Sin duda una de las grandes y
poco valoradas, por habituales, tareas del hombre es la educación de sus hijos.
Esa ingente tarea en la que se embarca en su juventud y no abandona hasta su
muerte.
Curiosamente en los curriculum de
las personas figuran sus estudios, sus trabajos, sus títulos y desempeños, pero
ninguno recoge esas muestras de habilidades y logros, nunca he visto a nadie
referenciar que sea padre, de cuantos hijos, ni los logros de ellos de los que
debería de sentirse partícipe. Lo de los fracasos ya ni mentarlo.
Ser padre consciente, así, en
género genérico, debería de ser uno de los mayores orgullos, uno de los logros
más gratificadores de los que una persona debiera de presumir, moderadamente,
porque también hay que reconocer que la suerte y el entorno tienen su
influencia. Seguramente esta carencia parte del hecho de que hasta hace poco,
relativamente poco, tener hijos era una circunstancia inherente a la vida
misma. Educarse, casarse, procrear y transmitir la educación recibida no era
planteable, la sociedad lo demandaba de esa forma sutil y absoluta con la que
la sociedad nos empuja a sus propios objetivos.
Pero hoy en día en esta sociedad
en plena evolución el paradigma ha cambiado y, cada vez más, tener hijos es una
elección íntima, y la forma de educarlos una declaración de convicciones personales,
a veces obsesiones personales, que habla mucho de los que lo hacen. A favor, en unos casos, o en contra en otros,
porque intentar educar en unos valores concretos, sean religiosos o
ideológicos, es de alguna manera una forma de castrar la libertad del futuro.
Tan malo es, y evidentemente es un punto de vista, fomentar una creencia como
intentar impedirla por todos los medios. Tan negativo y castrante es permitir los
juegos y juguetes sexistas como intentar prohibirlos radicalmente y crear una
obsesión que sustituya a un planteamiento racional. Y existen varias posturas
de este tipo: la bélica, la sexista, la religiosa, la ideológica, la
electrónica. No deberíamos de olvidar la
frase de Plutarco que define maravillosamente la base de una educación eficaz:
“la mente no es un vaso por llenar, sino un fuego por encender”
Prohibir, imponer, exigir,
erradicar, son verbos absolutos que nada tienen en común con educar. Yo diría
incluso que son justo el reverso del concepto. Claro que siempre hay que tener
en cuenta que para ejercer de padre no hay un manual conocido, y, aunque
internet se comba por el peso de tutoriales sobre el tema, aún nadie ha
descubierto la fórmula universal, el sistema que valga para todas las
peculiaridades. Pero mencionaba, así, como de pasada, en un párrafo anterior el
concepto de padre consciente. Es decir, aquél que lo es más allá de una
consecuencia fisiológica, de un arrebato pasional o de una circunstancia que no
sabe o no quiere evitar sin un compromiso real con la situación. El padre
consciente es aquel que lo es voluntariamente, que busca una educación y
formación adecuadas para su hijo, que tiene un plan e intenta llevarlo adelante
a pesar de las circunstancias.
Claro que así, puesto por
escrito, teorizando, todo parece fácil. Las letras, las palabras, todo lo
resisten, luego la vida es otra cosa.
A veces lo más sencillo suele ser
lo más práctico, y la experiencia, esa que no se tiene cuando hace falta, sin
ser la panacea universal, es la única que podría apuntar a un camino que ni
tiene trazado ni nunca va por donde uno espera. Y aunque efectivamente los
padres no disponen de esa experiencia nos quedan los abuelos, que habrían de
servir como algo más que de meros suplentes de necesidades puntuales o torpes
molestias de pasados insondables.
A estas alturas, ya abuelo, me
preocuparía mucho de educar a un hijo que ya no voy a tener en unos valores
básicos: pensar libremente, respetar siempre a los demás, aprender a pedir
perdón, aprender a defender las convicciones con rigor y a usar la lógica más
sencilla y descarnada en cualquier circunstancia de la vida.
Lo de las ciencias, las
justicias, las ideologías, las religiones y otras cuestiones menores seguro que
se van resolviendo por sí mismas.
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