Hablar en nuestro país de un
cuento chino es referirse a una historia sin visos de realidad, a un engaño sin
reparos. Un cuento chino es el colmo de la falacia, de la mentira sin
justificación.
Y en este caso me gustaría
reflexionar en voz alta sobre los cuentos chinos elaborados sobre un cuento
chino, sobre un cuento chino que lleva casi cuarenta mil muertos en España.
Muertos que le confieren una brutal realidad, que por muy brutal que sea no le
evita estar rodeada de cuentos chinos en el sentido más tradicional de la
expresión.
Cuentos chinos que ha ido
elaborando con cuidado y estrategia, esto es con premeditación y alevosía, la
clase, ¡qué falta de clase!, política española. Sin excepción, sin resquicios,
sin vergüenza, sin la mínima honradez imprescindible para ejercer un cargo
público o de representación de los ciudadanos.
Tal vez el máximo logro de esta
pandemia haya sido el descubrimiento de un nuevo tipo de cuento chino, un
cuento de estructura variable que permite al autor afirmar una cosa en una
página, desdecirla en la siguiente y asegurar en ambas la certeza de lo contado
según autores de referencia, y reclamar la coherencia de la historia. Podríamos
llamarle cuento chino incuestionable, o cuento chino de la verdad universal.
Pero no es el único logro, no,
hay otro que viene aparejado y que seguramente necesitará de una cierta
perspectiva histórica y científica para lograr darle una explicación razonable.
Me refiero a los forofo-cuentos, me refiero a esas personas que con gran
entusiasmo, aparentemente, adaptan sus
profundas convicciones personales a las cambiantes convicciones del cuento
chino, defendiendo con la misma pasión una verdad y la contraria según la
página del cuento que toque en cada momento.
Tal vez haya un tercer logro, un
logro miserable y que nadie querrá reclamar como propio aunque todos lo
utilizan sin recato. Es un logro sociológico, una aberración sociológica, que
marca un difícil camino a la ética y que podría resumirse como un axioma: la
verdad no resiste al tiempo. Miente sin mesura y si persistes en tu mentira
acabará convirtiéndose en una verdad para una parte de los que la escuchen.
El cuento chino original, ese que
cuenta que vino un virus de China y se llevó por delante a veintisiete mil
personas, el no chino habla de casi cuarenta mil, es el menos chino de los
cuentos chinos contados en estos días. Luego están los otros:
El cuento chino de los muertos.
Érase una vez un país que cada día cambiaba la forma de contar los muertos. Los
ministros decían que lo hacían según criterios internacionales, que siempre
decían otra cosa diferente a los ministros, y estos, con gran dignidad, seguían
sosteniendo su mentira aunque todo el mundo supiera que lo era.
El cuento chino de los
materiales. Érase una vez un país asolado por una terrible enfermedad. Todos
los días los gobernantes salían en la televisión diciendo que ya llegaban los
materiales necesarios para proteger a la población, y ningún día llegaban, pero
explicaban que la culpa siempre era de otros. Al final los materiales llegaron,
aunque ya no hacían falta, y entonces los gobernantes para demostrar su valía
los hicieron obligatorios.
El cuento chino de los guantes.
Érase que se era un país que lo único que tenía eran guantes, muchos
guantes, y decidieron hacer los guantes imprescindibles
aunque todo el pueblo entendía que eran claramente un foco de contagio.
El cuento chino de los test. Hace
mucho, muchísimo tiempo, en un país muy, muy, pero que muy, lejano un hombre al
que todos consideraban sabio dijo que se iban a hacer unas pruebas a todos los
habitantes de su territorio, y que una vez hechas todos serían felices y
comerían perdices sin tener que guardar distancia de seguridad. Al final nunca
se hicieron las pruebas más que a unos pocos y la mayoría de las que se
hicieron no valían para nada.
El cuento chino de las
mascarillas. En algún lugar, hace muchísimos años, hubo un país que no tenía
mascarillas y entonces sus gobernantes le dijeron a la población que no hacía
falta usarlas. Cuando al fin sus almacenes rebosaban de ellas las hicieron obligatorias, aunque no
sirvieran para nada, aunque fueran usadas inadecuadamente, aunque no
protegieran a nadie, aunque estuvieran en contra del criterio de los sabios, pero
así parecía que los gobernantes se preocupaban de sus gobernados y además
podían distinguir entre los fieles y buenos, que siempre llevaban mascarilla, y
los malos malasombra, que no la llevaban nunca.
El cuento chino del confinamiento.
Hubo una vez un Califa, que tenía un visir, que no se llamaba Iznogud, no nos
vayamos de cuento por mucho que las ambiciones del personaje coincidan, que
ante su total imprevisión e ineficacia, y para que nadie lo acusara de ello,
publicó en un bando la obligatoriedad para toda la población de permanecer
encerrados en su casa para evitar los robos que proliferaban en el reino.
Cuando finalmente la gente, a mucha de la cual le habían robado estando en casa,
empezó a quejarse publicó otro edicto que decía: “deberíais de estarme agradecidos,
si no llego a encerraros en vuestra casa os habrían robado a todos” y se quedó
tan ancho. Como veréis este cuento tiene algunos ribetes de cuento de las mil y
una noches, aunque no fueran más de noventa noches las del encierro.
El cuento chino del 8 M machista.
Hace muchísimo tiempo, al menos tres meses, en un imaginario lugar llamado
Madrid, las mujeres decidieron manifestarse en reivindicación de su
igualdad con los hombres. “Hay un
monstruo que se alimenta de manifestantes”, advirtieron algunos hombres a las
manifestantes, pero estas ignoraron a los que las advertían y el monstruo asoló
la manifestación y se alimentó y creció tanto que luego pudo atacar al resto de
los habitantes del imaginario lugar.
El cuento chino del 8 M
feminista. Hace muchísimo tiempo, al menos tres meses, en un imaginario lugar
llamado Madrid, las mujeres decidieron manifestarse en reivindicación de su
igualdad con los hombres. “Hay un
monstruo que se alimenta de manifestantes”, advirtieron algunos hombres a las
manifestantes, pero estas ignoraron a los que las advertían y el monstruo a
pesar de comerse a un montón de gente nunca se enteró de que las mujeres se
habían manifestado.
El cuento de la desescalada.
Erase que se era una vieja nación tan acostumbrada a que la gobernaran mal que
una vez que llegó un gobierno muy moderno que consideró que con inventarse unas cuantas palabras y cambiar
el significado de otras cuantas ya había hecho méritos para ser considerado el
mejor de la historia. Eso sí, el resultado final fue que no gobernó mejor que
ninguno de los anteriores.
El cuento chino de la nueva
normalidad. El argumento de este cuento hace un difícil equilibrio entre un cuento
chino, hacer el indio y una versión revisada del Gran Hermano. Habla de una
sociedad a la que habían asustado tanto, tanto, tanto, que a pesar de irla
despojando de sus derechos suplicaba a sus gobernantes que le quitaran más para
poder seguir vivos. Cuando la sociedad quiso reaccionar no tenía ningún derecho
en el que basarse para reclamar sus derechos perdidos.
Me faltan por contar varios
cuentos chinos más, los de las mil y una noches y los de Calleja, pero es
difícil lograr captar al completo la riqueza narrativa de la ficción política
española para un solo autor. En tal caso
si me veo capacitado para contaros, un día de estos, el cuento paradigma de la
política nacional: “El Cuento de la Buena Pipa”.
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