Hablaba el otro día con mi amigo
Antonio, Antonio Zarazaga, médico, gestor y renacentista, sobre las cuestiones
que la vida nos va deparando, y de tema en tema llegamos al, para él habitual,
de la medicina, tema en el que él habla y yo escucho para aprender, que es una
costumbre placentera cuando el ponente sabe tanto.
Y hablábamos de esa nueva moda
social, de esa obsesión moderna que es intentar resolver la muerte en vida,
tratar a la muerte como una ocurrencia o una enfermedad y no como una
consecuencia inevitable. Dicho en otras palabras, vivir para no morir en vez de
morir después de vivido.
Uno recorre las modernas fuentes
del conocimiento, más bien del desconocimiento, asomándose a toda suerte de
opiniones, recomendaciones, diagnósticos e informaciones que la falta de preparación
básica nos impide matizar, cribar y escoger con criterio. Así que en un alarde
de inconsciencia absoluta, en una demostración de estupidez sin parangón, prestamos
oídos a algún gurú que pretende tener acceso a conocimientos que, aparentemente,
nos van a dejar la vida resuelta de enfermedades, que va a aportar a nuestra
salud soluciones que una conspiración universal contra ella perpetran enemigos
desconocidos, que nos va a revelar secretos ancestrales que los modernos
poderes nos escamotean al tiempo que los modernos poderes ponen a nuestro
alcance, al alcance de nuestra estulticia. El enfermo imaginario, ese al que
Moliere ya le dedicó una obra, demanda soluciones imposibles. Nunca ha habido
persona más engañable, más risible y más digna de conmiseración que el
hipocondríaco. Ni persona más despreciable y peligrosa que aquella que armada
de una supina estupidez, de una inteligencia lamentablemente enfocada, de una
osadía sin parangón, se cree en poder de verdades curativas fantásticas y pone
en peligro la salud y la vida de todos aquellos que tienen la desgracia de
escucharlos. Y cuidado, hay gurús con bata y título.
Tal vez por eso, o porque todo lo
nuevo vende, o por tantos motivos que uno solo no lo explica, hemos pasado de
unos enfermos imaginarios a una imaginería de la enfermedad, a la creación de
una sociedad hipocondríaca, más preocupada de prevenir una posible enfermedad
que de vivir la salud presente, más obsesionada por ritos y magias que por una
actitud de saludable disfrute de la vida, más empeñada en vivir un futuro
saludable que en vivir un presente con salud.
“Primun non nocere”, primero no
dañar. Esta máxima, que además es el título de un blog con opiniones sobre medicina
que recomiendo, puede resumir el terrible dilema del hombre moderno que se
debate entre una medicina que, a fuer de ser preventiva, se convierte en
obsesiva y la obsesiva presión de los “chamanes” del desconocimiento ancestral,
de su ignorancia presente, que difunden, sin una base de criterio mínimo,
prácticas y técnicas que a la postre pueden resultar letales.
La medicina preventiva ha sobrepasado los límites con los que fue ideada. La moderna medicina anticipatoria significa un paso más en la escalada hacia una sociedad hipocondríaca, a una sociedad obsesionada por erradicar la enfermedad o, al menos, por tratar las enfermedades incluso antes de que asome el síntoma, incluso antes, si fuera posible, de que la dolencia esté descrita.
El problema viene cuando le
preguntas a un médico, de los que han hecho la carrera, no de los que
diagnostican a golpe de libro de medicinas alternativas o de entrada en
internet, y te encuentras que por cada médico que mantiene una opinión, sobre el
tema que sea, hay otro que mantiene la contraria. No te queda, entonces, más
remedio que recurrir al historial de esos médicos y ver sus logros y
publicaciones en el terreno de la investigación: médica, biológica… Con un poco
de suerte encontrarás diferencias entre médicos, generalmente con un marcado
toque humanista y una larga trayectoria de preocupación por el paciente y por
su ciencia, y “doctores” que no han aportado a la medicina más que recetas y
opiniones basadas en la experiencia de otros. Como me dijo mi amigo Antonio, en
cierta ocasión, hay un momento en el que tienes que preguntarte: “¿Tú eres médico porque sabes,
o dices que sabes, porque eres médico?”
Ya en los años 70 Ivan Ilich
escribe un libro que se llama “Medical Némesis” y en el que describe tres
formas en las que el colectivo médico causa un daño clínico. Esta interacción
nefasta, que recibe el nombre de iatrogenia, puede ser directa, por una mala praxis,
o social, en la que establece las bases del daño producido por la medicina
preventiva y la frontera de esta con la medicina anticipativa, que son las
otras dos formas de iatrogenia. Medicina preventiva sería aquella en la que el
sujeto a tratar solicita ayuda médica para prevenir una enfermedad y medicina
anticipatoria aquella en la que es el médico el que convence al paciente de que
necesita su ayuda para prevenir enfermedades. Esta diferenciación la establece
Gilbert Welch, profesor del Instituto de Política de Salud y Práctica Clínica
de Dartmouth, en un libro en el que trata sobre el sobrediagnóstico.
Otro posible enfoque es a través
de estudios médicos, informes estadísticos sobre enfermedades, medicamentos,
tendencias y evoluciones. No lo recomiendo. Y no lo recomiendo primero porque
la estadística es una ciencia -¿es una ciencia?- que siempre dice lo que quiere
oír el que la maneja y segundo porque a determinados niveles hace falta una
preparación muy alta en el objeto de estudio para entender los resultados.
Si cogemos un informe médico nos
dirá que las estatinas, por poner un ejemplo, han reducido el número de
fallecimientos por causas cardiovasculares entre los pacientes que son tratados
con ellas, pero si lees otro informe, te dirá que esto es así desde que se
bajaron los límites de colesterolemia y empezó a tratarse con ellas a pacientes
sin enfermedades cardiovasculares diagnosticadas, es decir, desde que la
medicina anticipativa empezó a considerar enfermos anticipativos a aquellos
pacientes asintomáticos, sin enfermedad diagnosticada y que por una decisión
medico administrativa pasaron a ser sujetos de medicación de la noche a la
mañana. No es imposible, pero morirse de una enfermedad que no se tiene es algo
más complicado de lo habitual. De hecho el número de muertes por accidente
cardiovascular son prácticamente las mismas antes y después de variar el límite
establecido por el colesterol, y antes o después del aumento de pacientes
tratados con estatinas. Lo que sí ha variado, y de forma exponencial, son los
beneficios de los laboratorios que las fabrican.
Y las estatinas no son inocentes.
Su administración no es inocente. Las consecuencias de su administración
convierten a muchos de sus consumidores en pacientes de dolencias debidas a sus
efectos secundarios, contraviniendo la máxima de la que hablábamos, “primum non
nocere”, lo primero es no hacer daño. Lo primero es no provocar una dolencia en
un sujeto que hasta ese momento no tenía, ni esa ni la que se pretendía
anticipar. Lo primero es no crear enfermos a base de anticipar enfermedades.
Si hacemos un breve recorrido por
el internet de nuestras entretelas, observaremos una gran cantidad de consejos,
prácticas y observancias que debemos de tener en cuenta para llegar a lograr
una vida saludable. Y si decidimos, en un alarde de “suigestión”, palabro
inventado a base de supina ignorancia y estupidez sin
parangón, poner en práctica unas cuantas de estas ocurrencias, lograremos
morirnos absolutamente sanos. Sanos y sin haber vivido por falta de tiempo
salvo para preservar una salud que acabaremos no teniendo.
Para escribir esta opinión se han
tenido en cuenta diferentes entradas del Blog “Primum non nocere”, del Dr. Juan
Bravo, concretamente: “Estatinas y Mayores. Pués por ahora, va a ser que no”, “Hipertensión
Arterial”, “La Culpa Fue Del Smartwatch” y “Muchas Enfermedades Se Presentan
Por Un Número Arbitrario”.
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