domingo, 11 de octubre de 2020

Las matemáticas y dios

 Cuando hablamos de dios es complicado elegir en los términos en los que podemos sostener un discurso, puesto que hablamos de ideas, de supuestos, de entelequias, incluso de inexistencias.

Suele suceder esto porque intentamos reducir el concepto de dios a las dimensiones humanas, intentamos explicar a dios desde una concepción antropomorfa en vez de considerar a dios como un concepto global que no interacciona, que no necesita demostración y que no resiste el fraccionamiento. O, para dejarlo más fácil, identificar a dios con lo inexplicado y lo inexplicable.

La ciencia, esa divinidad humana que se considera capaz de explicarlo todo, también suele caer en esa tentación y parte de la consideración de que no puede existir nada más allá de lo que son capaces de ver o de imaginar, a pesar de que cada descubrimiento que realiza suele llevar aparejadas nuevas percepciones, nuevas posibilidades, a pesar de que sus mismas herramientas reconocen su imposibilidad de acercarse a una verdad universal.

Si yo tuviera que intentar explicar mi concepto de dios, un dios no revelado, un dios no consciente, un dios no intervencionista, elegiría las matemáticas como posible medio de alcanzar lo que inicialmente me parece inalcanzable. Esa es una de las virtudes de la matemática, de la matemática como herramienta filosófica, que permite proyectar hasta casi alcanzar lo inconcebible.

¿Qué es dios? Dios es el conjunto, o entorno, compuesto solamente por  todos  los números naturales, un entorno en el que no existen los fraccionarios, ni los irracionales. ¿Qué es dios? Dios es la escala única. ¿Qué es dios? Dios es la base1.

Cualquiera de estas proposiciones puede acercarnos, aunque sea especulativamente, al concepto de dios, e intentaré explicarlo con la torpeza que la dimensión y mi escasez de conocimientos me permitan.

El primer problema de la ciencia es su fundamento,  su necesidad de comprenderlo todo, su necesidad de establecer unas unidades referenciales, que son consecuencia de su percepción limitada del entorno, para explicarlo todo. Y no ha sido poco problema, ya que nuestras medidas, nuestro sistema de organización numérica, nuestra reglamentación comprensible y compartible del entorno, no ha sido homogénea hasta hace apenas trescientos años.  En realidad sigue sin serlo totalmente.

Hasta la revolución francesa cada lugar tenía sus propias medidas, medidas que tenía que convertir a otras si el investigador, el comerciante, o el usuario tenían que adaptar algún cálculo a las suyas con la consiguiente pérdida de precisión que tal operación suponía. Incluso cada actividad tenía sus propias unidades: los marinos, los terratenientes, los agricultores, los prestamistas, los constructores. Una infinidad de interpretaciones dispares del entorno que el hombre iba creando según su necesidad de medir, de contar, de pesar el mundo que contemplaba, que manejaba, para hacerlo perceptible en sus propias dimensiones.

Había sistemas numéricos en infinidad de bases, según la cultura local. Base veinte, base diez, base doce, base seis, base quince, todas ellas bastante antropométricas. Había unidades de peso según el peso de una semilla, de un recipiente, de un mineral. Había medidas de longitud que se referían al pie, al codo, al pulgar, a la extensión de los brazos, a la longitud de una zancada.

Me pregunto por primera vez, ¿es posible medir la existencia en codos? ¿Pesar el universo en arrobas? ¿Concebir un concepto de dios en base doce? ¿Limitar el universo en metros? ¿Comprender la infinitud de las capas de lo surgido observando desde la escala humana?

Me temo que no. Me temo que la dimensión humana de la ciencia salpica incluso a su capacidad de especulación. El ser humano es capaz de imaginar solo aquello que puede acabar llevando a cabo.

Los números fraccionarios, los números irreales, son un reconocimiento de la incapacidad del hombre para comprender el universo. Los números periódicos dan una devastadora idea de su incapacidad de ser exacto, que es el único camino para llegar al conocimiento real. ¿Cómo puede ser los números que sustentan el universo, el pi y el phi, sean periódicos indeterminados, inexactos, imposibles?

El concepto de dios como principio integrador de todo lo que existe, lo que no existe, lo que nunca existirá, ha existido o es inconcebible, no puede tener decimales, no puede expresarse en negativo, no puede aceptar un periódico puro, porque va en contra de su misma esencia, de su misma infinitud. El universo mide siete coma cuarenta y cinco, cuarenta y cinco, cuarenta y cinco, periódico puro, pulgadas divinas. ¿En serio? ¿A la unidad se le escapado un decimal y ha comprometido su propia esencia de exactitud, de totalidad? La unidad, la totalidad, no admite representaciones fraccionarias, ni imágenes negativas, ni redundancias.

Por eso precisamente tengo la convicción de que la mejor expresión de este dios conceptual al que intento acercarme solo puede ser la base 1, esa base en la que solo existen el cero y el infinito, o el cero y el cero, si nos ponemos trascendentes. Creo que el génesis lo explica magníficamente, en principio no había nada hasta que dios decidió crearlo todo a partir de nada. El que nosotros estemos en un punto imposible de la eternidad que transcurre entre el cero y el cero, y que hayamos creado una entelequia llamada tiempo para poder ser conscientes de nosotros mismos, el que los tiempos percibidos entre el comienzo y el comienzo sean, a escala humana, apabullantes, no hace más plausible que exista ese tiempo, ni que transcurra un solo e imposible instante entre nada y nada. Dios es base uno, es nada y todo en el mismo e inexistente, imposible, inimaginable punto que es la eternidad. Principio y fin, ¿Nos suena?

¿Podemos entonces pensar, lo que supone existencia y consciencia, que no hay una diferencia real entre existir y no existir? ¿Qué esa falta de diferencia es, precisamente, la esencia de dios?

Juguemos por último al juego de las escalas. “Todo lo que es arriba, es abajo. Todo lo que es dentro es fuera”. Este principio del Kybalión, atribuido a Hermes Trimegisto, puede resumir la esencia del concepto de totalidad infinita, de eternidad, que podemos nombrar como dios. Todo lo que existe en una escala existe en todas las escalas, en las infinitamente grandes, exteriores, y en las infinitamente pequeñas, interiores, hasta que ambas tendencias se encuentran, cosa que sucede en todas ellas, porque todas las escalas, en su plena aceptación, solo son una. Cuando el interior se hace exterior, y el exterior interior, deja de existir tal dualidad y existe la unidad. Ouroboros.

Imaginemos un espejo enfrentado a un espejo. ¿Cuál de las imágenes reflejadas es la auténtica? ¿Hasta qué escala inferior y superior llega la capacidad de reflejarse? Cada vez más, con mayor frecuencia, las imágenes captadas por los microscopios y las de los telescopios se confunden y somos incapaces de distinguir unas de otras. Cada vez más, según avanzan las posibilidades, la percepción de lo grande y lo pequeño se identifican, se asemejan, se unifican.

La ciencia nunca alcanzará el concepto último de dios, simplemente porque es inalcanzable salvo desde la plena identidad. La partícula divina, la llamada partícula divina, por ejemplo, no es otra cosa que una forma de denominar un descubrimiento, como en tiempos de los griegos se denominó átomo, indivisible, a la partícula más pequeña que entonces fueron capaces de concebir. Después, transcurrido un tiempo, la misma ciencia se desdice para encontrar algo más grande, algo más pequeño, algo más elemental, algo más allá, que rebate esa soberbia con vocación mística de algunos científicos. El universo mismo, con su inmensidad, tal vez no sea más que una ínfima infinitud de la eternidad. La misma limitada vida, capacidad, tamaño, existencia del hombre, ya nos pone sobre la pista de que lo infinito nos es inalcanzable, y la eternidad simplemente nos resulta inconcebible, lo que no quiere decir que exista, o que no exista, o ambas cosas en plena identidad. Tal como empieza a apuntar la física cuántica las partículas no se definen hasta que son observadas. Tal vez la existencia no se sustancia hasta que se invoca. Tal vez. O tal vez no. O ambas cosas.

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