Te dije en la carta sobre la
felicidad, “habrá quién considere que yo hablo de una felicidad que en realidad
se llama conformismo.”, y lo ha habido, a pesar de mi advertencia, y aunque
espero que tú lo hayas entendido, parece ser que ha habido unas cuantas
personas que no han entendido nada.
No tengo claro si el conformismo
es una forma de cobardía, o la cobardía es una forma de conformismo, pero si
tengo claro que los cobardes suelen ser conformistas y los conformistas son
siempre cobardes.
Recuerdo, como si fuera hoy, en
realidad fue ayer, un ayer de varios años, que nada más resultar elegido para
asumir una responsabilidad un cobarde vino a decirme que lo mejor que podía
hacer era no cambiar nada, dejar que el año para el que había sido elegido
transcurriera sin que se notara que yo estaba allí, tal como había hecho él el
año anterior. Este señor a su cobardía no le llamaba conformismo, le llamaba
prudencia y sabiduría.
Es verdad que de mi carta se
puede desprender, quién quiera desprender algo que le acomode, que yo hago una
llamada al conformismo, pero lo que yo si desprendo de esa interpretación, porque
las palabras son mías y las puedo desprender como quiera, es que está usando
mis argumentos para justificarse.
La felicidad nunca puede ser
cobarde, nunca puede ser conformista, porque su misma efímera consideración
impide que queramos perpetuarla, que queramos mantenerla. La felicidad es un
reto, y es por tanto contraria a todo conformismo. La felicidad lucha por
abrirse paso, por llenar todos los huecos posibles, por imponerse a la
infelicidad en ese combate dual permanente en nuestras vidas, pero quién la
trate con la cobardía que los conformistas demandan, será un muerto en vida, o
un infeliz de sonrisa en mueca.
El conformismo establece una
línea continua, monótona, que huye de los altibajos, de las emociones, que
rechaza los riesgos que implica la misma vida, y que al final se funde en un
aburrimiento letal para el propio espíritu, y la felicidad es un sentimiento,
un vértigo efímero de plenitud.
El conformista se arrincona, se
achiquera, se encierra en un universo que quiere adivinar impenetrable, pero
que lo único que resulta es repelente, de tal manera que rechaza a cualquier
persona o vivencia que pueda alterar esa uniformidad frustrante, envilecedora,
que preside todo lo que en él acontece, a todo aquel que en él permanece.
No, es imposible encontrar la
felicidad en la monotonía, en la renuncia, en el encasillamiento. Todas estas
características de la cobardía, del conformismo, son absolutamente impermeables
a cualquier atisbo de felicidad, si bien los habitantes de esos universos
muertos en vida, de esos agujeros negros de las vivencias, creen ser felices en
su ausencia de infelicidad, ausencia que, por otra parte, no tiene más
recorrido que el instante presente, ni más seguridad que la que tiene cualquier
circunstancia de cualquier vida.
Los cobardes siempre son
infelices, incluso en su autoimpuesta felicidad, porque el temor a que
cualquier suceso, cualquier persona con inquietudes, con deseos de ser
realmente feliz, quebrante su inmovilista monotonía los hace vivir en un miedo
permanente, incompatible con la felicidad. Porque el conformismo, aparte de
cobarde, es absolutamente inmovilista.
Solo el que juega gana, solo el
que arriesga consigue, solo el que se mueve puede llegar, o, al menos, pasar
por ese punto del camino especial, diferente, pleno, y en el que no puede
pretender quedarse y convertirlo en una meta.
Pero, y volviendo al cobarde, al
conformista que se consideraba a sí mismo prudente y sabio, de la misma especie
que los cobardes conformistas que solo tienen argumentos cuando los callan y
glosan el silencio como reflexión, su confusión parte de su misma mediocridad,
de su misma incapacidad para alcanzar las virtudes que se atribuye, salvo por
la ausencia de los defectos contrarios.
El prudente es aquel que sopesa
todas las opciones antes de elegir una, el cobarde conformista es el que no se
equivoca nunca porque nunca toma ninguna decisión.
El sabio es aquel que usa su
conocimiento y experiencia para elegir la mejor opción entre varias, el
inmovilista conformista, con ínfulas de sabio, es el que no yerra nunca, porque
nunca toma el riesgo de equivocarse.
El silencio del sabio parte de la
reflexión y de escuchar a quienes lo rodean, el silencio conformista, cobarde,
parte del que no tiene nada que decir, y si lo tiene se calla, por no correr el
riesgo a que lo corrijan.
Pero, concluyendo, la felicidad
nunca puede ser conformista, porque su misma esquiva y efímera esencia la hacen
un bien que hay que buscar continuamente. La felicidad es el logro, y los
cobardes no pueden lograr porque ni siquiera lo intentan.
En todo caso, y como casi
siempre, todo parte de un trueque de conceptos. Yo decía que teníamos que aceptar
nuestro pasado y nuestro presente, no conformarnos con ellos, y que la
felicidad futura solo podía alcanzarse desde esa aceptación, no que teníamos
que conformarnos con lo logrado renunciando a objetivos futuros. Y es que una
cosa es aceptar y ser consecuente, y otra es conformarse, y ser cobarde.
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