Más despistada que un pulpo en un
garaje. Así se encuentra la izquierda en estos momentos, y el problema no es
que esté despistada es que está empecinada, es que pretende perseverar en el
error de considerar a cualquiera culpable antes que a ellos mismos, en el error
de dirigir a una sociedad en vez de liderarla, en el ridículo y soberbio error
de decirle a los ciudadanos lo que tiene que pensar en vez de escuchar lo que
piensan.
Porque esos son los grandes
errores de una izquierda más interesada en sentirse moralmente superior, en
imponer su criterio por los medios que sea, en ser más una anti derecha que una
fuerza progresista, y la sociedad, los votantes, no se lo perdonan.
Hace no mucho hablaba de la ley
del péndulo y sus consecuencias cuando pretende ignorarse. Cuanto mayor sea el
desplazamiento hacia uno de los lados mayor será la violencia del retorno, y en
eso estamos. La izquierda, en realidad cualquier fuerza política, acostumbra a
confundir a los votantes con los afines. Acostumbran a confundir el ideario
popular con su ideario ideológico. Acostumbran a confundir, para desgracia de
todos, el ejercicio del gobierno con la detentación del poder. Y así nos va, y
así les va.
No se puede decir en serio que
hay que parar a la ultraderecha en Andalucía mientras uno se perpetúa en una
posición de gobernante nacional obtenida con el apoyo de unas fuerzas
nacionalistas que no tienen más apoyo en Europa que las fuerzas de extrema
derecha ni más objetivo que la subversión del orden que el gobierno dice defender.
No se puede y la gente, los ciudadanos de a pié, esos que no son militantes y
no compran las mentiras por el simple hecho de que las dice quién las dice, se
revuelven y van acumulando inquina que les brota por la ranura de una urna.
Pero nadie parece decírselo a ese
proyecto inconcluso, o incapaz, no tengo claro cuál de los dos atributos le
corresponde, o si le corresponden los dos, de líderes con maneras absolutistas
que la izquierda ha puesto en juego.
No se puede hablar de los
peligros de la extrema derecha y mirar hacia otro lado cuando se habla de la
extrema izquierda que tiene los mismos objetivos y, prácticamente, iguales métodos.
No se puede hablar de extrema derecha insinuando las camisas azules, o pardas,
o negras, a la imaginación de la gente y no hablar de la extrema izquierda, enmascarándola
como izquierda radical, olvidando sus episodios, tan sangrientos como los
otros, aunque fueran llevados a cabo con camisa de otro color, o descoloridas.
O todos tirios, o todos troyanos. O todos extremos, o todos radicales. Y sin
miedo, sin miedos, sin aspavientos.
No se puede acusar a la derecha
de la extrema derecha cuando esta florece por la continua afrenta que sufre en
sus convicciones por el frentismo de esa izquierda más preocupada por pasear
cadáveres, por subir los impuestos, por ignorar al ciudadano individual que
tiene sus inquietudes e intentar difuminarlos en una masa sin cabeza. No la
extrema derecha la provoca la izquierda del mismo modo que a la extrema
izquierda la alimenta la derecha. Y cuanto más radicales sean izquierdas y
derechas más extremas serán sus réplicas.
El ciudadano medio está indignado
con la gestión de la inmigración, con la justicia de género, con la memoria
histórica vista con un solo hemisferio, con las insinuaciones permanentes de
subidas de impuestos, con varios meses de ineficacia, con la incapacidad de
solucionar de una forma eficaz el problema de los nacionalismos, con una
legalidad solo interesada en los pudientes, con…
Lo lamentable es que el pulpo de
la izquierda es de la misma raza que el pulpo de la derecha y lo único que
sucede es que de momento solo se puede activar un pulpo cada vez. De momento.
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