Vivir en democracia es vivir pendiente, sujeto, sometido a las mayorías. Ningún otro concepto tiene la trascendencia que el de mayoría supone para analizar la calidad democrática de cualquier país. Por tanto, y como consecuencia, la calidad democrática de cualquier país dependerá de la calidad del uso y conformación de las mayorías.
Y yo, personalmente en este caso,
considero que la calidad de las mayorías que habitualmente se invocan en el
discurrir electoral y parlamentario español son mayorías mentirosas, mayorías
que nada tienen que ver con la voluntad del demos y su servicio, si no con la
obtención del poder y comprometiendo valores que el demos reclama, mientras
observa como sus representantes los ignoran. Mayorías conformadas a golpe de
concesiones y que contradicen todo lo ofrecido en el momento de solicitar el
voto.
Partamos de que la mayoría más
representativa del panorama español es la mayoría silenciosa, la mayoría
formada por abúlicos, descontentos y personas que no se sienten representadas
por las propuestas que los partidos, auténticos protagonistas del sistema,
presentan, o no se fían de su voluntad de atenerse a esas propuestas en el
ejercicio de sus funciones gubernativas. Esta mayoría, que yo definiría como la
mayoría, compuesta por abstencionistas, votantes en blanco y votantes nulos,
incluso descontando una parte técnica que abarca a los errores de censo y
errores de votación, es sistemáticamente ignorada, ninguneada, silenciada por
el sistema, que, de esta manera, impide una vía que permita oponerse a la forma
en la que está concebido, legislado y puesto en práctica.
Nadie puede estar conforme con la
calidad democrática de un sistema que ignora de forma pertinaz a la mayoría de
sus miembros, que impide manifestar el rechazo a la forma de desenvolverse, de enfocar
los problemas, de resolverlos de aquellos que se apropian de una mayoría minoritaria
ignorando a la mayoría mayoritaria.
He oído decir, muchas veces,
hablando de este tema, ”que voten y así podrán exigir”. ¿Que voten a quién si
nadie se ajusta a lo que ellos quieren? ¿Que exijan a quién si el que consigue
salir elegido no respeta sus compromisos? ¿Por qué camino podrían exigir nada si
las vías de comunicación entre elector y elegidos está cegadas durante cuatro
años?
Cualquier análisis mínimamente riguroso
que podamos hacer sobre las mayorías que gobiernan, que pretenden reclamar en
nombre del demos, que se forman y rompen para lograr imponer iniciativas ajenas
al demos, acaban dándose de bruces con la realidad de que su verdadero número,
contrastado con el número total de electores, las convierte en mayorías
mentirosas, en mayorías de conveniencia que ignoran, cuando no van
decididamente en contra, de la mayoría real, simple, de la mitad más uno de ese
demos que dicen defender y representar.
Para muestra basta un botón, y,
aunque podría disponer de una botonera, vamos a coger solo algunos, los más significativos,
de mayoría reclamadas recientemente.
-
Elecciones catalanas. Los votos totales válidos
fueron algo más del 51%, de estos poco más del 51% fueron votos independentistas
puros. La mayoría mentirosa es aquella
que invoca que el independentismo tuvo más de la mitad de los votos, cuando
solo obtuvo poco más de una cuarta parte de los votos totales del demos. Otra
mayoría mentirosa sería la que reclamase lo contrario, porque tampoco
representaría otra cosa que a algo menos de la cuarta parte de los electores.
-
Parlamento español. Aquí la mayoría mentirosa,
la que actualmente sostiene el gobierno del país, es aún más mentirosa porque
se sustenta desde unas leyes electorales que desvirtúan la representatividad
del demos, aparte de estar cosida con incumplimientos, con apoyos que,
claramente, son contrarios a los intereses del demos, y se arrogan una representatividad
que no pueden sostener ni ética ni electoralmente,
-
Madrid. El gobierno de la Comunidad de Madrid,
después de las últimas elecciones, y a la espera de las próximas, representa el
41% del 69% de los electores, esto es, su mayoría supone un 28% real de los
habitantes de la comunidad. Tal vez, en este caso, su mayoría no pueda tildarse
de mentirosa, pero sí de impropia o de minoritaria.
¿Puede una fuerza política, o una
coalición de fuerzas políticas, considerarse legitimada para representar con
solvencia, para ignorar con soberbia, para legislar con desmemoria, a un demos
del que solo representa a una parte menor? ¿Al 25% de los habitantes de
Cataluña? ¿Al apenas 23% de los electores españoles? ¿Al 28% de los ciudadanos
de Madrid?
Sólo se puede responder que sí
desde una baja calidad democrática. Solo se puede decir que sí, y no poner
soluciones a los evidentes problemas de representatividad, desde una avaricia
de poder consustancial a los partidos políticos. Solo se puede afirmar tal
inconsistencia desde un forofismo que ve favorecidas sus aspiraciones e ignora,
cuando no ataca o ningunea, el derecho de los demás, de los que son más, a ser
representados.
Siendo rigurosos, en España la
calidad democrática está comprometida por unas minorías ambiciosas incapaces de
tener una validez representativa, un apoyo mayoritario, del demos. Y, porque lo
saben, las leyes electorales no cambian, ni tal cambio figura en las
expectativas más cercanas.
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