viernes, 14 de junio de 2019

El gobierno cooperativa


En muchas ocasiones me he quejado del retorcimiento indigno con el que los políticos actuales retuercen el lenguaje, con el único fin de que las palabras acaben no significando absolutamente nada y, por tanto, sirvan para no comprometerse tampoco a nada. Es una táctica felona, facilona y que debería de ponernos alerta. Yo jamás podré votar a alguien que atenta contra la riqueza idiomática saboteando esa riqueza, el vehículo fundamental para el entendimiento, y poniendo en cuestión mi propia inteligencia.
Acabamos de asistir al nacimiento de un nuevo concepto para llamar como no era a lo que es, pero que no se quiere que los demás entendamos que es, o, al menos, que no podamos decir que es lo que realmente es aunque sea evidente que es y ellos sepan que lo es. ¿Se me entiende o explicito? Pues eso, que aunque quisiera no podría ser más claro porque ni se me entiende a mí ni se les acaba de entender a ellos, aunque sepamos claramente lo que dicen, lo que quieren decir y que es lo que no quieren que se diga que han dicho.
Auténticos trileros del lenguaje, felones de medio pelo instalados en estructuras con cada día menor prestigio y con mayor poder, ventajistas de lo público, que desprestigian todo lo que tocan, en este caso todo lo que dicen.
Ha nacido el gobierno de cooperación. Existían los gobiernos monocolores, los gobiernos en coalición, los gobiernos Frankestein, -¡si el monstruo levantara la cabeza!-, e incluso los gobiernos de concentración nacional para situaciones especiales, pero ninguna de estas acepciones servían para explicar lo que no interesa explicar, para definir lo que se pretende indefinido, nebuloso, inconcreto, para disimular lo que realmente es, para decir si, pero no, donde dije digo digo diego, o simplemente para explicar lo que finalmente acaba pareciendo sospechoso, o taimado. Como lo de llamar relatores a lo que son interlocutores, como llamar victoria una pérdida de votantes, como… un no parar.
¿Qué es un gobierno de cooperación? Pues, basándome en los hechos y el lenguaje, es un gobierno de coalición en el que el más fuerte no quiere reconocer su debilidad y el más débil lo es tanto que tiene que tragar con lo que sea para sacar algo a lo que sabe que en buena ley no le corresponde. Un despropósito de debilidades para intentar simular una fortaleza que a la postre acabará resultando frágil y quebradiza para desgracia de los administrados.
Tal vez, para acabar de matizar, el término esté mal elegido, o, simplemente, esté incompleto. Tal vez debería de haberse llamado gobierno con cooperantes, o gobierno de cooperación necesaria, y así sabríamos, con mayor precisión, de que cabezas, escasas, dependemos.
Si le hubieran llamado con cooperantes tendríamos una visión más tipo ONG, un gobierno en el que ciertos militantes de otros partidos se prestan a ser ministros de forma desinteresada, sin ninguna contraprestación, afán de beneficio o protagonismo, simplemente por ayudar a un necesitado en unas circunstancias de carencia. Como diría la canción, que inmediatamente entonaría el PSOE, vencedor indiscutible de las elecciones, según su portavoz, y única opción a gobernar: ”NO, no, no, eso no, no, no, eso no, no, no, no es así”. El PSOE no necesita a nadie para formar gobierno, en realidad ni el PSOE ni ningún otro partido, aunque sí para la investidura.
Así que entonces, posiblemente, si los hechos no lo desmienten, estemos ante un gobierno de cooperación necesaria. Un gobierno que no se puede llamar oficialmente así porque lo de necesaria determinaría una debilidad del pretendido componente fuerte, que se niega a asumirla ante los ciudadanos, pero que es evidente para todo el mundo, incluso para ellos. Claro que, tal como veníamos apuntando, en política una cosa es lo que es y otra lo que se dice que es.
Sabiendo las tendencias ideológico literarias de los integrantes de la cooperación, estoy seguro de que en las negociaciones que se mantuvieron, con la permisiva displicencia del PSOE y la generosidad servil de Podemos, se llegó a utilizar el término que más se acomodaba, el de cooperativa de gobierno. De cooperativa pasó a cooperativo y de ahí a de cooperación. Y, claro, como gobierno cooperativa, o cooperativa de gobierno, todo tiene mucho más sentido. Al fin y al cabo la cooperativa es algo que la izquierda de salón ha leído que existe como esfuerzo común de los trabajadores para poner en valor su trabajo. Claro que en la cooperativa, y esto parece escapársele al PSOE, todos los obreros son iguales, e incluso, a veces, el obrero simple, el productivo, acaba siendo más importante que el camarada director.
Hay que ver, lo que da de sí el lenguaje cuando se usa correctamente.

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