¡Pues sí que empezamos bien! Como
si fueran una estación de ferrocarril, las elecciones han abierto vías, y las
han cerrado. El resultado global obtenido por los partidos, y la complicación
de otras inmediatas, han hecho que la composición del parlamento sea explosiva.
Pero si la composición es explosiva, los actos a los que asistimos últimamente
la hacen altamente inestable, como un cartucho de nitroglicerina sudado y
agitado.
No hay nada que agite más los
fantasmas de partidos y electores que unas elecciones. Bueno, sí, dos
elecciones casi seguidas, como es el caso. Así que nadie ha podido dar descanso
a las sombras de sospecha que se han agitado durante la campaña electoral, casi
siempre de forma interesada y mayoritariamente de forma torticera.
Por eso, precisamente por eso, en
un tiempo post electoral normal, los líderes estarían en este momento en fase
de templar ánimos y configurando estrategias de cara a cuatro años de
legislatura que quedan por delante. Pero no es así. No es el caso con otras
elecciones apenas un mes después de las primeras. Los fantasmas se siguen agitando
y ofreciendo susto o muerte a todos aquellos que les hacen hueco en su
imaginario, flotando sus sábanas henchidas de miedos y mentiras ante todos
aquellos que les dan pábulo y les prestan atención.
Se podría pensar que en tiempos
tan revueltos todos aquellos que tienen muertos, y fantasmas, en el armario
pondrían especial atención en mantenerlos encerrados, pero resulta que no es
así. Haberlos haylos que no solo no los mantienen encerrados, si no que gustan
de sacarlos a pasear o, simplemente, se olvidan de que existen y dejan que las
puertas de su armario se muevan y los dejen a la vista de todos.
En esto parecen especialistas un
par de electos a los que parece no afectarles para nada la opinión pública, o
que consideran que sus actos son tan puros, o desinteresados, que nada de lo
que hagan les puede ser reprochado.
Y si hay especialistas en la
creación de fantasmas ajenos, que los hay, y en todos los partidos, también hay
auténticos magos de la creación de fantasmas propios, no sé, no lo tengo claro,
si por propia iniciativa, también cabría falta de criterio, o por necesidades
de un guión que nadie más entiende.
Últimamente el bocachancla mayor
del reino, en tanto en cuanto no se vote la república, es el señor Echenique.
Cada vez que lo veo acercarse a un micrófono me pregunto qué nueva boutade va a
soltar para mayor escarnio de su pensamiento y beneficio de… , él sabrá de
quién. Es difícil encontrar un portavoz más antipático a una sociedad harta de
sus ocurrencias, que acaban por pasar por ocurrencias de su partido. Al
portavoz, tal vez porta abruptos, de Podemos no le queda títere con cabeza.
Empezó por Errejón y ha acabado por Amancio Ortega.
Que se pueda criticar una
donación hecha con todos los beneplácitos de la legalidad vigente, argumentando
sobre una ideal, diferente e inexistente legalidad es populista, es demagógico
y es, sobre todo, vergonzoso. Que para ello se agite, se intente agitar, el
tópico del empresario canalla, porque para algunos son sinónimos, para
beneficiarse aquellos que están más pendientes de lo que consiguen los demás y
ver como arrebatárselo, que de conseguir ellos algo, me parece, sobre todo,
vergonzoso.
Estoy totalmente de acuerdo en la
inmoralidad del sistema vigente. Estoy absolutamente en contra de la
acaparación, del lujo y de un sistema de reparto de riqueza que se inclina de
una forma soez e indigna hacia el que más tiene, pero ello no hace que
cuestione a aquellos que con su inteligencia
y esfuerzo obtienen más con las reglas de juego que se encuentran. Mi
admiración a los que, como el señor Ortega, renuncian a parte de lo obtenido y,
claro que con beneficios fiscales, lo ofrecen para intentar paliar necesidades
puntuales de la sociedad. Otros con las mismas posibilidades no lo hacen.
Otros, incluso, se lucran con las necesidades ajenas, y muchos son políticos.
Pero una cosa es mi desacuerdo
con el sistema y otra muy distinta es que no me parezca inmoral que un señor
sancionado por contratación irregular de un trabajador, que un señor cuya única
aportación conocida a la sociedad es ponerse delante de un micrófono a decir
barbaridades de otros, se permita poner en cuestión la ética, sea social, o
fiscal, o ambas, de otro que proporciona a este país el 2,6% de su P.I.B. y más
de dos mil millones de euros en impuestos. Y puestos de trabajo, y riqueza, y
además generosidad. ¿Interesada? Y si fuera así ¿qué?
Pensar que un partido que ampara
tales ideas pueda entrar en un gobierno hace flotar y ulular mis más pavorosos
fantasmas: el oportunismo, el populismo y la sinrazón.
Por si fuera poco este problema,
el señor Sánchez, probablemente el
próximo presidente del gobierno con el apoyo de los del señor Echenique, se
permite decir en público, con luz, con taquígrafos, con fotógrafos, con cámaras
de televisión, con micrófonos de alta sensibilidad y revoloteo de fantasmas, a
un político preso por un intento de golpe de estado un “no te preocupes” como
respuesta a un “tenemos que hablar” del primero. Una suerte de versión de la famosa
“tranquil, Jordi, tranquil” que ya pasó a la historia entre los fantasmas de
otro intento de golpe de estado.
Posiblemente el señor Junqueras
no tenga que preocuparse, he aquí el fantasma, o posiblemente sí y la frase de Pedro
Sánchez no tenga más carga que la de una frase casual como respuesta a un
requerimiento no formal. Posiblemente, pero los fantasmas se han agolpado en la
puerta del armario del PSOE y ululan por boca de sus rivales políticos con toda
la fuerza de sus ilimitados pulmones.
Tampoco la aceptación de fórmulas
complejas hasta el ridículo para el juramento tranquilizan mucho a nadie. Eso
de acatar sin acatar, jurar sin intención o prometer por obligación me sugieren
la imagen del tramposo que jura, promete o acata escondiendo los dedos cruzados
en un bolsillo o a su espalda mientras se ríe de los que lo aceptan. Y el hecho
de defenderlo, a sabiendas de que los dedos están cruzados, y aceptando el
desprecio hacia todo y hacia todos que ello implica, da vuelos a fantasmas que
bien haríamos en ir espantando.
Tal vez todo esto, al fin y a la
postre, no sean otra cosa que eso, fantasmas, fantasmas que, agitados, con sus
sábanas flotando y sus aullidos, nos impiden ver la realidad y oír la verdad. Pero
en esto como en tantas otras cosas, como tantas otras veces, tal vez habría que
recordarle a ciertos personajes, elegidos por otros para representarlos, que no
son libres de hacer lo que les parezca y que, llegado el momento, han de
aplicar aquella máxima tan antigua de que “la mujer del César no solo tiene que
ser honrada, tiene que parecerlo”.
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