Me contó, alguien, no recuerdo quién,
una historia sobre un tripulante del Titanic que me impactó sobre manera. A
veces estas viejas historias de catástrofes y seres humanos encierran
enseñanzas que no llegan a moralejas, porque no siempre el comportamiento del
ser humano resulta ejemplar, aunque si sea ilustrativo.
Parece ser, según me contaron,
que en plena confusión después del choque, cuando ya se vio que el catastrófico
desenlace era inevitable, hubo un tripulante que destacó por su labor repartiendo
salvavidas generosamente entre pasajeros y otros tripulantes. Para todos tenía,
además del salvavidas correspondiente, una palabra de ánimo, y a todos repetía:
“No se preocupe, en un rato nos veremos después de que nos hayan rescatado”.
En los últimos momentos antes de
zozobrar, y sin más salvavidas que repartir, este hombre se tiró al agua con el
ánimo de conseguir llegar hasta algún resto que le permitiera mantenerse a
flote a la espera del rescate, que no dudaba que se produciría en cualquier
momento.
Lo que inicialmente era una
confianza ciega y una generosidad sin límites se fue trocando, con el paso del
tiempo y el avance del frío que le entumecía los huesos, primero en una
sensación de desesperanza y finalmente en una desesperación ciega por vivir. El
instinto de supervivencia hizo que, viendo en peligro su vida, intentara por
todos los medios hacerse con alguno de los salvavidas que antes repartiera
generosamente , ocupados, y que flotaban
a su alrededor, ocupados, sin reparar en la condición de quién lo ocupaba o en
qué desamparo dejaba a aquel al que pretendía desalojar.
Tan encomiable había sido su
actuación anterior, como profundamente egoísta y rastrera era la final en la
que estaba dispuesto a sacrificar a quién fuera con tal de procurarse la
salvación.
Parece ser que finalmente no pudo
hacerse con ninguno de los salvavidas que tan frenéticamente pretendía y nadie recuerda cual fue su final,
posiblemente ahogarse como tanta otra gente que no pudo resistir el frío, la
soledad y el tiempo hasta que el rescate
llegó.
Esta historia demuestra cómo
algunos seres humanos solo son generosos en tanto en cuanto no se creen en
peligro, incluso, yo diría que hasta posiblemente aquel tripulante aspirara a
una recompensa a su actitud una vez pasado el peligro, pero no supo medir ni
las circunstancias ni sus propias fuerzas y trocó de héroe en villano en menos
que se hunde un barco.
Y a todo esto no sé a qué ha
venido contaros esta historia más falsa que la falsa moneda aquella y que me
acabo de inventar. Yo me había sentado para escribir un artículo sobre los
resultados electorales de Podemos y su oferta de gobierno al PSOE.
Nunca llegaré a entender esta
cabeza mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario