De nuevo el pueblo se ha erigido
en protagonista, ese pueblo cambiante, en cuanto a composición, objetivos y
valores, según el representante no elegido que hable por él. El pueblo ha
vuelto a protagonizar diferentes episodios de diferentes tendencias, furibundamente
denunciados en redes sociales por los voceras que reivindican, según su
conveniencia, lo que el pueblo quiere y siente, habitualmente su idea,
adaptable, de democracia y una escala férrea y única de valores.
En una democracia el pueblo habla
cuando es convocado y elige unos representantes que lo hagan en su nombre. Sí,
claro, en una democracia real. Real de auténtica, no de monárquica. Pero
habremos de partir de que esto, lo de este país, no es una democracia real. Pero,
aunque la democracia sea para nosotros un logro sesgado, no entiendo, o si,
algunos comentarios que se arrogan el respaldo popular mayoritario.
Decía uno: “al pueblo no se le
permite...”, a propósito de la propuesta comisión de investigación al emérito ¿Quién
es el famoso pueblo en esta ocasión? parece ser que solo aquellos que opinan
como el opinador que lo invoca y que ese pueblo es diferente al que en su día
mencionó, el mismo portavoz, para justificar la composición del gobierno; “El
pueblo ha apoyado la composición de este gobierno ya que tiene más diputados en
el parlamento que la oposición”. Lo dicho, debe de ser un pueblo distinto a
este cuyos representantes en el parlamento, a pesar de ser los mismos, votan
por mayoría en contra de la investigación.
Este mismo preclaro representante
del pueblo, cuya invocación, casi advocación, no se le cae de la virtual y
sociomediática boca, ha explicado que ese mismo pueblo ha solicitado que no se
tomen medidas contra los que queman banderas de España y efigies de los
monarcas, ya sea el actual o el emérito, cortan carreteras o queman
contenedores, en nombre de la libertad de expresión. Claro que también, por su
boca, el pueblo considera intolerable cualquier manifestación, iba a decir
popular, de pueblo, que absurdo, en la que se exhiba una bandera española, se cante
alguna canción militar o se den cierto tipo de gritos que él considera, claro,
impopulares. No por él, por favor, si no por el peligro que tales
manifestaciones suponen para el pueblo, para su pueblo, que aunque en votos apenas
represente un tercio del total es el único con derecho a ser representado y
aplastar con sus criterios a los de los otros dos tercios, o a la ausencia de
criterios de los otros dos tercios, si así les peta.
Dicho lo cual a mí, que a veces
no me represento ni a mí mismo, que algún sinvergüenza se lleve lo que no es
suyo me molesta, lleve corona o gorro frigio, pero que intenten colarme un
debate por otro tampoco me agrada.
Tampoco me agrada ninguna
manifestación de violencia, ni de intolerancia o de seguidismo borreguil. Ni a
mí ni a un montón de gente que, como yo, tampoco somos pueblo representable por
el voceras de turno. La ideas han de ser libres, todas, pero hay que ser
inflexibles con los actos de cualquiera que atente contra la convivencia, que
fomente el enfrentamiento y que llame al odio. A cualquier odio, por mucho que
lo sienta el pueblo que considere representar.
Por cierto, también he leído que
el pueblo, otra vez él, no ha tenido oportunidad de votar el modelo actual de
estado. Sí, se votó favorablemente una constitución que instauraba ese modelo
y en ella se recogían los mecanismos
necesarios para cambiarlo, pero parece ser que el pueblo, ya no sé cuál de ellos,
parece incapaz de elegir a los diputados necesarios para hacer el cambio. Claro
que parece ser que el pueblo, en este caso seguramente compuesto por los tontos
y las moscas, está más en otras cosas y no acaba de encontrar al bocas de turno
para transmitirle lo que tiene que decir en su nombre.
Tal vez algunos, convencidos de
su bondad y de la intrínseca maldad ajena, deberían de preocuparse más de sus
propias ideas, de divulgarlas, debatirlas, razonarlas y convencer al pueblo, al
bendito pueblo, de su idoneidad, en vez de gastar todas sus energías en
denigrar las ajenas y poner al pueblo como garante de sus ocurrencias. Siempre
he estado convencido de que la falta de idoneidad de los actos o ideas ajenos
no hace que los propios sean buenos, ni siquiera mejores.
En fin, recordando a la madre que
me parió, cada vez que yo quería hacer algo que no me dejaban hacer decía esa
manida frase que todos hemos usado alguna vez: “Es que todos los demás (o sea,
el pueblo) van a ir”, mi sabia madre me decía: “Vale, vamos a llamar a todos y
si es verdad que van, yo también te dejo”. Con ese argumento nunca fui, los
malditos todos (o sea, el pueblo) nunca llegaban ni a la mitad.
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