Llegan las fiestas navideñas, y
del mismo modo llega la polémica en algunos lugares donde las acciones públicas
llaman a eliminar los símbolos que la identifican, a convertir una fiesta muy
arraigada en el ideario popular en otro tipo de fiesta que desencanta y causa
reacciones contrarias a las pretendidas.
Paseaba el otro día por el
mercadillo de la Plaza Mayor de Madrid, que tradicionalmente en estas fechas es
navideño, lleno de figuras para montar belenes, adornos, luces y útiles para
árboles, puertas, ventanas y cualquier otro lugar del hogar que se nos ocurra
iluminar o decorar, todo ello trufado con los típicos y tópicos artículos de
broma para usar el 28 de este mes de diciembre, los Santos Inocentes, cuando me
encontré con un grupo de unas veinte musulmanas ataviadas de su forma habitual
acompañadas de una nube de niños. Paseaban, insisto, al igual que yo por el
mercadillo y lo hacían interesándose por el contenido de los puestos y
comentando entre ellas. No puedo decir, porque mi conocimiento del idioma que
hablaban es nulo, de que cariz eran los comentarios, pero por sus gestos y
tonos de voz no parecían distintos de los de las demás personas circundantes.
No pude evitarlo, la idea vino sola a mi cabeza: espero que alguna de estas no
sea de las que después van al colegio de sus hijos y protestan porque hayan
colocado un belén o algún otro símbolo propio de estas fiestas.
No, la actitud, el comportamiento
de aquellas mujeres y niños no daba para que determinados anti navideños
públicos, de esos que usan sus cargos para liberar sus frustraciones, los
usasen como excusa de agresión cultural para prohibir lo que ellos siempre
habían deseado prohibir y no sabían cómo lograrlo. Yo les llamaría los Grinch
públicos, pero mi aversión a la utilización de tradiciones foráneas me impide
hacerlo. Les llamaré simplemente tontos públicos pretendidamente útiles.
Y es que en estas fiestas todo el
mundo se posiciona. Están, como ya hemos comentado antes, los anti navideños,
que odian todo lo que suponga un reconocimiento de la fiesta, sea una actitud,
un adorno o una canción. También existen los indiferentes, los que no aprecian
ni desprecian, los que no festejan ni les importa que los demás sí lo hagan. Y finalmente
estamos los que disfrutamos de la navidad. Aquellos a los que la navidad nos
mueve algo en el interior.
Hay personas que son muy de
Nochebuena, muy muy de la cena, y la consiguiente comida del día siguiente, en
familia, de villancico, zambomba y pandereta. Muy de menú tradicional, ardor de
estómago nocturno y jolgorio casero. Pero también los hay muy de Nochevieja,
muy de cena desacostumbradamente temprana y abundante para luego tomar las uvas
y la fiesta correspondiente, en la calle, en un teatro o una discoteca, o en casas particulares
entre amigos.
Y luego estamos los que somos muy
de Reyes Magos, los que somos de la ilusión del día siguiente, de encontrarse
los regalos, de abrirlos y celebrarlo, aunque en algunos casos sea con mala
cara o con cierto desencanto, y estrenar si corresponde, y jugar si toca. En todo
caso de sentir internamente la emoción de querer y ser querido y saber que en
algún punto del lejano oriente, allí por donde sale la luz, alguien se acuerda
de nosotros aunque sea una vez al año, bueno, dos porque también se acuerdan el
día que reciben nuestra carta.
Y ¿Qué es lo que me hace sentir
que la fiesta de los Reyes es la que más me gusta? Habrá quien piense que los
regalos, y algo tiene de razón, a nadie le amarga un dulce, pero aun
reconociendo que los regalos gustan hay algo que hace de los reyes una fiesta
especial, distinta a las demás fiestas con regalos, cumpleaños, onomásticas,
aniversarios, algo que hace que el entorno vibre de otra forma: la ilusión, el
sentido mágico que acompaña al hecho de delegar el regalo en esos seres que una
vez al año trabajan con denuedo para hacer nuestras vidas un poc más humanas,
un poco más tiernas, un poco más inocentes y felices.
Recuerdo el día que mi hijo,
después de varios comentarios predicitivos me comunicó que él ya sabía quiénes
eran Sus Majestades. Mi reacción fue instintiva, no premeditada:
-
Espero que lo tengas muy claro, porque tus padres
nunca te van a hacer un regalo en estas fechas.
Mi mensaje debió de ser claro, no
hubo más comentarios. Mi hijo ya con veintinueve años, y el resto de la familia, seguimos a día de
hoy escribiendo nuestra carta a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente en
las que plasmamos aquello que queremos, que necesitamos, cada vez menos, o que
nos haría ilusión. Es verdad que los tiempos han cambiado, que hemos pasado de
los buzones de correo a los correos electrónicos o, ya, a incluir a sus
majestades en grupos de WhastsApp. Pero con independencia del medio, ¡!he ahí
la magia¡¡ las reglas generales son las mismas, el día 6 por la mañana y en el
lugar conveniente los regalos están prestos a que la familia los abra y los
celebre. Todo debe de ser una sorpresa compartida y celebrada.
Bueno, hasta hace unos años,
hasta que llegó Gallardón a la alcaldía de Madrid y se la cargó, también era
muy de la cabalgata, y de las luces y de algunas otras cosas que en Madrid han
dejado de tener ningún encanto. Antes, hace unos años. Ahora me tengo que
conformar con ver en las noticias y en las películas como existen lugares en el
mundo, casi todos, que sin complejos celebran estas fiestas como siempre. O eso
o viajar a esos lugares para poder disfrutar de un genuino espíritu navideño
callejero y expansivo.
No sería justo, olvidar en esta
fiesta a algunos otros personajes locales que complementan la labor de los
Reyes: El Olentzero, el Apalpador, el Caga Tío o el Anguleru. Y tampoco debo
olvidar, por más que venga de lejos y su labor se algo intrusista, a Papá Noel.
Todos ellos trabajan por la ilusión. Por la de los niños, añaden algunos, ja, y
por la de los adultos.
En fin, que no quiero acabar esta
pequeña reflexión sin cumplir con otra tradición propia de estas fechas, desear
felices fiestas y próspero año nuevo a todos los hombres de buena voluntad, si,
a las mujeres incluidas, por supuesto, tal como nos enseña el idioma.
Hasta aquí la parte fácil. Pero
con ánimo claro, y con aviesas intenciones, me permito desearles lo mismo a los
de mala voluntad y ánimo torvo, que se joroben.
Felices fiestas, magia y fantasía
para todos, todos y todos.
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