Hay gente convencida de que la
basura de los demás limpia la propia. Hay gente que piensa que mal de muchos,
refugio asegurado. Y hay quién cree que el fin justifica los medios. En
realidad ni piensan, ni están convencidos, ni creen, pero de paso tienden a dejar
toda la sociedad llena de su basura. Es lo que, de un tiempo a esta parte, los
finos llaman daños colaterales.
Lo que pasa es que a veces
alguien mide mal sus acciones y el objetivo principal al que están encaminadas,
y los daños colaterales son tan importantes y cuantiosos que jamás pueden
justificar el resultado obtenido.
No sé, la verdad es que tampoco
me importa, de donde salió la idea de defenestrar políticamente a la Presidenta
de la Comunidad de Madrid. Hay quién dice que de las filas de su propio
partido, otros dicen que de las filas del PSOE. Enemigos no le faltan, con
capacidad de maniobra suficiente, y con una falta de moral ciudadana con la que
solo los políticos están equipados.
El método que, sea quien sea, ha
elegido, no solo es de una endeblez preocupante, no solo mancha
indiscriminadamente a integrantes de todas las formaciones, no, además
defenestra de una forma irreparable la credibilidad de la universidad pública
española.
He oído decir, con toda la
pachorra del mundo, que efectivamente los daños colaterales son ahora mismo
inevaluables pero que ha merecido la pena por conseguir que la señora Cifuentes
haya sido puesta en cuestión. He oído decir, con descuelgue de mandíbula y ojos
al límite de sus órbitas, que cargarse la credibilidad formativa de las
instituciones más democráticas, en el terreno de la enseñanza, de este país
merece la pena por derribar de un puesto político a una persona determinada.
¿Qué título de cualquier
universidad pública española se atreverá a exhibir un estudiante para reclamar
méritos en el extranjero? ¿Quién resarcirá del daño ocasionado a tantas
personas que de buena fe han cursado correctamente sus estudios?
Ya, ya sé que nadie. ¿A quién le
importan las personas, los ciudadanos, aquellos de cuyo bienestar tienen
confiada la tutela, cuando lo que está en juego es una cuota de poder? Y de
paso si conseguimos un mayor empobrecimiento, si es que fuera posible
empobrecerlo más, del sistema educativo español y achacárselo a quién convenga
pues miel sobre hojuelas.
Es verdad que en este caso mi
propia experiencia, mis propias vivencias, me hacen ser más reflexivo, más
suspicaz, más incrédulo con todo lo sucedido. Es verdad que si a mí me pidieran
una justificación de mis estudios, de mis logros, o de mi pertenencia a
cualquier asociación, empresa o causa, tendría que recurrir a sus archivos para
justificarlo. Incluso si me piden el contrato de la hipoteca que aún estoy
pagando. A lo mejor es por eso, mentiras, incongruencias e inseguridades
aparte, que yo a estas alturas no creo a nadie, ni siquiera a la universidad
que, evidentemente, tiene un problema administrativo, problema que debería de
haber sido el objetivo principal de todo lo sucedido para que yo creyera en la
buena fe de quién inició toda esta historia.
Es posible que ni mis títulos, si
los tuviera, ni los suyos, ni los de nadie, valgan ahora ni el papel en el que
están escritos. Es posible que alguien se crea gratificado por lo conseguido.
Pero lo que si tengo claro es que a día de hoy, si me piden que vaya a votar lo
único que se me pueda ocurrir es la famosa frase de:” vota tú, que a mí me da la risa”. Una risa boba, vacía,
desesperanzada y triste. La única que me dejan estos personajillos públicos que
piden mi voto para jugar a hacer un país cada vez peor, cada vez más desarmado
de valores, de verdad y de derechos, en el que pueda sentirme ciudadano,
corresponsable.
Felicidades a los premiados.
Espero que en su premio lleven su propio descrédito igual que ellos han
conseguido el de la universidad pública española. Y que les aproveche
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