Al fin es 6 de enero. Sí, me he
asomado al salón de casa y he comprobado, no me cabía ninguna duda, que los Reyes
han dejado un montón de regalos y estoy convencido que alguno será para mí.
Porque los Reyes, Sus Majestades, siempre encuentran algo que haya hecho bien
durante el año y merezca una recompensa, un empujoncito de ánimo que me ayude
en el año nuevo a buscar nuevas metas y fuerzas para enfrentarlas.
¿Cuántos niños hay en mi casa?
Cinco, el más pequeño tiene veintiséis años y los mayores pasamos de los
sesenta, y todos, todos, sin fisuras, creemos en los Reyes Magos.
Hace ya algunos años mi hijo
pequeño me dijo con cierta picardía, faltando poco para la fiesta,: “Papá, ya
sé quiénes son los reyes”. Mi respuesta fue clara, rotunda, salida de lo más
profundo de mi órgano de las convicciones: “Pues espero que lo tengas claro
porque tu padre nunca te va a hacer un regalo”. Hoy, más de una década después,
nadie en mi casa, tampoco él, habla de otra cosa que no sean Sus Majestades los
Reyes Magos de Oriente.
Nadie pretende, al menos en mi
casa, que la historia sea real, a ninguno se nos oculta el trasfondo comercial
de la celebración. Ninguno de los miembros de mi familia ha pretendido entrar
en un debate sobre el rigor histórico de la celebración ni nadie se ha
cuestionado su origen religioso a pesar de que casi ninguno seamos practicantes
de ninguna religión. Celebramos la ilusión, celebramos la inocencia, celebramos
la capacidad de recordar, una vez al año que no es tanto, que la vida no solo es razón, no solo es
“ideología”, que la vida también necesita de su toque de sentimiento, de magia.
Al fin es 6 de enero. Ahora, en
un rato, toda la familia junta nos acercaremos al salón de casa y abriremos y
celebraremos los regalos que los Reyes Magos nos hayan dejado a cada uno.
Es posible que esta navidad, esta
fiesta de Reyes, sea una de las más tristes de mi vida. No porque me falten los
regalos, la ilusión, la capacidad de sorpresa, la magia, los buenos deseos, no,
si no porque no puedo olvidar los cientos de niños que han perdido su capacidad
de ilusión, su momento mágico, gracias a los políticos y comunicadores que han
antepuesto su “profesión”, su criterio, a la preservación del sentimiento y la
inocencia.
Y es que si hay algo peor que un
fanático religioso es un fanático anti religioso. Y es que si hay algo peor que
un político corrupto, inútil o equivocado es un político que se considera
elegido para adoctrinar al pueblo y salvarlo gracias a “su verdad revelada”.
Queridos Reyes Magos: Prometo el
año que viene ser especialmente bueno si ciertos personajillos encumbrados, si
ciertos detentadores de la Razón Pura, si ciertos visionarios de la Verdad
Única se ocupan de dictar sus verdades desde la barra de un bar o, si son
largas y complejas, desde la mesa de un café. Bueno, y que volváis, y que
borréis de la memoria de tantos niños las patochadas, las bufonadas, las
pantomimas que han puesto en marcha para intentar que os olvidemos.
Y aprovecho, que el año sea
largo, fructífero y libre de liberadores. Incluso para ellos.
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