo rechazan? ¿Realmente podemos? ¿Debemos?
Bueno, la soberbia también es una
característica de los veinticinco años, año arriba, año abajo, edad en la que
la experiencia es algo que dicen tener otros y la usan para evitar que los de
veinticinco años, año arriba año abajo, puedan reclamar la razón que
indudablemente creen tener.
Habrá quién leyendo esto piense
“quien tuviera veinticinco años”. Yo no, primero porque es una quimera, segundo
porque ya los tuve y estuvieron bien y tercero, y fundamental, porque ahora
tengo, disfruto y paladeo, una cierta pila de años.
Claro que siendo sincero,
totalmente sincero, si yo tuviera veinticinco años sería votante de Podemos,
pero ahora, con cierta edad, con la pila de años que tengo, no me siento capaz
de votar a Podemos, ni al PSOE, ni al PP, ni a Ciudadanos, IU, o cualquier
marea o compromiso que me salga al paso, porque ya la experiencia me dice que
ninguno de ellos garantiza el cien por cien lo que yo creo que necesita la
sociedad. Porque creo que son organizaciones al servicio, o al servicio del ansia,
del poder. Porque creo que la disciplina de voto, que feo verbo disciplinar, es
inversamente proporcional a la libertad, porque las estructuras rígidas y
monocordes que son los partidos son inversamente proporcionales a las ansias
democráticas de la sociedad.
Tal vez si hubiera listas
abiertas… Tal vez. O si yo tuviera veinticinco años.
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