“Pinto, pinto
Juegan los niños
A pegar tiros
Pinto, pinto,
Juegan los niños
A romper nidos
Pinto, pinto,
Juegan los niños
Juegan matando
Pinto, pinto,
Ya son mayores
Y siguen jugando”
El autor, allá por 1974
Me preguntabas, como se pregunta atónita la mayor parte de la sociedad
española, por los acontecimientos de estos últimos días, las algaradas
callejeras, los posicionamientos políticos, las opiniones que recibimos y su
fiabilidad. Creo que hay dos temas separados, solo unidos por la conveniencia de
algunos, en toda esta historia, dos temas, cada uno de los cuales es lo
suficientemente importante para ser tratado por sí mismo: la violencia y la
libertad de expresión. Vayamos por partes y empecemos por el que empezó antes,
la violencia.
Como pacifista convencido, feroz y pragmático, parto de que considero
que la violencia es la renuncia a la razón y el único argumento del que es
incapaz de defenderla (la razón). La violencia es la ley del matón, la defensa
del mediocre y la forma de presentar sus razones del que no tiene otras, o de
aquel cuyos verdaderos motivos son inconfesables.
Claro que, si tiramos de historia, vemos que muchos de los que hemos
estudiado como buenos, de los que hemos asumido históricamente como buenos, han
utilizado la fuerza, y como consecuencia la violencia. ¿Son, por tanto, malos?
Pues seguramente sí, en unos casos, y no en otros.
Tal vez el problema está, y de esto el terrorismo sabe mucho, en como
determinar el punto en el que la violencia es una acción y el punto en el que
la violencia es una reacción, porque si toda violencia es acción, y nos olvidamos
de la reacción, nos ponemos en situación de que todo levantamiento contra un
estado de abuso, que no da otra opción, ni permite otra vía, es injusto, y la
paz, que teóricamente es contraria a la violencia, solo se puede alcanzar
siendo libres, y la libertad de los sojuzgados, a lo largo de la historia, solo
se ha podido alcanzar con violencia. Triste y contumaz paradoja. Paradoja que
queda resuelta cuando la acción es en realidad una reacción ante la injusticia,
una acción desesperada y terminal ante una actitud intolerante.
Así que ante la violencia desatada, como la que en estos días se ha
apoderado de muchas ciudades del país, como la que en los últimos tiempos se ha
apoderado de tantos lugares en el mundo, lo único que nos queda es pararnos a
analizar con toda la frialdad posible los argumentos de los violentos, y si esa
violencia, es un medio o es un fin, porque si la violencia como medio es
cuestionable, como fin es intolerable.
No puedo pasar por este tema sin sacar a colación los sucesos de
Linares, unos sucesos que me recordaron a cierta película, creo recordar que se
titulaba “Crash”, en la que un policía pasaba de una actitud bochornosamente
racista y provocadora a salvar una vida arriesgando la suya. Muchas personas
justificaban una acción con la otra, hacen un balance compensatorio intentando
hacer ver que al final la bondad de la persona triunfa sobre sus malas
actitudes.
Puede que estos argumentos sean válidos en una persona normal y
corriente, o en una película, que tampoco, pero son absolutamente intolerables
en un servidor público, en un personaje que se vale de su entrenamiento y de su
equipamiento, pagados por todos los ciudadanos, para abusar de aquellos, o de
algunos de aquellos, a los que tienen encomendado proteger. Recurriendo al
refranero, el hábito no hace al monje, y por mucho que se vista de uniforme, y
por muchas acciones humanitarias que acometa, una acción del calado de la que perpetraron
estos dos ex policías, los invalida para volver a ejercer tales funciones, ni
esas, ni cualquier otra que lleve aparejada el uso de la fuerza y una cierta
autoridad, sea vigilante del metro o portero de discoteca.
Y el problema añadido es que casi toda acción de fuerza es respondida
por otra de signo contrario. Es más, en muchos casos ese es el verdadero
objetivo del uso de la fuerza, la provocación, aunque en este caso la reacción
fulminante de las instituciones evitó que esa provocación fuera efectiva. Aun
así hubo grupos profesionales de la violencia que se personaron en Linares para
montar la marimorena, intentando sublevar a un pueblo que respondió con calma y
con cordura, desmarcándose de los actos vandálicos que fueron rápidamente
solventados. Esos actos solo se hubieran visto justificados, habrían sido
comprensibles, si el silencio de las instituciones hubiera llevado a utilizar
la violencia como medio para reclamar justicia. No fue el caso
Y esto nos lleva al segundo escenario de violencia que vivimos estos
días. Seguramente muchos de los agitadores de Linares están hoy en las calles
de alguna ciudad española, o de varias, según las necesidades de su
organización, porque de los que hablamos, de los profesionales de la violencia,
de esos que en este caso por la libertad de expresión, en otros por la
independencia, en otros por la violencia policial y en otros por cualquier otro
motivo, buscan en las algaradas, los disturbios, la violencia como fin, pongan
la excusa que pongan
Es una violencia política, un chantaje a la sociedad para conseguir
por la fuerza lo que no consiguen por la razón, por los votos. Son la fuerza de
choque de los anti sistema, de los contra sistema, de los radicales que se
echan a la calle a atemorizar a la mayoría pacifica de la sociedad, a provocar
la reacción de los grupos violentos de signo contrario, a solventar con gritos,
consignas, golpes y fuego, lo que no consiguen imponer con razones, votos y
leyes.
Alguno que lea esto pensará que él ha participado de las algaradas y
la ha hecho con la convicción de la reivindicación, estoy seguro. Tan seguro
que no puedo descartar que en tiempos más jóvenes yo mismo no respaldara, de
buena fe, lo que sucede. Pero me equivocaría entonces, y se equivocan ahora.
Esta violencia es una violencia de signo político, perfectamente
orquestada, manipulada, programada por organizaciones cuyos fines no tienen
nada que ver con los que declaran, y que se valen del entusiasmo ideológico de
quienes aún intentan creer en la pureza de unas ideologías hace tiempo
superadas.
Seguramente, para quienes aún crean en la honestidad de los grupos
anti sistema, si se investigara todo lo que acontece a fondo, si hubiera
interés, si nos preguntáramos con seriedad sobre el origen de los fondos que
manejan, sobre la propiedad de los lugares donde se entrenan, sobre la complejidad
de los recursos que mueven, acabaríamos llegando a despachos donde no se
discute de izquierdas y de derechas. A despachos donde simplemente se habla de
poder, del que detentan y al que no piensan renunciar.
No, como ya te adelanté en nuestra conversación, la violencia que
vivimos no tiene nada de inocente, nada de reivindicativa, nada de altruista,
nada de popular, es violencia del sistema para canalizar y servirse de un
sentimiento anti sistema en su propio beneficio. Como en el famoso chiste del
Hermano Lobo:
“O nosotros o el caos – ¡El
caos¡, ¡el caos¡ - Da igual, también somos nosotros”
O sea, ellos. Estos también son, al fin y a la postre, los mismos ellos.
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